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Ante el estado de la ruta 51, hoy todos somos Irazusta

Si gobernar es poblar, el estado de la ruta 51 entre Urdinarrain y Larroque es una palanca para el desarraigo y el éxodo, por eso reclaman los pueblos perjudicados ante la desidia de los estados nacional y provincial.

 

 

ruta

tirso foto

(*) Por DANIEL TIRSO FIOROTTO 

 

Si gobernar es dar trabajo, la ruta 51 es un canto a la desocupación y al destierro. Si al gobernante se le deben exigir virtudes, la ruta 51 es una muestra cabal de la acumulación de engaños de los de arriba que padecen los de abajo en la costa oriental del río Gualeguay.

 

Resulta tedioso enumerar las mentiras de gobernadores y ministros y legisladores y otros funcionarios, a lo largo de varias gestiones, en torno de la ruta 51. Y largo sería también enumerar las torpezas cometidas por Vialidad provincial, para hacer de un camino un río, de una ruta un pantano.

 

Los comentarios de la vecindad no tienen desperdicios. Hay ejemplos que asombran, como la construcción de un puente para evitar que el agua de lluvia cortara la ruta, sin observar que a pocos metros ya existía un puente obstruido por la acumulación de sedimentos, es decir: había que destaparlo.

 

Pero se escuchan ejemplos también que conmueven, porque una decenas de pequeños poblados entrerrianos sufre el aislamiento total cuando apenas llueve 20 milímetros, de modo que los servicios de educación, salud, se ven interrumpidos, y las familias no encuentran otro camino que el éxodo, no sin antes maldecir a los gobernantes.

 

Los vecinos de la zona se apiñan a la hora de contar anécdotas que irritan, muchas con el plus de la soberbia de la clase dirigente que de tanto en tanto se anima a descalificar, incluso, a quienes reclaman con razones evidentes.

 

 

JUICIO COLECTIVO

Un juicio por los daños y perjuicios ocasionados a todas las poblaciones afectadas por la desidia y la mentira de los gobiernos quizá no resolvería el grave problema de aislamiento de los pueblos, pero sí podría impactar en una clase dirigente apoltronada que, bien atendida con altos sueldos, se olvida y hasta se burla de la suerte de los pueblos semirurales y campesinos.

 

¿Por qué una madre decidiría quedarse a vivir en una localidad donde, a la primera lluvia, no puede enviar sus hijos a la escuela, o no tiene garantías de salir hacia un centro de salud porque el estado la priva de caminos?

 

¿Quién construiría un gallinero en una región donde no puede entrar con la comida para los pollos?

 

Todas las declamaciones de los gobiernos en torno del arraigo se chocan contra la realidad que hiere los ojos en Irazusta y sus aledaños.

 

Larroque, Irazusta, Parera, Pehuajó, Pastor Britos, Colonia Italiana, Palavesino, Urdinarrain, son algunas de las zonas conectadas (o desconectadas) por la ruta 51.

 

Se dirá que los pueblos suelen ser tranquilos en el reclamo, pero estas comunidades hace muchos años que se organizan, se encuentran, redactan documentos muy serios, visitan funcionarios, participan, y la verdad, encuentran respuestas: siempre una mentira a mano, un engaño, una excusa.

 

Es tal la magnitud de las torpezas gubernamentales, que varios vecinos se organizan ya con expedientes para pedir la intervención de la justicia por el abandono de poblaciones enteras en que han incurrido los gobernantes y la reiteración de declaraciones tramposas.

EL ÉXODO TAN MENTADO

Han pasado décadas ya, con denuncias sobre el éxodo rural, el éxodo entrerriano, y hace muchos años que hablamos del reino de las taperas y los pueblos fantasmas en que se convirtió Entre Ríos. Varios de ellos están en la línea entre Larroque y Urdinarrain.

 

Irazusta tenía más de 3.000 habitantes cuando mi padre era chiquito. Hoy, cuando su bisnieta es chiquita, Irazusta cuenta con 300 habitantes. Huelgan las palabras.

 

Mi familia es de la zona, conozco bien la vida económica, la salud que gozaba hace tiempo la región.

 

La investigadora Delia Esther Notthoff dice que en 1935 Irazusta contaba con 2.100 habitantes. En 1947 la población había disminuido a 1.600.  En 1980, según el Censo Nacional de Población del Indec, contaba con 469 habitantes. El Censo de 1991 marcó 442. El Censo de 2001 contó 414. El Censo 2010 registró 293 habitantes.

 

Hoy debiera tener 10.000 habitantes, tiene menos de 300. Y ahora sin caminos. ¿Qué otro castigo tienen preparado para los irazusteros?

 

Es notable observar el movimiento de cargas y pasajeros que tenía su estación del ferrocarril hasta hace pocas décadas.

 

Pero todo se ha complotado en su contra. Sin tren, sin caminos, el Estado fue convirtiendo a Irazusta en tierra para los negocios de unos pocos, sin gente, y la historia de 100 años del pueblito nacido a la vera del ferrocarril se va diluyendo, mientras en las grandes ciudades se agolpan los entrerrianos expulsados para habitar barrios insufribles.

 

Como víctima de un sistema que empuja al éxodo, que concentra la riqueza en pocas manos, que hacina a las familias en los bordes de las ciudades, que enriquece al funcionariado, Irazusta merece desde hace muchos años un trato distinto, preferencial; Irazusta merece una reparación histórica. Lo que tiene es, en cambio, una condena.

 

Los gobernantes se empeñan en sacrificar a Irazusta y otros cincuenta pueblos similares, en donde se ve con mayor nitidez cómo se ha hecho del territorio entrerriano una zona de sacrificio, es decir, una enorme cancha donde el capital financiero y las multinacionales hacen sus grandes negocios, en donde las personas molestan y la biodiversidad debe ser arrasada.

 

 

NI ASFALTO NI RIPIO

Hace más de 30 años partí de la zona rural de Irazusta y Larroque para estudiar en Paraná.

 

Viví casi toda mi niñez y mi juventud a la vera de la ruta 51.

 

Recorrí esa ruta cuántas veces, miles.

 

Iba a caballo a la escuela primaria, dejaba el caballo en las casas de vecinos amigos de Larroque, que nos permitían atarlo en los fondos.

 

En el secundario, en sulki, en carro, en camioneta, o a caballo también, a la mañana a clases, a la tarde nuevamente para educación física.

 

Conozco cada tramo de esa ruta. Cada arbolito, cada arroyo. Allí caminamos con mis amigos, vecinos, hermanos, a toda hora.

 

Allí aprendí cómo salpican las manos del caballo que se entierran en una pisada anterior cargada de agua de lluvia.

 

Allí supe de empantanadas memorables cuando niño, hasta que un año, no recuerdo cuándo, llegó el ripio y todo cambió para bien (aunque el canto rodado entre Irazusta y Larroque tenía piedras grandes, que nunca ayudaban a la compactación).

 

Los que más rompíamos el camino natural éramos los tamberos.

 

El tambero no tiene opciones, necesita sacar la producción. Nosotros, con nuestros vecinos, los Maciel, los Andreatta y otros, enviábamos la producción a la Cooeperativa Tambera Gualeguaychú –Cotagú-.

 

A las 4 de la mañana estábamos todos arriba. A las 7 ya nos encontrábamos en el camino, en la ruta 51, para subir los tachos al camión, o luego para que el camión cisterna cargara directamente de los tachos.

 

El ripio nos permitió vivir a pleno, a los tamberos, toda una época de conocimientos más complejos sobre el oficio: pradera perenne, pastoreo rotativo con boyero eléctrico, destete precoz, doble ordeñe, ordeñadora mecánica, enfriadora, y finalmente el mejoramiento de los planteles con inseminación artificial, que requería de buenos caminos porque el técnico viajaba de Gualeguaychú a servir las vacas con semen de los mejores ejemplares del mundo.

 

Conocimos mejor las pasturas, incorporamos conocimientos, nuevas semillas, métodos inusuales para la crianza de los terneros, y aunque pasábamos momentos difíciles en lo económico, sobrevivíamos dentro de algunas pobrezas dignas.

 

Y bien: todo se derrumbó. Me apena decirlo. Casi todo el mundo tuvo que marcharse.

 

 

UN FLAGELO

La zona ya había sufrido el éxodo por décadas. Y ese movimiento tambero fue arrasado también por el sistema.

 

Nuestras chacras, con algunos pollos, algunas gallinas, algún cerdo, frutales, huerta, algunos cereales, terneros, y tambo, con bella arboleda y jardín, todo eso fue arruinado.

 

No es que viviéramos entre pétalos. Recuerdo el aislamiento de algunos años con temporales de lluvia. La gente no se aguantaba con tanta soledad, tantas dificultades para la relación social que en la ciudad parece natural.

 

A veces acudíamos a la escuela todos embarrados, con mis hermanos y vecinos, cuando en la ciudad no llovía desde la semana anterior.

 

La soledad del campesino es todo un tema. La soledad de la mujer campesina, que queda en casa mientras a veces el hombre sale a hacer las compras o actividades distintas, es un capítulo aparte.

 

He conocido así gente muy esforzada. Ni más ni menos que cualquier obrero, pero en una situación diferente. Aislamiento, arreglárselas a solas como uno pueda, solidaridad.

 

Nadie, en la vecindad, salió jamás de vacaciones. Trabajar los 365 días del año es una verdad. 365, ni uno menos.

 

El día que nos perdíamos un ordeñe por pasar la Navidad, o el Año nuevo, en la casa de los tíos, luego lo lamentábamos porque había vacas que enfermaban, y todo se nos hacía más difícil.

 

Compartí con mis compañeros de Irazusta la llegada de un colectivo, toda una novedad. Colectivo, ripio…

 

Y bien: todo se desmoronó.

 

Hoy, desde la distancia, cuando han pasado tres largas décadas, no puedo ocultar mi desazón al ver que las mentiras de los poderosos han hecho y hacen daño a las comunidad, no una vez, dos veces, sino cien veces, por años. Cuando ya van quedando pocos que lancen un grito de alarma por el destierro al que son conminados.

 

 

PUEBLOS FANTASMAS

Irazusta no es un “pueblo fantasma”, es un maravilloso pueblo atacado por el capitalismo más feroz, destruido por la alianza de políticos y grupos financieros que se han quedado con los resortes principales de la economía en la región, y cuyos modos y efectos se expresan aquí y allá de distintos modos.

 

Irazusta es víctima de la corrupción de arriba, de la connivencia de funcionarios y grandes monopolios, del centralismo.

 

Las multinacionales que colaboran con la expulsión suelen ser las que luego, en engaño sobre engaño, solventan a organizaciones no gubernamentales (ONG) que llevan a los pueblos moribundos pretendidas salidas “turísticas” para hacerles menos pesada la agonía. Como que el verdugo le diera una palmadita a la víctima.

 

Unos más que otros, los gobernantes son cómplices en la destrucción de los sueños de Irazusta y los pueblos parecidos, los caseríos, la población que hace apenas 60 años era mayoritaria y hoy no llega al 10 % del total en la provincia..

 

Así es que Entre Ríos sigue padeciendo el aislamiento en sus 25.000 y más kilómetros de caminos vecinales naturales o enripiados, frente al descuido del Estado que sirve a los pooles, saca mucho dinero de la producción de soja y otros granos, y pone ese dinero al servicio del pago de deudas fraudulentas, del arreglo con grupos poderosos que se llevan las ganancias; o a su propio servicio, porque lo cierto es que en Entre Ríos el patrimonio de los funcionarios crece en forma directamente proporcional al empobrecimiento del campesinado.

 

Los gobiernos que no han reunido veinte pesos para arreglar nuestras calles, las calles del pueblo, gastan miles de millones en entretenimiento banal, miles de millones en el pago de deudas fraudulentas que debieran investigar y denunciar, miles de millones en subsidios a los amigos, miles de millones en dinero que se va en el capitalismo de amigos manejado por banqueros amigos; cuando no en caros aviones para facilitarles los viajes a los que usan esos aviones, mientras los habitantes de Irazusta no pueden andar ni a caballo.

 

Un día volverá la ruta. La presión de los pueblos será insoportable para los farsantes, tanto como la verdad.

 

Ese día, mientras los de arriba corten cintas, lograremos que una familia piense en quedarse y otra piense en el regreso.

 

Un camino transitable es una buena herramienta para combatir ese flagelo del entrerriano llamado destierro. ¿Tan difícil les resulta entenderlo?

 

Mientras los de arriba se toman su tiempo, todos somos Irazusta, todos somos Parera, todos nos reunimos, a la distancia, a la vera de la ruta 51, la ruta de la mentira y el destierro, junto a la lucha de las asambleas que no se resignan.

(*) Esta nota se publicó en la edición del lunes 23 del diario Uno. Se reproduce por gentileza de su autor.

Ilustraciones: El Día y el El Argentino. Ambos medios de Gualeguaychú.

 

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