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VEINTE AÑOS DE EL MIÉRCOLES

Con la soja al cuello (2006)

Esta nota se publicó en El Miércoles, el 25 de enero de 2006. Reflejaba el impacto hasta ese momento del modelo sojero en el ambiente de la región, y que permitía pronosticar su actualidad. Eran tiempos en que la lucha ambientalista se centraba contra las papeleras, pero los especialistas ya comenzaban a hablar del avance transgénico sobre el monte nativo y los efectos del glifosato y los fertilizantes sobre la salud humana y del ecosistema. Se resaltaba que, aunque configuraba "un problema ambiental de primer orden", el gobierno provincial no lo tenía en su agenda.

 

En aquél número 199 del semanario -más de 14 años atrás- ya se denunciaba que la Organización Mundial de la Salud (OMS) había clasificado al glifosato como "extremadamente tóxico" para el humano y que algunos productores entrerrianos advertían que era el causante de la disminución de la cantidad de población en diversas especies animales. Sin embargo, las políticas gubernamentales sólo han seguido fomentando este verdadero flagelo que nos azota, y del que hoy -más que nunca- se pueden ver sus efectos en el río Uruguay y en la calidad de vida de los habitantes de la región. "La obsesión sojera argentina –y ahora especialmente entrerriana– está condenando el futuro próximo de las generaciones venideras. Pero es un tema de «conciencia»", avizoraba el informe.

 

Así, compartiendo con nuestros lectores algunas de las más relevantes notas publicadas durante dos décadas, celebramos los 20 años de Miércoles, que se cumplen en este 2020.

 

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El conflicto por las papeleras es la cuestión ambiental que más ha sonado en los medios en los últimos meses, una legítima lucha de la comunidad de Gualeguaychú a la cual –tardíamente– se sumó el gobierno de Jorge Busti. En el mismo sentido, otro ataque tanto o más grave al medio ambiente y al futuro ecológico de la provincia no ha estado contemplado en la agenda de la administración bustista: el monocultivo de la soja.

 

Por MARTÍN BARRAL

 

En estos últimos años –de la mano de la excelente calidad de los suelos autóctonos, de altos precios en dólares que se han mantenido estables desde 1993 y de políticas gubernamentales que alientan su producción– Argentina se ha transformado en el tercer productor de soja del mundo (el segundo en la variante transgénica), el primer exportador de aceite y de harina de la oleaginosa. La expansión de este cultivo ha sido posible en detrimento de otros cultivos (arroz, maíz, girasol, trigo, etcétera) y por la desaparición del bosque nativo.

La mayor parte de la soja que se planta en el país es transgénica, una variedad que es inmune, por manejos genéticos, al glifosato, ingrediente activo de los más conocidas marcas de herbicidas, entre ellos el Roundup, de la multinacional Monsanto. El glifosato (N fosfonometil glicina) es un herbicida de amplio espectro, no selectivo. Elimina pastos anuales y perennes, hierbas de hoja ancha y especies leñosas. Los herbicidas habían evolucionado hacia sustancias cada vez más selectivas para evitar los daños al conjunto de la biota, pero el encarecimiento de la investigación y desarrollo hizo retornar el consumo masivo del glifosato, creado en la década del 60. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mismo sentido, clasificó al glifosato como «extremadamente tóxico» para el humano. También es causante –dicen algunos productores– de la disminución, en Entre Ríos, de la cantidad de población en diversas especies animales, como en la liebre y el guazuncho.

El encarecimiento de la investigación y desarrollo hizo retornar el consumo masivo del glifosato, creado en la década del 60. La OMS clasificó al glifosato como «extremadamente tóxico» para el humano. También es causante –dicen algunos productores– de la disminución, en Entre Ríos, de la cantidad de población en diversas especies animales.

Además, gracias a la fertilidad de los suelos y la tradicional rotación agrícola–ganadera, en Argentina se aplicaban seis kilogramos por hectárea de fertilizante (en comparación con los 100 de Estados Unidos y los 250 de Francia). Según el Informe Benbrook, de 2003, que analizaba el impacto del cultivo de la soja en nuestro país: «Con la ruptura del modelo de producción tradicional el uso de fertilizantes ha aumentado, constituyendo un nuevo foco de contaminación ambiental, y otro limitante para el pequeño productor», lo que, además, ha derivado en que «desde 1988 ha habido una disminución de las unidades productivas en un 24,5 por ciento. Han desaparecido 103.400 chacras». Esto produjo la emigración de miles de familias desde las zonas rurales hacia la periferia de las ciudades, con el consiguiente aumento de la desocupación laboral.

Una jornada de debate realizada en la Universidad Nacional de Rosario en julio de 2003, aporta más matices al drama en las consideraciones sobre nuestra región: «La agricultura permanente que peligrosamente se cierne sobre el monocultivo, ha desplazado a la ganadería de carne, la producción lechera, la producción porcina y también a otros cultivos. Implica, a nivel país, un aumento del saldo exportable pero con más miseria, más producción en menos manos, más expulsión del mercado laboral de productores y asalariados».

En Argentina, la soja provocó la desaparición de más de 250 mil pymes agropecuarias y una gran desocupación de mano de obra rural al retroceder la ganadería. Sufrieron estas consecuencias también frigoríficos y agroindustrias que procesaban los cultivos desplazados. En contrapartida, el gobierno nacional recauda, por retenciones e impuestos a los exportadores de granos alrededor, de diez mil millones de pesos anuales, algo que –evidentemente– seguirá en aumento.

«Los sistemas de producción en la Argentina registraron en la última década un cambio hacia una agricultura continua y el desplazamiento de la frontera agrícola hacia zonas tradicionalmente ganaderas. A su vez, los montes o bosques fueron ocupados por la ganadería, que sufrió un corrimiento a zonas marginales y ecológicamente frágiles. Este proceso de agriculturización ha generado una simplificación de los sistemas productivos, muchos de los cuales se han caracterizado por una deficiente planificación y ‘diseño’ de las rotaciones y la preponderancia de un solo cultivo en las mismas: la soja y su combinación con el trigo (trigo/soja de segunda), explica el trabajo Hacia una agricultura sustentable, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos de la Nación (SAGPyA).

«Según diversos investigadores, esta situación ya se evidencia en algunas zonas como un creciente deterioro de los suelos –desde el punto de vista físico, químico y biológico– y de perpetuarse, podría impactar negativamente sobre los hábitat naturales y la biodiversidad que ha caracterizado históricamente los procesos productivos de nuestro país», continúa la SAGPyA.

Para la campaña 2005/2006 se estima que la soja aún crecerá un 5 por ciento más con respecto a la 2004/2005, según estimaciones del gobierno nacional. Se calcula que terminarán sembrándose con esta oleaginosa 15,1 millones de hectáreas, lo que se transformará en el 72 por ciento de toda la superficie cultivable del país.

 

«Con la ruptura del modelo de producción tradicional el uso de fertilizantes ha aumentado, constituyendo un nuevo foco de contaminación ambiental, y otro limitante para el pequeño productor»

 

«Los suelos disminuyeron su capacidad productiva por el uso de inadecuada tecnología no asociada a la capacidad de los mismos, que se tradujo en pérdidas por erosión. Esto fue acompañado por una disminución en el contenido de nutrientes y una depresión en sus reservas debido a que el nivel de extracción fue a tasas superiores a las de reposición (fertilizantes) y a una inadecuada secuenciación de cultivos. Asimismo no debe dejar de contemplarse la pérdida de calidad de los acuíferos dado por la salinización y la contaminación que puede producirse por un exceso de residuos de agroquímicos», aclara el trabajo de la SAGPyA.

En otro párrafo de ese documento asegura que «este esquema de producción conlleva a la pérdida de biodiversidad y erosión genética dado que se cultivan pocas especies en detrimento de otros sistemas productivos alternativos con bases ecológicas y socioculturales más adecuados».

«Ecosistemas boscosos naturales también han desaparecido para dar paso a la agresiva frontera agrícola de la soja, la superficie de bosques ha sido transformada en plantaciones de soja», afirma el Informe Benbrook, y agrega que, por la desaparición esa área boscosa, «las provincias más afectadas son Entre Ríos y Santiago del Estero. El total de pérdida de bosques en ese período debido a las plantaciones de soja supera las dos millones de hectáreas». El territorio entrerriano fue el que mayor superficie perdió: nada menos que 700.000 hectáreas.

 

ENTRE SOJAS

Entre Ríos representa el 8 por ciento del total de producción nacional de soja, figurando así en el cuarto lugar, pero detrás de provincias con superficies mucho mayores (Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, respectivamente). En nuestro territorio se plantaron en la última campaña (2004/2005) 1,2 millones de hectáreas de esta planta, que algunos denominan «el arrasador de la tierra», lo que lo convierte en el 76 por ciento de la superficie sembrada provincial. En 1991 el terreno ocupado por la soja fue de 54.600 hectáreas...

En la provincia, este monocultivo desplazó a otros tradicionales que se producían aquí, como el arroz y el maíz, que en los últimos cinco años ha retrocedido del 20 al 10 por ciento de cultivable. La soja, en el mismo lapso, avanzó del 31,8 al 76 por ciento.

Varios técnicos aseguran que «las causas que originan la mayor expansión de la soja en el área arrocera son, principalmente, la aparición de los cultivares transgénicos y su excelente asociación con la siembra directa, que permite a los productores del sector emplear el cultivo de esta oleaginosa en las rotaciones, favorecidos por los altos precios internacionales que tienen un impacto directo sobre la rentabilidad».

El gobierno entrerriano –al contrario que con las plantas de celulosa– no se ha preocupado demasiado por las consecuencias de este monocultivo, todo se circunscribe a una toma de «conciencia de los productores».

El gobierno entrerriano –al contrario que con las plantas de celulosa– no se ha preocupado demasiado por las consecuencias de este monocultivo, como lo demostró el mismo vicegobernador Pedro Guastavino al ser consultado al respecto por El Miércoles. Como si el gobierno lo ejercieran otros, Guastavino dijo que «habría que tomar medidas», que «debería haber aquí ámbitos de discusión y debate» y que todo se circunscribe a una toma de «conciencia de los productores respecto a este tipo de cuestiones».

«Los ambientalistas critican las papeleras como han criticado el monocultivo de soja. Pero las autoridades provinciales miran la parte que les conviene y pasan por alto la responsabilidad que les toca. Esto se dice incoherencia», dice en una nota Jorge Riani, de Cronista Digital. Allí el periodista grafica: «Seguramente el Gobierno entrerriano no tardará en coincidir con las declaraciones del ecologista Daniel Verzeñassi cuando, en una entrevista, dice que ‘la papelera Botnia, que viene a producir entre 1,3 y 1,5 millones de toneladas de pasta, consume en un día el agua que la ciudad de Fray Bentos consume en un mes. Esto es lo que hay que tener en cuenta para sacar los cálculos en regla de tres. La ruptura de los bosques nativos como se ha hecho en Uruguay, anticipa problemas muy serios en el cambio biológico en el ciclo de lluvias’. Se trata de un problema similar al que alude el diagnóstico socioambiental de Entre Ríos por la tala indiscriminada de monte nativo. Pocos oídos oficiales hubo para Verzeñassi cuando denunció –con documentación fotográfica de niños como testimonio– la generación de malformaciones debido al mal uso de los agroquímicos. ‘Hay que dejarse de jorobar y ponerse a investigar’, dijo hace un tiempo a la prensa para denunciar otras consecuencias del problema: pérdida de embarazos, malformaciones genéticas, mutaciones, cáncer, leucemia, afecciones respiratorias severas. El dirigente ambientalista llamó a las víctimas de los insecticidas y plaguicidas como ‘los hijos de la soja’».

 

URUGUAY, EN SINTONÍA

El ingeniero agrónomo Juan José De Battista, encargado de soja del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Concepción del Uruguay, le explicó a El Miércoles la situación del departamento Uruguay: «En los últimos cinco años, la superficie sembrada con soja aumentó entre un 90 y 100 por ciento, pero el boom mayor se dio en 2000» y que «el 99 por ciento es soja transgénica, porque es resistente al glifosato. El uno por ciento restante son pedidos especiales que le hace el comprador a algún productor».

De Battista agregó que «la soja ha avanzado sobre el monte y sobre campos con praderas viejas» y que esto trajo aparejadas dos notorias consecuencias: «la más evidente es el aumento de la erosión del suelo, porque éste queda casi desnudo durante las lluvias de fines de otoño y del invierno. Esto se da por la siembra directa y el uso glifosato, que permite que se llegue incluso hasta el borde de las cañadas, lo que hace que queden expuestas las líneas de drenaje de los campos. El otro efecto es que, como la soja deja poco rastrojo, el suelo va perdiendo materia orgánica, que es la que le provee de nutrientes a la tierra».

 

Los entrerrianos podemos actuar ya, sin problemas, en nuestra tierra: paralizar la producción con agroquímicos mientras estén completos los estudios de impacto. No restauraremos el monte pero por lo menos nos cuidaremos de volcar más veneno.

 

El profesional acotó que en la costa del río Uruguay, desde San Salvador hacia el Sur, «son unas 400 mil hectáreas con soja hasta Gualeguaychú inclusive».

Las consecuencias del monocultivo también son evidentes en la diversidad de producción del departamento, ya que, según De Battista, «ha disminuido en el último lustro el cultivo del arroz, que era la producción más importante de la zona antes», algo que corrobora Alberto Livore, el ingeniero encargado de arroz del INTA Uruguay: «El arroz ha retrocedido respecto a las cifras que manejábamos hace diez años. Tuvimos un pico de producción en 1997, pero ahora se está haciendo la mitad de lo que fue el máximo que se alcanzó». Livore también comentó que la soja «le da un flujo de dinero más importante e inmediato» al productor.

«La solución es la concientización de los productores, se deben incrementar las rotaciones de cultivos, se debe pensar a futuro. Los productores hoy buscan la máxima renta a corto plazo y no se rota la soja con cultivos alternativos, como maíz o sorgo, porque son menos rentables. Esto quiere decir que la llave para romper el ciclo vicioso la tienen los dueños de la tierra»,  manifiesta De Battista. Además asevera que «los más problemáticos en este sentido son los productores chicos, porque la rotación afecta sus posibilidades económicas».

En el departamento son varias las empresas extraprovinciales que explotan la soja, pero no las hay de capitales foráneos. Sucede lo contrario en la República Oriental del Uruguay, donde son muchos los campos arrendados por empresas o productores extranjeros para plantar soja. Esos extranjeros llegaron a explotar tierras uruguayas desde el otro lado del río. «Allí la infraestructura es menor que en Argentina, pero no hay el porcentaje de retenciones a las exportaciones que hay acá», explica uno de los profesionales.

A algunos entrerrianos les está pasando lo que a la rana en el agua caliente. Las pasteras son como un chorro que la hace saltar. La soja encaja mejor en el caso de la rana cocinándose a fuego lento en una ollita, sin reacción.

Más evidente que la futura contaminación de las plantas de celulosa de Fray Bentos, la obsesión sojera argentina –y ahora especialmente entrerriana– está condenando el futuro próximo de las generaciones venideras. Pero es un tema de «conciencia».

 

CONTRASENTIDO 

 

Por DANIEL TIRSO FIOROTTO, especial para El Miércoles

 

Greenpeace tomó una planta pastera en construcción, a manera de protesta porque entiende que será contaminante. La misma Greenpeace tomó buques que cargaban soja transgénica argentina porque entiende que el abuso de agroquímicos enferma de cáncer.

Uruguay insiste con sus dos pasteras. Entre Ríos insiste con la soja. Uruguay realiza estudios de impacto sospechados. Entre Ríos no realiza estudios de impacto.

En 12 años, la soja pasó en Entre Ríos del diez por ciento de la superficie agrícola a tres cuartos, con fuerte tendencia al monocultivo. «La soja transgénica no alimenta al mundo, destruye el medio ambiente», dice Greenpeace. ¿Por qué el gobierno de Entre Ríos reacciona contra las pasteras y alienta el monocultivo?

Podemos encontrar dos argumentos al sojismo entrerriano: o Greenpeace no tiene razón, o hay sectores que se están enriqueciendo con la soja (el fisco, por caso).

Si Greenpeace no se equivoca con las pasteras y verdaderamente pagaremos esas fábricas con vidas humanas, debemos suponer que también acierta con los agroquímicos, y estamos pagando el monocultivo con vidas.

Es cierto, se dirá: a las pasteras no las cuestiona sólo Greenpeace sino también otros organismos. En el mismo sentido, a la soja no la cuestiona sólo Greenpeace: acaba de publicarse un informe de un grupo mutidisciplinario de expertos, que relevó seis pueblos de la pampa húmeda y encontró, en principio, «relaciones causales de casos de cáncer y malformaciones uro genitales masculinas entre habitantes expuestos a factores de contaminación ambiental como los agroquímicos».

Los entrerrianos podemos actuar ya, sin problemas, en nuestra tierra: paralizar la producción con agroquímicos mientras estén completos los estudios de impacto. No restauraremos el monte pero por lo menos nos cuidaremos de volcar más veneno. Si en verdad no estamos contaminándonos, mejor, retomaremos el cultivo...

Los gobernantes entrerrianos exigen al Uruguay que paralice obras mientras se completan los estudios de impacto, pero no están dispuestos a hacer lo mismo en casa.

A algunos entrerrianos les está pasando lo que a la rana en el agua caliente. Las pasteras son como un chorro que la hace saltar. La soja encaja mejor en el caso de la rana cocinándose a fuego lento en una ollita, sin reacción.

Pese a todo, nadie podría pedir a los gualeguaychenses que encaren todas las luchas a la vez. Es un imposible.

Es cierto que muchos quedaron entrampados en los últimos meses. La maravillosa reacción para proteger el medioambiente se encontró de pronto con un dilema inesperado: qué hacer con los gobernantes reelectos, esa pesada mochila.

Los ambientalistas podían dar una lucha frontal, coherente, con la fuerza que da el pueblo. Astuto, el gobierno provincial se metió bajo las polleras de la Asamblea Ambiental, con la peregrina idea de capitalizar votos y socializar críticas. Entonces, los críticos debían llamarse a silencio. ¡Que no fuera a debilitarse el «bloque»!

Este gobierno quiso aprovechar para hacer pie en Gualeguaychú, territorio que le era adverso en las urnas. Fortaleció al gobierno, debilitó a la Asamblea.

La lucha ambiental, tan genuina, se vio ante la necesidad de hacer espalda no sólo para afrontar las faltas de Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez. Debió ponerle el hombro además a la escasa credibilidad del dirigente provincial que pujaba por colocarse al frente. Si esto fuera una guerra, la estrategia de Tabaré resultó: digitó el general del «enemigo», con alguna candidez de este lado. Después, la batalla consistía en dejar que ese pobre general actuara. Hablara.

El que ayer fuera denunciado por decenas de hechos de corrupción millonarios; el que concentró la riqueza e izó la bandera roja de remate en la provincia, hoy pretende ponerse en víctima y enarbolar la bandera verde. Los orientales ríen.

El gran contaminador puso a los ambientalistas en una situación incómoda. Su falta de tino y su trayectoria erosionaron las relaciones con el país hermano, y fortalecieron a Vázquez.

Ahora amenaza con renunciar si es considerado un escollo. Bueno, escollo es...

La Constitución es sabia, en dos años habrá nuevo gobierno. ¿Por qué apresurar los plazos?

 

CLAVES 

– Se calcula que terminarán sembrándose con esta oleaginosa 15,1 millones de hectáreas, lo que se transformará en el 72 por ciento de toda la superficie cultivable del país.

– En Argentina, la soja provocó la desaparición de más de 250 mil pymes agropecuarias.

– Desde 1988 a 2003 las unidades productivas disminuyeron en un 24,5 por ciento. Han desaparecido 103.400 chacras.

– Entre Ríos fue la provincia que mayor superficie de bosque nativo perdió: nada menos que 700.000 hectáreas.

– El 76 por ciento de la superficie sembrada provincial corresponde a la soja transgénica.

– En los últimos cinco años, en el departamento Uruguay la superficie sembrada con soja aumentó entre un 90 y 100 por ciento.

– El 99 por ciento de lo sembrado es soja transgénica.

 

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