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Varios medios de ambos lados del río Uruguay lo tuvieron como protagonista.

La APDU pedirá que una calle de la ciudad se denomine Carlos Ariel González Cardozo "El Uruguayo"

La iniciativa surgió en estos días durante los festejos por el Día del periodista. Carlos Ariel González Cardozo, conocido  popularmente como “El Uruguayo” fue uno de los impulsores de la Asociación de Periodistas del Departamento Uruguay (APDU), conductor de programas de radio, TV e incluso incursionó en los medios gráficos.  Tuvo una extensa trayectoria.

Algunos de los socios de la APDU homenajearon este sábado a "El Uruguayo". (Foto: Fanpage de la Asociación de Periodistas del Departamento Uruguay).

 

Desde la APDU adelantaron que en las próximas semanas acercarán la iniciativa al ámbito legislativo.

Esa misma Asociación celebró este sábado su tradicional “Desayuno” en la confitería La Ris. Pero previo a ello, en el cementerio local,  rindieron homenaje a González Cardozo, fallecido en el año 2014.

El texto, que leyó Pedro Parpagnoli con la voz entrecortada por la emoción, es de Américo Schvartzman, y dice lo siguiente:

 

A tres años

Carlos Ariel Gonzalez Cardozo,  “El Uruguayo”, fue muchas cosas a la vez para los periodistas de Concepción del Uruguay. Fue una referencia ineludible para la comunicación; pero sobre todo, fue un maestro de periodistas. Quizás no lo percibió plenamente. No sé. Pero “El Uruguayo”  tenía una cultura general y un conocimiento particular del oficio que eran tan vastos como lo era su generosidad para transmitirlos. Fue una de las voces más destacadas de todos los tiempos en la radio LT11, al punto que era marca registrada en la radio y la TV en la ciudad y de la región. Sus programas (el legendario  “Vespertina”) eran oasis de libertad en épocas aun de tímida apertura, apenas saliendo de la dictadura. Sus pioneros noticieros locales prácticamente inventaron esa profesión en Concepción del Uruguay. Y en todo lo que hacía, era un multiplicador de voces, un “abridor” de horizontes plurales, un generador de alternativas en una ciudad que, por aquellos años, carecía de ellas. A tres años de ausencia no podemos evitar pensar ¡cuánta falta hace Carlos Ariel González Cardozo! ¡Cuánto tenía para seguirnos enseñando y brindando! a la comunidad, a una comunidad (incluidos los medios) que quizás no lo valoró ni supo cuidar adecuadamente.

Carlos tenía una sensatez y una serenidad vitales que parecían, indomables, casi como de Quijote, ese Quijote con que lo homenajeamos en un aniversario anterior, ese Quijote con el que Carlos Ariel ilustraba su papelería personal: su emblema. Con esa misma sensatez enfrentó sin miedo su final. “Uno se pregunta ¿por qué me tocó a mí? E inmediatamente se responde ¿y por qué no?”, dijo en la entrevista más linda que le conocemos.

Carlos enseñaba también cuando escribía, porque escribía muy bien, pero poco. O al menos publicaba poco. Sus editoriales y columnas en las pocas ocasiones en que divulgaba un texto, mostraban una enorme ductilidad para ensamblar el lenguaje de lo cotidiano con los afectos y las ideas y el humor. Poco antes de despedirse escribió que venía zafando de las balas de la vida. Pero (siempre pensando en los demás) agregó que “si esas balas le pegan a un amigo, si hieren algún afecto, las esquirlas nos dejen marcas. Y es que de pronto la vida te dice “¡eh! a vos te hablo, estoy acá”. Y así parece que es la cosa, nomás: uno debe aceptar el sacudón y revisar las marcas.

Pero el dolor de la despedida, poco tiempo después cede, se va y da lugar a otros dolores, más sutiles pero más persistentes. Como la certeza de que ya no lo escucharemos hacer una broma que nos mueve inexorable a reflexionar, ni ilustrarnos sobre algo que desconocíamos y él explica con una sencillez que ya nunca recuperaremos. Como la deuda impagable de no haberle dicho alguna vez en persona, que fue una referencia ineludible, que  fue un maestro de periodistas, que fue una de las voces más destacadas de LT11, que sus programas eran oasis de libertad, que su cultura general y su conocimiento del oficio eran tan vastos como su generosidad, que era un multiplicador de voces, un “abridor” de horizontes plurales, un generador de alternativas.

Y al mismo tiempo ese dolor nos da una única alegría, que es darse cuenta de que por eso mismo, por esa persistente y dolorosa convicción, es que nada borrará todas las huellas que nos dejara.

 

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