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Las (poke)bolas llenas

Por MARBOT

Tras la llegada al país de la aplicación para smartphones basado en el popular videojuego y animé nipón, por estos días las críticas hacia los usuarios del Pokemon Go se han vuelto algo de todos los días en las redes sociales en forma de memes y chistes, y en persona durante las charlas de oficina o en la cola de la fiambrería del supermercado. Es que la descalificación gratuita es tentadora. Lo nuevo y/o lo que no se comprende, es carne de cañón para los críticos y opinólogos de entrecasa, que en una combinación de intolerancia y gataflorismo se quejan de esos niños y adolescentes (y no tan adolescentes) encerrados, lobotomizados y despigmentados tras la pantalla de una computadora, para ahora volver a quejarse de esos niños y adolescentes (y no tan adolescentes) que han abandonado su ostracismo pero que hoy caminan por las calles cual zombies modernos smartphone en mano cazando pokemones.

Y va más allá de atacar lo que no se comprende. Pasa hoy con Pokemon Go, pasó con los tamagotchi -aquellas mascotas virtuales que cabían en un llaverito y funcionaban con una pila de reloj-, pasó con las salas de videojuegos -donde los niños, adolescentes (y no tan adolescentes) dejaban sus tardes y sus vueltos en fichas y más fichas-, y si seguimos hurgando en este palimpsesto lúdico seguramente encontremos alguna crítica a gurises de pantalones cortos que en lugar de jugar al fútbol como todos los demás se quedaban entreteniéndose con figuritas.

El lector que esté de acuerdo con estos párrafos, seguramente sonreirá cuando vea a este cronista por la calle atento a su smartphone, jugando a sus treinta y trés años, con algunas canas pero con la mente abierta y con ganas de seguir aprendiendo y soprendiéndose. Al resto lo arengo a que siga criticando. Que critique a los niños y adolescentes (y no tan adolescentes) que caminan kilómetros atrapando criaturas imaginarias realizando una actividad saludable, aeróbica y al aire libre. Critique que se aprendan de memoria la ubicación de los monumentos públicos de la ciudad donde se abastecen de elementos para su inservible actividad lúdica. Critique que socializen y se reúnan en espacios públicos con otros gurises a intercambiar datos y aprendizajes sobre sus monstruitos de bolsillo. Critique que tomen como propio espacios públicos o, peor aún, que los construyan. Y sobre todas las cosas, no deje de indignarse, horrorizarse, espantarse, y de criticar, rechazar y condenar, algo que no entiende y que ni siquiera intentó entender.

 

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