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OPINIÓN

Lo personal y lo político

Lo personal es político porque las personas interactuamos y la política no es más que crear y hacer cumplir reglas que rigen esa interacción. Pero ¿qué pasa si leemos la frase al revés? Lo político, ¿es personal? ¿Por qué no pensar que si nos peleamos con alguien “por la política” en realidad estamos usando la política como excusa? Ahí está la clave del asunto.

 

(*) Por PABLO MARCHETTI

 

Ahora que ganó Jair Bolsonaro en Brasil entiendo en profundidad lo que me dijo Miguel de Godoy en 2014, en un almuerzo fundacional (para mí), saboreando el menú del mediodía del restaurante del Centro Japonés de Independencia al 700: “A este país lo gobernamos nosotros o lo gobierna la derecha”.

Me reí, nos reímos todos. Porque éramos varios: todos cuadros políticos del PRO, toda gente inteligente e interesantísima de escuchar, toda gente de pasado “progre”; y un servidor, el único progre en ejercicio sentado a la mesa.

“Nosotros o la derecha”, decía el entonces secretario de Medios de la Ciudad y vocero histórico de Mauricio Macri. Era el chiste perfecto. El tipo de humor que me conecta con la gente. Hoy me causa gracia que aquel “chiste” (que Miguel decía en serio, sabiendo que también era una ironía y una provocación) se haya vuelto una lectura política tan fina.

 

¿Por qué no pensar que si nos peleamos con alguien “por la política” en realidad estamos usando la política como excusa? Al igual que la Marea Verde (y también como su contracara perfecta), la imbecilidad, el ser garca y desagradable también son fenómenos absolutamente transversales.

 

Bolsonaro encendió la alarma: ¿es posible una salida por derecha? ¿Y si a la derecha de Macri no está la pared? Lo pienso y recuerdo a Didier, un amigo francés que en 2002 no fue a votar en la primera vuelta, hastiado de la política, y terminó yendo a votar en el balotaje por quien jamás en su vida pensó que votaría: a Jacques Chirac, contra Jean-Marie Le Pen.

El “malmenorismo” puede tener límites muy difusos si la opción es todo aquello que la clase media progre y biempensante considera “monstruoso”. Y lo digo como parte de esa clase media progre y biempensante, sin poder perder de vista ni un poco que esa opción es monstruosa.

El gobierno de Macri podrá ser muchas cosas (ajustador, al servicio del poder concentrado) pero no es monstruoso. Macri no está haciendo nada que no haya hecho antes un Gobierno democrático y de legitimación popular en la Argentina. Más allá de su plan económico devastador, Macri toma medidas sociales brutales, no hay dudas. Pero lo hace mirando las encuestas y planteando maniobras distractivas con temas que generan rating pero que no mueven el amperímetro electoral. En eso es igual a todos los demás gobiernos de la democracia.

 

Repensemos también cómo estamos nosotros si nos da ganas de seguir discutiendo con semejante gente. Por otra parte, ¿no hay gente imbécil que piensa como nosotres?

 

El Gobierno también tira algunos centros al progre: el Centro Cultural Kirchner es una maravilla que creó el kirchnerismo y Macri continuó tratándolo como el centro de excelencia artística y escénica que es. Hubo allí, en la gestión, una transición de corte europeo. Y el Cervantes es hoy un faro teatral de la Argentina y de la región. Así como Menem eliminó la colimba obligatoria, Macri llevó al Congreso el debate sobre Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Después la mayoría de su bloque votó en contra, aunque tuvo destacadísimes legisladores que militaron a la cabeza de la causa.

Cuando recuerdo que este año Silvia Lospennato me hizo emocionar hasta las lágrimas, sólo puedo pensar que estoy sufriendo una deconstrucción. No sólo en cuanto al machismo: también a los prejuicios al afrontar los límites de lo insondable condición humana. Y, por ende, de la política.

Quienes tengan una visión exclusivamente economicista del asunto podrán alegar que el modelo que impulsan Bolsonaro y Macri es el mismo y tendrá las mismas consecuencias devastadoras. Es muy probable. Pero con eso hoy no alcanza para definir similitudes.

No se trata de quitar importancia a lo económico. Es fundamental y basta para ponerme a las antípodas en lo político. Pero también me lleva a repensar aquella frase fundante del feminismo: “Lo personal es político”. Siempre creí y sigo creyendo que esa frase es perfecta. Porque pone de manifiesto cuáles son los límites de la política. Lo personal tiene que ser político porque la política se mete en las cuestiones personales. En la soberanía de los cuerpos.

Lo personal es político porque no debería serlo, en el sentido de los actos personales, privados, que no afecten a terceros. Pero también lo personal es político porque lo será siempre, inevitablemente. Las personas interactuamos y la política no es más que crear y hacer cumplir reglas que rigen esa interacción.

Está bueno poder charlar con alguien que tiene una posición distinta a la nuestra si nos parece gente inteligente, copada, honesta. Es una cuestión de sensibilidad, de piel. Es una cuestión personal. O sea, política.

La frase “lo personal es político” también acierta porque asume el carácter performático de la política. Bien podría ser una respuesta situacionista a la sociedad del espectáculo. Que consiste en la creación de espectáculo, por supuesto. Y en esa paradoja está lo fascinante.

¿Qué pasa si leemos la frase al revés? Lo personal es político, sí. Pero lo político, ¿es personal? Ahí está la clave del asunto.

Las relaciones personales no deberían estar contaminadas por cuestiones políticas. Digo esto y parezco el personaje de Peter Capusotto, el viejo que dice: “No hablen de política, tomen merca si quieren, pero no hablen de política porque la política es mala”.

No hablo de reconciliar a la familia argentina, de cerrar la grieta y esas huevadas que detesto. Me refiero a que las relaciones personales están marcadas por muchísimos factores, que a veces pueden prescindir de cuestiones políticas profundas.

¿Por qué no pensar que si nos peleamos con alguien “por la política” en realidad estamos usando la política como excusa? Al igual que la Marea Verde (y también como su contracara perfecta), la imbecilidad, el ser garca y desagradable también son fenómenos absolutamente transversales.

Puede ser que en realidad alguien no nos cae bien no por su posición política sino porque no nos parece interesante. Lo que no podemos, de ningún modo, es pensar que alguien que tiene una determinada posición política es, por definición, un garca o un imbécil.

Si es así, repensemos también cómo estamos nosotros si nos da ganas de seguir discutiendo con semejante gente. Por otra parte, ¿no hay gente imbécil que piensa como nosotres?

Sucede que lo personal va mucho más allá de lo político. Es más inexplicable, más profundo, más misterioso. Lo personal es político, porque es imposible pensar lo político sin pensar en lo personal, en la gente, en les individues.

Se utiliza a menudo el témino “individualismo” para denostar a quienes, se supone, atentan contra los proyectos colectivos. Pero muchas veces, esa descalificación al “individualismo” viene de la mano de una pérdida del sentido de lo individual, alentando la pérdida de autoestima.

Nadie es exclusivamente individualista. Pero todes necesitamos serlo en algún momento. Hay gente que más, hay gente que menos. Pero nadie está exento de individualismo. Por suerte. Una organización política que no contemple eso está condenada a ser más de lo mismo.

Dije que Macri no es monstruoso y Bolsonaro sí. Lo hice para marcar claramente una diferencia. Pero no, nada que ver. Ni siquiera Bolsonaro es mostruoso. Es una persona, un individuo. Con capacidades de convivencia diferentes, si quieren, pero persona al fin. (Perdón, no puedo evitar que el progre que llevo dentro se exprese).

Si Bolsonaro no es monstruoso, mucho menos lo son sus votantes. Si pensamos que la mitad del Brasil es homofóbica y racista, no hay que pensar en términos electorales sino independentistas. Crear una nación progre y ya. No está mal, pero por el momento no parece haber otra opción que las urnas. En Brasil y en la Argentina.

Es evidente que en Brasil van a tener que empezar a pensar qué es político y qué personal. Y cómo retomar un diálogo, una comunicación que no sea definir al enemigo con Satanás. Sí, igual que la Iglesia Universal del Reino de Dios, pero al revés. Raro, ¿no?

Acá, en la Argentina, también se trata de lo mismo. Está bueno poder charlar con alguien que tiene una posición distinta a la nuestra si nos parece gente inteligente, copada, honesta. Es una cuestión de sensibilidad, de piel. Es una cuestión personal. O sea, política.

Se trata de ser prácticos. Y prácticas. (Perdón, “practiques” me la baja). Me parece un paso importante poder decirle a alguien o que alguien te diga a vos: “Esto que opino es político, no es personal”.

Parafraseando a un grafiti en una pared de París, en 1968: seamos individualistes, pidamos lo posible.

(*) Nota publicada en La Vanguardia este 16 de octubre

 

 

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