“Mi madre era creyente. Pero cuando le preguntaban a mi padre si era creyente, él respondía: ‘Más bien soy dudante’. Yo soy como él, un dudante”.

Atahualpa Yupanqui

La vasta (y exitosa) campaña que las distintas iglesias hicieron para incidir en el debate parlamentario (y lograr que, por ahora, el aborto siga siendo clandestino) muestra diferentes coletazos: uno de ellos es el crecimiento del activismo de grupos que rechazan avances legislativos que, hasta acá, parecían expresar consensos sociales. Ese “renacer” oscurantista, por ejemplo en el rechazo a la ESI bajo consignas insólitas por su oscurantismo, es uno de varios síntomas que se acumulan generando una creciente preocupación entre quienes no adhieren a dogmas religiosos, o simplemente creen que el espacio social debe estar exento de esas manifestaciones.

Las recientes declaraciones del Papa Bergoglio, quien después de haber dicho hace un par de años “¿Quién soy yo para criticar a una persona por ser gay?” (algo que parecía un cambio radical en quien poco antes, como cardenal porteño, había calificado al matrimonio igualitario como “un plan del Diablo”), ahora dio varios pasos atrás, al recomendar la psiquiatría para abordar la homosexualidad, como si se tratara de una enfermedad mental. Aunque sus voceros intentaron atenuar ese mensaje, las aclaraciones solo oscurecieron. Y estremece imaginar a padres devotos llevando a atención psiquiátrica a su niño o niña porque manifiesta tempranamente atracción por su mismo sexo.

Para algunos, el avance de las corporaciones evangelistas en Sudamérica, que han ido transformándose en factor de poder cada vez más potente, se inscribe en el mismo fenómeno. En Brasil, por ejemplo, contribuyeron al triunfo de Dilma, y luego a destituirla. Hoy se analiza su rol en la victoria del inclasificable Jair Bolsonaro (¿neoliberal neofascista?).

Acciones como el rechazo a la ESI son síntomas que generan preocupación entre quienes piensan que el espacio social no debe estar influenciado por creencias dogmáticas.

PARE DE SUFRIR

En la Argentina (en una estrategia que parecería inspirada en la idea gramsciana de la batalla cultural pero que en verdad es marketing) avanzan en la televisión abierta, en horarios centrales, con espacios caracterizados por contenidos notablemente retrógrados, destinados a personas supersticiosas y poco informadas, tales como “Pare de Sufrir”. Ese programa, que cientos de miles de personas consumen por la medianoche, es una estafa pública a la vista de todo el mundo, donde anuncian curaciones milagrosas o venden productos sanadores.

Vale la pena enlistar algunos de los productos que ofrecen cada noche en los principales canales de TV: el “jabón de la descarga”, “agua bendita”, “la rosa milagrosa”, “la llave de la victoria”, “la sal bendecida por el Espíritu Santo”, “el agua del río Jordán”, “piedras de la tumba de Jesús”, “pan bendecido”, “aceite milagroso de Israel”, “arena de la playa del mar de Galilea”, “aceite del monte de los olivos”, “vara de Jacob”, “maderitas de la cruz de Jesús”… Un amplio merchandising mágico destinado a toda clases de incautos.

Esta enorme empresa multinacional ya tiene templos en cualquier ciudad mediana de América Latina. Pero allí apenas empieza: hoy producen profesionalmente películas o series con temáticas supersticiosas, basadas en leyendas presentadas como si de historia se tratara.

LA IGLESIA, PREOCUPADA

Paradójicamente su actividad preocupa a aquella otra empresa multinacional mucho más vieja y experimentada, que los mira con recelo y que, incluso, los denuncia en sus sitios digitales. En efecto, la Iglesia Católica está perdiendo parte de su incidencia a manos de esta competencia, que el Vaticano considera desleal dado que usan sus mismos símbolos y leyendas: películas y telenovelas como “Moisés y los diez mandamientos” o “Los milagros de Jesús” han resultado rotundos éxitos. No obstante, esa preocupación no le impidió a la Iglesia Católica coaligarse con esos sectores en rechazo a la legalización del aborto. Realpolitik al estilo eclesiástico.

Como además proliferan iglesias que compiten entre sí por sumar seguidores –o en algún caso por conservarlos– se lanzan a ocupar los espacios públicos, y no solamente en los medios: plazas, plazoletas, calles, son invadidas desde hace décadas por sus símbolos de adoración.

Las personas “no creyentes” parecen haber comenzado a reaccionar.

Otro aspecto destacable es la centralidad que adquirió la figura del Papa, que en algunos aspectos aparece asociada a adecuaciones de época de la Iglesia –por ejemplo en su discurso respecto de lo social, o en la cuestión ambiental– pero que cuando de libertades individuales se trata sigue siendo tan conservador como Pio XII.

Es evidente que los avances que Bergoglio pueda expresar en relación a sus antecesores, tiene límites claros. Y no se trata de esperar que el Papa reconozca que no hay Dios alguno que le dé instrucciones, o que esa empresa institucionalizada por los emperadores romanos Constantino y Teodosio, no es otra cosa que una ficción incomparablemente útil durante siglos para sostener a los poderosos, y que subsiste desde hace dos milenios porque aprendió a adaptarse como ninguna otra institución en este mundo.

El filósofo y cientifico italiano Carlo Rovelli dice algo interesante al respecto: “El Papa tiene una posición muy elogiable respecto al cambio climático, con exhortaciones a la acción y no sólo a que la gente rece. Pero, por detrás, se mantiene firme en la posición tradicional de que la Iglesia (o sea, él) tiene la última palabra acerca de la verdad del mundo”.

PENSAMIENTO CRÍTICO

Otro indicio preocupante es el avance de las seudociencias en todos los rubros, incluso la utilización de ciertas nociones científicas convertidas en pastiches de autoayuda, como está sucediendo con las “neurotonterías” o la física cuántica, cosa que se evidencia también en el crecimiento de los sectores “antivacunas”. Algunos ven allí un fenómeno de otro tipo: una muestra de la desconfianza en la llamada ciencia oficial, como resultado de tanto desastre producto del uso político y empresarial de la ciencia y la tecnología.

Pero también puede ser mirado como una muestra de los riesgos derivados de nuestra deficiente formación científica, de la falta de pensamiento crítico que lleva a que incluso personas con títulos académicos vinculados a disciplinas muy rigurosas, sean proclives a anteponer sus creencias dogmáticas por sobre los hechos comprobados. El caso de Abel Albino diciendo pavadas sobre virus y porcelana no es una excepción.

La capacidad de penetración que tienen las iglesias, los ritos supersticiosos o los mercachifles con pátina científica, evidencian la necesidad humana de acceder a explicaciones sencillas, adecuadas a las coordenadas simbólicas de personas que, por su propia formación, necesitan “entender” lo que pasa aunque esa explicación sea falsa, simplificada o incomprobable.

El científico y filósofo Marcelino Cereijido dice que los argentinos somos analfabetos científicos, que no se nos enseña a pensar críticamente, a exigir razones de lo que se afirma, a investigar por nuestra cuenta y a someter a análisis lo que se nos dice. Y tal vez por eso resulta tan fácil proveernos de análisis de muy baja complejidad, tipo “malo/bueno”, “blanco/negro”. Análisis que tranquilizan, que ponen orden en un mundo caótico, desordenado. Es probable que el diagnóstico de Cereijido sea también uno de los factores que explican resultados electorales como el de Brasil.

El reclamo por separar al Estado de cualquier culto rompe el “frente unificado” de los creyentes: en general, las otras religiones están de acuerdo.

UNA BUENA NOTICIA

Todo lo anterior, y probablemente otros fenómenos que escapan a estas líneas, llevan a muchas personas que no adhieren a creencias sobrenaturales –o simplemente tienen la profunda convicción de que corresponden al ámbito intimo y no dan a nadie el derecho de imponérselas a las demás– a concluir que es necesario hacerse visibles, reivindicar su forma de ver las cosas, exigir que el Estado se desprenda de las supersticiones, reclamar que la Escuela incorpore una mejor enseñanza crítica, una alfabetización científica, que enseñe historia de las religiones para que las nuevas generaciones dejen de creer que eso que le dicen en la casa es “La Verdad”, en fin, que puedan aprender a ser más libres y tolerantes. Y que el espacio de todos, el ámbito público, esté exento de dogmas y supersticiones.

Así, por primera vez en mucho tiempo las personas “dudantes”, las personas “no creyentes” parecen haber comenzado a advertir que si no reaccionan, habrá cada vez más medios colonizados por grupos religiosos, muchos más líderes sociales hablando en nombre de seres imaginarios, y quién sabe a qué fanáticos al frente del Estado, capaces de sumirnos en la oscuridad a la que con tanta facilidad las personas somos capaces de regresar ante la desesperanza o la desesperación.

Hay un detalle interesante que es a la vez un punto muy fuerte a favor del debate por la separación: el reclamo rompe el “frente unificado” de las sectas religiosas. Porque muchas de las otras religiones están de acuerdo con separar a la Iglesia Católica del Estado. Incluso muchas personas católicas, las más lúcidas y democráticas (y tal vez las más consecuentes con aquello de “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”).

EL 15 POR CIENTO ES MUCHA GENTE

Otro aspecto poco conocido (y muy relevante) es que las personas “dudantes” no somos pocas: entre quienes se definen como ateas, agnósticas o simplemente prescindentes, somos entre el 13 y el 15 por ciento de la población argentina, según encuestas de la Universidad Catolica, de Gallup y de Latinobarómetro, de 2011, 2012 y 2014 respectivamente. Bastante más que la suma de las personas evangelistas, testigos de Jehová, musulmanes y judías en la Argentina. Pero no se las ve. Por eso es tan importante visibilizarse.

En un contexto obturado de desazón y de pésimas noticias, es una buena noticia que ese despertar haya comenzado. Es positivo que las personas “dudantes” comiencen a organizarse y a exigir separación del Estado de cualquier culto religioso, que no es solo una cuestión de dinero o de exenciones.

Gráfico reproducido en Grimson, Alejandro y Karasik, Gabriela (compiladores) (2017). Estudios sobre diversidad sociocultural en la Argentina contemporánea. CLACSO.