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ENTREVISTA

Andrés Malamud: “El federalismo tóxico de la Argentina sigue siendo el principal problema que tenemos como país”

El destacado investigador estuvo en Concepción del Uruguay y en este diálogo —que no excluye cuestiones de coyuntura— fue categórico respecto del problema irresuelto de la Argentina desde sus inicios como nación independiente. También dejó su mirada sobre el presente y los escenarios posibles para la Argentina que viene.

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN (*)

 

Andrés Malamud egresó con honores en Ciencias Políticas en la UBA y después hizo un doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en el Instituto Universitario Europeo. Vive en Portugal, donde investiga en la Universidad de Lisboa. De formación y tradición radical, se define como “un seguidor ortodoxo de Max Weber”, aunque “un poco gramsciano”.

Consultado por medios periodísticos, académicos e institucionales para que ilumine la coyuntura política, sus opiniones sobre los problemas estructurales del país son llamativamente disruptivas: por ejemplo es uno de los escasos intelectuales de la Argentina que plantea el federalismo irresuelto al que en esta entrevista definió como “el principal problema que tenemos desde el principio de la nacionalidad”. El diálogo fue en ocasión de su visita a Concepción del Uruguay para dar una conferencia en la Universidad de la cooperativa Río Uruguay Seguros.

“El Fondo le pide a Milei sustentabilidad de las reformas porque el país va a seguir y Milei no se sabe”.

Planteabas, antes de la llegada de Milei a la Presidencia, y en relación con su debilidad en el Congreso, un escenario “peruanizado”, donde presidentes débiles electoralmente se enfrentaron con el Parlamento. ¿Cómo estás viendo esa cuestión hoy?

— En efecto, yo marcaba tres escenarios posibles. Los dos primeros serían los peruanos: lo que pasó en 1992, cuando Alberto Fujimori no tenía mayoría en el Congreso, no lograba hacer pasar las leyes de estabilización económica y decía que no podía combatir al terrorismo de Sendero Luminoso. Entonces lo cerró, decidió gobernar por su cuenta. ¿Cómo terminó Fujimori? Preso. Y con un partido, el fujimorismo, donde se presenta su hija como candidata y es un potencial gobernante. En el otro escenario peruano, también hay conflicto de un presidente minoritario con un congreso opositor, pero gana el Congreso. Eso ocurrió el año pasado, cuando Pedro Castillo trató de hacer lo mismo que Fujimori, pero cuando quiso cerrar el Congreso éste le dijo “te suspendemos nosotros”. ¿Cómo terminó Castillo? Preso, también.

Los presidentes peruanos terminan presos con frecuencia.

— Sí, la excepción es cuando se fugan o cuando se suicidan, como Alan García.

Pero planteabas una tercera alternativa.

— Sí. Un escenario más “argentino”: gobernar con pactos, con coalición. Que es lo que hacen casi todos los presidentes latinoamericanos, empezando por Lula, por Brasil en general, que gobernó con grandes coaliciones, con un vicepresidente liberal, ahora gobierna con un vicepresidente de un partido que lo enfrentó hace una década. Fueron rivales y de repente se juntaron para ganarle a Bolsonaro. Eso se llama presidencialismo de coalición. Que no es lo que la Argentina tiene exactamente, pero los dos principales ministros de este gobierno —el de Economía y la de Seguridad— fueron ministros de Macri. ¿Entonces hay o no pacto? Milei aprendió rápido que no le alcanzaba con los propios y puso en los puestos más importantes a la gente que venía del partido cuya candidata, él decía, había puesto bombas en los jardines de infantes.

“Milei está comprando aguante con expectativas. Espera que la gente aguante el dolor hasta que llegue la recuperación”.

Después le pidió perdón.

— Sí. Así se hacen los pactos. Uno se disculpa, la otra acepta y cogobierna.

Sin embargo, también vuelve a amenazar con que el Pacto de Mayo si no están las condiciones lo va a hacer él solito con la ciudadanía, avanzando en esa mecánica populista que vos marcabas en alguna columna.

— Sí, o que lo va a hacer más tarde. Porque en realidad el Pacto de Mayo no tiene mucha importancia, era simbólico. El Pacto tenía como objetivo generar una expectativa de duración, un puente entre los períodos iniciales, los más duros de su gobierno (con alta inflación porque al asumir la duplica: el 12 por ciento en noviembre y el 25 en diciembre) y la liquidación de las exportaciones, a fines de mayo e inicios de junio. Para pasar el primer semestre tenía que construir un horizonte para que la gente se bancara el ajuste porque el segundo semestre sería mejor.

El Pacto entonces no importa.

— Lo que importan son las leyes, no los pactos. Los pactos marcan una intención, la ley marca una obligación. Y es la ley lo que él necesita, por eso el pacto se suspende hasta tanto la ley se concreta. Esto no lo digo, yo lo dice la Constitución y el que le parezca poco la Constitución, lo dice el Fondo Monetario Internacional (risas). El Fondo le pide sustentabilidad de las reformas porque el país va a seguir y Milei no se sabe.

Y si sigue va a estar ocho años.

— Como máximo. Y las inversiones tienen un tiempo de maduración superior a los ocho años. Y el FMI quiere que el que venga acepte estas reglas. Sea quien sea, posiblemente ya esté sentado en el Congreso o al menos tenga su tropa ahi. Y quieren que banque. Entonces Milei está pactando. No cierra el Congreso, no es destituido por el Congreso. Pacta. Era el tercer escenario.

“El nuestro es el único país que tiene este sistema perverso de la coparticipación, donde el Presidente tiene que ir a mendigar a los gobernadores, o viceversa, para poder gobernar”.

Sos una de las pocas referencias en nuestro mundo de producción de conocimiento y de análisis de la realidad que marca, y con énfasis, el problema del federalismo inconcluso o fallido. Quiero saber, por un lado, qué importancia le asignás en la agenda profunda de nuestra sociedad. Y también cómo creés que incide en la coyuntura.

— Es el problema número uno desde el principio de la nacionalidad. El país surge en una revolución municipal: el Cabildo Abierto de Buenos Aires, el 25 de Mayo, no es una revolución nacional. Desde ese momento, Buenos Aires es la cuestión a resolver. Tenemos 14 provincias, Buenos Aires es el puerto, fíjate que en esa época las provincias eran más ricas, porque la riqueza tradicional argentina venía de las minas del Alto Perú (hoy Bolivia). La primera universidad argentina, la única anterior a la independencia, está en Córdoba. Así la cultura y la riqueza en Argentina no estaban en Buenos Aires, pero el puerto y la aduana tornan a Buenos Aires rápidamente la principal potencia entre las 14. Con Rosas, queda claro: Rosas será federal de nombre y unitario de apellido. Entonces desde acá, de esta ciudad, con Urquiza, surge la rebelión federal en serio y cuando Urquiza gana finalmente en Caseros, y Rosas se va, se organiza la nación. Pero nos olvidamos que durante una década se organizaron dos naciones: por un lado Buenos Aires y las otras 13 por el otro.

La única vez en la historia que las provincias estuvieron a cargo de la Confederación.

— Exactamente. Entre Ríos es la cuna de uno de los dos países que después da lugar al país en el que vivimos. Desde entonces la cuestión bonaerense es clave. En 1880 la resuelven descabezando a la provincia de Buenos Aires. Es una provincia enorme, pero tienen algo que es de todos: el puerto y la aduana. Entonces, que sea de todos: Capital Federal. Parecía que funcionaría, pero cien años después nos encontramos con que esa capital y el conurbano volvieron a formar un gigante amorfo, el AMBA, área metropolitana de Buenos Aires. Es el 0.5% del territorio, pero vive el 33% de la población, un tercio de los argentinos. Es una asimetría que no se encuentra en ningún otro país grande del mundo. Y a eso se suma que nuestro federalismo tiene un problemita económico: la coparticipación. Que disocia los incentivos: el que recauda es el Estado Nacional y las que gastan son las provincias. El Estado pone la cara y queda como el malo, y las provincias quedan simpáticas porque distribuyen. No están alineados los incentivos: el que recauda tiene que gastar, el que gasta tiene que recaudar. Porque si no cada uno hace lo que le conviene. Al Estado no le conviene recaudar o le conviene recaudar impuestos no coparticipables.

“La capital y el conurbano volvieron a formar un gigante amorfo, el AMBA, donde en el 0.5% del territorio, vive el 33% de la población. Una asimetría que no se encuentra en ningún otro país grande del mundo”.

Los más problemáticos.

— Los más perversos, los más tóxicos. Y eso es lo que tenemos. De los cuatro países en el mundo que son presidencialistas y federales (son sólo cuatro: Estados Unidos, México, Brasil y la Argentina) el nuestro es el único que tiene este sistema perverso de la coparticipación, donde el Presidente tiene que ir a mendigar a los gobernadores, o viceversa, para poder gobernar. En Estados Unidos no vas a ver nunca una foto de cincuenta gobernadores con el Presidente. Cada uno gobierna su región. En Brasil o en México lo mismo, son poderes autónomos. Acá son poderes cruzados, con incentivos desalineados. Ese problema la Constitución de 1994 lo observa y manda a resolverlo en dos años.

Y pasaron treinta sin que se haya podido abordar.

— Sí. La disposición transitoria dice dos años, hasta el 1996 tenían, para cambiar la ley de coparticipación. Pero además, dice que tiene que ser por unanimidad. Entonces al mismo tiempo exige que lo resuelvan y lo impide. Nunca las provincias beneficiadas van a aceptar perder coparticipación.

Un mandato de imposible cumplimiento en la realidad política argentina.

— Exactamente. Yo veía una sola manera de cumplir ese mandato: que la Corte Suprema lo interpretase de tal manera que permitiese la reforma sin exigir el consenso de los gobernadores. Milei encontró otra manera: desfinanciar y obligarlos a sentarse o a morir de hambre. La cuestión es que mientras tanto la manera de desfinanciarlos, es cobrar impuestos que distorsionan todo lo demás, al comercio exterior, las retenciones, el impuesto país. No hay ningún país que se sustente con una estructura impositiva tan perversa como la Argentina. Y la culpa de que exista es el federalismo tóxico que supimos construir.

Has marcado una analogía entre el proceso actual y el menemismo, en la alianza de clases o en los respaldos que convoca Milei, con un apoyo mayor en sectores de menores ingresos y de mayores ingresos. Y algo similar con los niveles de formación. ¿Qué escenario ves si a Milei le salen las cosas “bien”, como a Menem por un buen tiempo, y en caso de que le salgan “mal”

— Políticamente la respuesta es simple. Económicamente no tanto. Que le vaya bien a Milei significa que termina el mandato y reelige. Que le vaya más o menos es que termine pero no reelige, como no pudieron Macri ni Trump ni Bolsonaro, ni Fernández si lo hubiera intentado. Que le vaya mal es que no termine el mandato. Hay remedios constitucionales, desde juicio político hasta la sucesión vicepresidencial, pero no es bueno que un Presidente no termine el mandato. Además, si le va bien es porque la economía remontó. Si le va mal, es porque la economía no dio satisfacción.

“Soy optimista en cuanto a lo ambiental porque las energías renovables son negocio”.

¿Y qué sería que le vaya bien económicamente?

— Económicamente, la Argentina tiene oportunidades que no tenía desde hace un siglo: un mundo que reclama lo que producimos. Desde 1930 el mundo no compraba a gran valor lo que nosotros producíamos. El deterioro de los términos de intercambio, lo que exportábamos valía cada vez menos, lo que importábamos valía cada vez más. Ahora es al revés. Tenemos mucho de lo que el mundo necesita. El mundo nuevo, el mundo del Indo-Pacífico, China y sus amigos. O enemigos, que están en la misma región. Así que la Argentina tiene una chance ahí, pero tiene que ordenarse para aprovecharla. Los impuestos actuales perjudican, al perjudicar el comercio exterior que es lo único que te puede salvar. Al gravar el comercio exterior lo que estás haciendo es disparándote en el pie. Hay que resolver eso. Mientras tanto hay que pasar la emergencia. Y para ajustar eso, hay gente que va a sufrir: recesión y desempleo. Y no sabemos cuánta capacidad de aguante hay, nadie sabe. Milei está comprando aguante con expectativas. No con realizaciones. Él no le da a la gente empleo ni aumento salarial, le da reducción de la inflación para que aguante el dolor hasta que llegue la recuperación.

Si llega.

— Y sí. El día que llegue la recuperación sabremos si le fue bien o mal, si lo logró él o lo logra el próximo.

En el escenario global las mentes más lúcidas del planeta, más de 100 premios Nobel, vienen planteando la necesidad de salir de los combustibles fósiles. El riesgo cierto, sin discusión en el campo de la ciencia, del colapso ambiental. Y frente a eso, el crecimiento de líderes, como en la Argentina, negacionistas de esa realidad. ¿Qué lugar le das a ese problema? En la mirada amplia, no solo en nuestro país, en donde casi desapareció de la discusión pública.

— Soy un poco más optimista. Porque veo que las energías renovables son negocio. Más allá de las convicciones. Aunque Milei no crea en las energías renovables y no crea en el cambio climático, la Patagonia y la Puna tienen posibilidades de viento y de sol que pocos lugares en el mundo te ofrecen. Entonces se puede ganar plata con eso. Y eso, alguien que le gusta el mercado, lo respeta, no por la convicción verde, no por eso, sino por el dinero que te hace ganar las energías del futuro. En ese sentido es que soy optimista.

(*) Artículo publicado en la revista Análisis de Paraná.

 

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