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A 120 AÑOS DE LA MUERTE DE PEYRET

El filósofo que resiste las etiquetas

Alejo Peyret, de cuya muerte se cumplen 120 años, fue un filósofo en acción: organizador de la Colonia San José, fundador de la ciudad de Colón, creador de bibliotecas y mutuales, traductor y divulgador de Proudhon, pionero de la economía social, impulsor de cooperativas, pionero de la educación técnica y física, defensor de los derechos de las mujeres, del acceso equitativo a la tierra y de la supresión de toda desigualdad.

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de EL MIÉRCOLES DIGITAL (*)

 

Su nombre es conocido en la región porque aparece en escuelas y calles. Pero no es tan conocida su obra social, pionera en tantos aspectos que es difícil de sintetizar. Y menos aun, su singular y heterodoxo pensamiento filosófico, que recién empieza a recuperarse.

 

Incansable

Peyret había nacido en Francia en 1826 y emigró hacia esta región tras el fracaso de la revolución de 1848. Ya en la Argentina, fue convocado por Urquiza y se instaló en Entre Ríos, donde dio clases en el Colegio del Uruguay y colaboró en periódicos de la región. Desde entonces elaboró una abundante producción filosófica, ensayística y literaria que sigue aun dispersa, en unos pocos libros e incontables colaboraciones en diversos periódicos de la época.

Y mucho más: creó la primera mutual del país en 1856, impulsó instituciones democratizadoras del saber; inauguró el abordaje científico de las religiones y su enseñanza despojada de dogmas; impulsó la necesidad de una educación integral, que aunara a la labor intelectual, la manual y técnica, y no descuidara la educación física; y sobre todo, que fuera universal, es decir, no solo para varones y no solo para las clases dominantes; impulsó la separación del Estado de cualquier culto religioso; cuestionó con capacidad visionaria el hiperpresidencialismo de la Constitución, que conspiraba contra la idea federativa; exploró el territorio nacional dejando formidables crónicas de época; impulsó la democratización de la propiedad agraria, la creación de bancos cooperativos y la economía social; realizó los primeros matrimonios civiles en la Argentina; estuvo presente en el Congreso de París que instaló el Primero de Mayo como día de lucha internacional de la clase trabajadora y al mismo tiempo en los Congresos que impulsaron el cooperativismo y la autogestión obrera, la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, la Economía Social, la educación técnica y física.

Una pequeña República

En la segunda mitad del siglo diecinueve, este intelectual revolucionario francés afincado en el Río de la Plata, soñó y puso en práctica en Entre Ríos una “pequeña república” en la que movilizó sus ideales de una democracia agraria, constituida por pequeños propietarios asociados y cooperantes, con igualdad entre varones y mujeres, estado laico, educación universal integral, sin cuerpos armados y con tolerancia religiosa y civil. Eso fue la Colonia San José, durante muchos años modelo de diseño social exitoso para todo el país.

El proyecto tuvo el apoyo y la protección del general Urquiza: se llevó a cabo en tierras de su propiedad. Peyret la llevó adelante no sin conflictos de diversa índole, como prueba piloto para un plan colonizador que multiplicara la afluencia masiva de familias sin chances de acceder a tierras en la vieja Europa, “decrépita” según Peyret. Este francés inquieto entrevió la imposibilidad de que el experimento progresara si lo rodeaban las grandes extensiones de latifundio, pobladas “por ganado y no por personas”, y por esa razón no se privó de señalarle a Urquiza la necesidad de que en algún momento se decidiera “entre la estancia y la colonia”.

Democratizar la ciencia

Además de todo lo anterior, Peyret escribió incesantemente artículos en periódicos, libros, cartas, memorias, cuentos, discursos, poesías, tratados de filosofía de la historia y de las religiones, informes técnicos, que abarcan todas las áreas de su voracidad intelectual y humana, y siempre sus textos parecen tener presente una exhortación del propio Peyret: “Es preciso que los escritores escriban para las masas y no para las academias, que hablen el lenguaje del pueblo y no solamente el de las clases distinguidas de la sociedad. Así se democratizará la ciencia”.

El rescate y puesta en valor de su obra es una tarea que apenas hemos comenzado, convencidos de que será un valioso aporte a nuestra cultura, al recuperar una filosofía de rasgos muy definidos, originales y de sólidas bases, que no se encuentra expuesta de ese modo en ningún otro pensador conocido de su época, aunque se las encuentra, por separado, en fuentes diversas en la historia de las ideas. Esa singularidad y profundidad lo colocan en el lugar de primer filósofo de Entre Ríos, y uno de los primeros en la región, con el mérito de que su filosofía fue desarrollada en un lugar semimarginal, lejos de los grandes centros de producción de conocimiento de la época, a partir de una poderosa capacidad analítica y una erudición propia de los más destacados pensadores de la Ilustración, y sobre la base del mejor uso posible de los conocimientos disponibles en su contexto.

“Una de los voces más valiosas”

Revisado hoy, su pensamiento no solo mantiene vigencia sino que se revela con mayor potencia, a la luz de los debates sociales y los avances en las ciencias y en filosofía política. El pensamiento de Peyret expresa un puente entre lo que en la discusión filosófica contemporánea se denomina la Ilustración Radical y las más actuales propuestas de una democracia participativa y social, una “utopía para realistas”. Un socialismo libertario, cooperativista, federal y popular, con un Estado activo pero limitado en sus esferas de acción, con la propia comunidad administrando los bienes comunes y donde la soberanía popular esté basada en el trabajo y la asociación libre de hombres y mujeres.

Peyret aparece así como uno de los grandes pensadores de nuestra joven historia, un intelectual que estaba a la altura de Alberdi y Sarmiento, con cuyos discursos mantuvo relaciones de diferente índole, no exenta de duras tensiones y también de coincidencias. Es, según Fermín Chávez, una de las voces más valiosas ocultadas de nuestro pasado, y cuya obra aun se encuentra dispersa y sin sistematizar, sin reeditar desde hace más de un siglo. Quizás por la falta de abordaje desde la filosofía, suele ser motivo de perplejidad para investigadores que muchas veces alientan confusiones o malos entendidos sobre cómo “etiquetar” a Peyret.

Entre otras cosas, Peyret es un poderoso antecedente de una corriente historiográfica tan alejada de la versión “revisionista” de la historia argentina como de la historiografía “liberal” por oposición a la cual aquella se define, razón por la cual resulta una figura incómoda para ambas tradiciones. Por otro lado (como lo contamos en el tomo II de las “Historias (casi) desconocidas de Concepción del Uruguay”) Peyret es el primer traductor al español del Principio federativo de Proudhon (y no fue el único de sus textos que tradujo y divulgó), convirtiéndose así en el introductor del pensador francés en la discusión filosófico-política de la región.

A 120 años de su muerte, es buen momento para conocer y repasar el recorrido singular, único e irrepetible de un ser humano que llegó desde lejos siguiendo su sueño más preciado: disfrutar de “la felicidad y la fecunda libertad” y ayudar a las demás personas a disfrutar de ellas, convencido como estuvo de que desde este territorio, desde este pequeño y hermoso lugar del planeta, deberá salir “una forma más perfecta de sociedad y de gobierno”.

La Filosofía de Peyret

Los grandes autores son los que pueden ver más allá de su época, y en ese lugar encontramos a Alejo Peyret. Sus principales posiciones se ven desde la actualidad como precursoras del pensamiento de referentes intelectuales de la talla de Carlos Nino, Erik Olin Wright, Elinor Ostrom, Mario Bunge y Roberto Gargarella. Y, en tren de caracterizar su pensamiento, la filosofía de Peyret aparece con varios rasgos que no pueden reducirse a una sola etiqueta: se la puede caracterizar como realista científica, naturalista, humanista, pacifista y dialéctica, lejos del estrecho traje de positivista que le asigna parte importante de la bibliografía.

Su filosofía política se puede rotular indistintamente como un socialismo republicano (como definió públicamente su ideario en una de las pocas ocasiones en que lo hizo por escrito), un liberalismo igualitarista, un socialismo libertario, cooperativista, federal y popular, tan distante del liberalismo ortodoxo como del socialismo autoritario, y precisamente por eso, tan atractivo como antecedente y a la vez como expresión de una alternativa que no tenía encarnadura en la realidad sociopolítica de su época.

A lo anterior, debe añadirse el mérito de que su filosofía fue desarrollada mientras asumía compromisos de enorme complejidad y que superó exitosamente (como la creación de la Colonia San José) y en medio de una labor inagotable de siembra que fructificara en bibliotecas, sociedades mutuales y asociaciones de diferente tipo, y todo ello en nuestra región, a miles de kilómetros de los grandes centros de producción de conocimiento de la época, a partir de su potente capacidad analítica y sobre la base del mejor uso posible de los conocimientos disponibles en su contexto, con una agudeza mental propia de los más destacados pensadores de su tiempo.

Puntos de vista singulares

La mirada de Peyret es singular, si no única en su tiempo. Lo prueban sus puntos de vista, de los que vale la pena resaltar algunos:

- la defensa de la concepción federal comprendida no como el derecho al aislamiento feudal o a la discrecionalidad caudillesca –interpretación impuesta por la historiografía oficial– sino como autonomía de las comunidades, como soberanía de las personas y base insoslayable de una genuina democracia; y esto sin ingenuidad, con conciencia de que un pueblo sin educación puede ser manipulado para legitimar autocracias;

- la impugnación a una dirigencia que se autoproclamaba “liberal” y a la que Peyret cuestiona precisamente en nombre del liberalismo, en dos aspectos centrales: en el desprecio por “las libertades individuales y colectivas” de sus adversarios, la supresión de la disidencia, el exterminio de poblaciones enteras, la ejecución sin juicio de caudillos provinciales, la manipulación de la información (actual o histórica) y la sujeción de la prensa libre, en fin, el espejo invertido del alfabeto básico del liberalismo. Peyret llega a decir que “donde se dicen liberales, debe leerse opresores”.

– su rechazo del liberalismo económico, expresado en la fórmula laissez faire, laissez passer, que Peyret combate desde sus primeros escritos, y que se articula en una defensa fundamentada filosóficamente de la necesidad de un rol activo del Estado, orientando el futuro de la sociedad a través de políticas públicas como la educación popular e integral o la lucha contra la concentración de la tierra en pocas manos, y de la sociedad, tomando en sus manos la economía mediante empresas cooperativas y sociales.

– la primera refutación filosófica registrada de la fórmula sarmientina de “civilización y barbarie”, en las páginas de El Uruguay (1865), y luego en las Cartas sobre la intervención… (1873), denunciando que esas palabras “chorrean sangre” y negando a la “civilización” la potestad de exterminar al supuesto “ser inferior, que es el bárbaro”.

- la prédica por la completa separación del Estado de cualquier culto religioso, que la generación del 80 no se animará a llevar adelante (generación a la que a veces la bibliografía señala como “heredera” o “tributaria” del pensamiento peyretiano);

- la defensa de la necesidad de desarrollar una industria propia, elaborando los productos agrícolas para exportar y sustituir importaciones, en virtud de lograr una emancipación económica reñida con la dominación británica “sin ocupación militar”, y al mismo tiempo el rechazo del modelo “utilitarista” de la “plutocracia norteamericana”, al que consideraba “suicida”;

– la avanzada idea de enseñar en los colegios secundarios “Historia de las religiones”, con la pretensión de lograr la emancipación de las personas del “yugo dogmático”, convencido de que “la reforma religiosa es el punto de partida de todas las reformas” (una frase que remite vagamente a la idea de Marx de que “la crítica de la religión es la premisa de toda crítica”, expresada en la Introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel).

- la propuesta de un sistema constitucional mixto con parlamentarismo y diferenciación del jefe del Estado y el jefe de gobierno, con una suerte de Parlamento complementario que representara a los sectores sociales en función de su realidad socioeconómica (un Consejo Económico y Social);

- la convicción de que el progreso social depende de la descentralización del poder para producir autonomía y autogestión de las comunidades en sus municipalidades, y de la confianza en ellas (el autogobierno, la fe en “la capacidad del pueblo”) expresada en la insistencia en brindarle a las comunidades espacios de deliberación y decisión tanto en el campo de la justicia (mediante jurados populares) como en lo socioeconómico (a través de la disruptiva propuesta de bancos y entidades financieras “sociales y populares”, o cooperativas).

- su apuesta al cooperativismo y la autogestión, para que los trabajadores sean dueños y responsables de los medios de producción, y de la participación en las ganancias, como medio de forzar progresivamente a las empresas capitalistas a ir modificando su propia naturaleza;

Hay otros aspectos que lo muestran como pionero: su impulso a la educación integral, destinada a formar personas “completas”, capaces de ejercer un trabajo manual como de encabezar una gestión administrativa, incluyendo la educación técnica y física; su mérito en anticiparse a iniciativas como el INTA, o los consejos económicos y sociales, la idea –de la mano de Proudhon– de que “el porvenir de los pueblos y de la democracia federativa” depende en gran medida de “un sistema de impuestos bien arreglados”, donde “el que tiene mucho debe pagar mucho, el que tiene poco debe pagar poco, el que no tiene nada no debe pagar nada”, dice Peyret, y donde la recaudación y distribución es “de abajo hacia arriba”, en manos de los municipios y a su vez estos con control social, porque en caso contrario “no hay soberanía posible, podría decirse que no hay sociedad (...) todo nuestro sistema federal se viene abajo, retrocedemos al unitarismo, al centralismo, al despotismo”.

Inspirador

La mirada sobre el pasado es siempre un territorio en disputa. Y la obra de Peyret, de la cual aquí presento una apretadísima síntesis, merece ser democratizada y puesta en valor, porque siempre es relevante evidenciar que en cada época histórica hubo personas que empujaron los horizontes de lo posible hasta los máximos límites imaginables en su contexto. Eso fue Peyret: un filósofo que se atrevió a ensanchar el horizonte de expectativas para sus coetáneos y proponiendo “una verdad en lontananza” para las generaciones siguientes.

La divulgación de su enorme trabajo intelectual –tarea apenas iniciada– será inspiradora para quienes sueñan, en la región que adoptó como su país, una sociedad como la que él imaginó; para quienes son descendientes de esos colonos esforzados que creyeron en ese sueño y quizás ignoran qué ideas lo inspiraron; para quienes pasaron por las aulas del Colegio que lo contó entre sus más prestigiosos profesores; o por alguna de las instituciones entrerrianas fundadas por Peyret o sus discípulos; y sobre todo para las nuevas generaciones en las que nunca perdió la esperanza, y a las que le dedicó sus principales trabajos, encabezados por la expresión: “A la juventud argentina, que es la esperanza del porvenir”.

(*) Este material es parte de la tesis doctoral en filosofía de A.S., en proceso en la Universidad Nacional de San Martín, Unsam).

 

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