En el siguiente artículo publicado en el semanario Brecha, se hace un recorrido por la vida de José Pepe Mujica: "Ya no está entre nosotros, pero seguirá acompañando e interpelando a toda una generación de latinoamericanos, de izquierda y de derecha, ricos y pobres. Cuando nos sorprenda el influjo de nuestras mezquindades humanas, sentiremos todavía el peso de su mirada severa. Y cuando nos avasallen las urgencias cotidianas de innecesarias necesidades insatisfechas, resonará en nuestro reloj vital el eco de su silencio, como una invitación a la calma reflexión".
Por GERARDO CAETANO, DIEGO HERNÁNDEZ NILSON, CAMILO LÓPEZ BURIAN(*)
«Vivió como si fuera inmortal. Y en verdad que todos hasta llegamos a creer que lo era», decía Carlos Quijano en el editorial de Marcha en ocasión de la muerte de Luis Alberto de Herrera, en 1959. La misma reflexión cabe para José Mujica, quien tuvo una vida épica y desde mil peripecias logró transformar profundamente la política del país y convertirse en referente internacional.
Hoy los ecos de su fallecimiento muestran, nuevamente, que fue el presidente uruguayo que alcanzó mayor popularidad y reconocimiento en el mundo. Por supuesto, en ello influyó el contexto de época en el que vivió: tiempos de viralidad global y políticos influencers.
Sin embargo, su proyección internacional no se puede explicar con base en estrategias comunicacionales concebidas para las redes sociales y el mundo virtual, sino que estos ámbitos fueron apenas cajas de resonancia que amplificaron y dieron mayor circulación a sus profundas reflexiones vitales y sus crudas afirmaciones, cuestionadoras e incómodas, estas sí la verdadera razón de su prestigio y celebridad.
La repercusión mundial de sus intervenciones en Naciones Unidas, por ejemplo, no es resultado de un buzz de marketing político. Más bien está fundada en el contenido de los propios discursos, que ponen sobre la mesa todo su recorrido vital. La capacidad de oratoria la mamó de niño, cuando en la radio escuchaba a Nardone y a Herrera, o a Perón en sus veranos en Colonia. La comprensión crítica acerca de nuestra experiencia concreta en la sociedad capitalista como parte de la peripecia de la humanidad en el planeta nace de su voraz lectura de libros de historia en su juventud, biología durante la prisión y antropología a la salida de la cárcel.
El poner su vida en juego surge de haberse sumado a la guerrilla tupamara. La humilde sensibilidad hacia lo popular fue madurada en innumerables mateadas con vecinos, tras salir de su larga prisión. Y el carisma arrollador que asombró al mundo ya había sorprendido a nivel nacional, tras su llegada al Parlamento en 1995.
Si Mujica fue lo más parecido a un pop star global que Uruguay haya podido ofrecer al mundo, lo más destacable de tal estelaridad es que no se basa en una imagen vacía, sino en el Pepe real de carne y hueso, que se asienta, enraíza y madura en la coherencia entre los discursos y la persona, así como en la convivencia con las contradicciones.
Esta coherencia dota de mayor eficacia a su capacidad para interpelar a personas en los ámbitos más heterogéneos. Durante décadas, los uruguayos nos sorprendimos al ver que Mujica podía ser al mismo tiempo referente para hogares pobres de la periferia montevideana, trabajadores rurales del interior profundo, clase media o ricos cultivadores de arroz.
Con él, tras la crisis de 2002, la izquierda uruguaya pudo por fin romper el cerco de cristal que condenaba su hegemonía a la capital y hacer realidad para nuestro país el proyecto gramsciano de La cuestión meridional.
Una década después, durante su presidencia, demostró que esa capacidad para articular y condensar heterogeneidades no se limitaba a Uruguay, sino que podía tener un alcance global. ¿Cómo un uruguayo puede ser al mismo tiempo referente político de un libro escolar japonés, un guerrillero colombiano, un programa de televisión turco y una murga? ¿O de Yuval Harari, Lula da Silva, Hugo Chávez y Barack Obama?
Si una parte de la explicación radica en las mencionadas cualidades personales –coherencia entre el discurso y la persona, cultura, comprensión, capacidad oratoria, tesón, coraje, sensibilidad popular–, otra parte de la explicación, postulamos, responde a su carácter eminentemente latinoamericano.
Si Mujica fue el más popular de los presidentes uruguayos, es porque también fue el más latinoamericano, pues Uruguay solo tiene sentido como parte de la región, como él mismo explicaba y defendía, remitiendo a su amigo el Tucho Alberto Methol Ferré.
Y no es poca cosa ser el presidente más latinoamericano en un sistema político acostumbrado a pensarse y sentirse europeo, trasplantado, excepcional, un bastión de civilización en medio de la barbarie. Mujica entendió y gobernó Uruguay en diálogo con diferentes fenómenos y tradiciones de la región: desde el caudillismo, la guerrilla y el socialismo cubano hasta la hispanidad, el catolicismo y el populismo, pasando por la realidad agrícola y rural y por el campesinado.
En general, estos elementos resultan frecuentemente incomprendidos en la política uruguaya, más proclive a pensarse exclusivamente en términos institucionales de partidos y ciudadanos, leyes y constituciones. Y no es que Mujica rechazara estas categorías, pero a su forma las entendía como relativas, en un contexto latinoamericano de mestizaje e hibridación.
En esa comprensión de la región en el mundo era capaz, por ejemplo, de hilar una crítica al consumismo capitalista con el hispanismo de José Enrique Rodó y el estoicismo de Séneca, frente al utilitarismo anglosajón que remontaba a la Liga Hanseática.
Mujica pensó y leyó la historia uruguaya como parte de una peripecia latinoamericana inacabada.
Los libros fueron muchas veces fuente y refugio a la vez. Herrera, Vivian Trías, Manuel Ugarte, Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, entre otros, nutrieron su reflexión histórica y política sobre los procesos regionales.
La cuestión nacional y el Uruguay internacional, centrales en esta lectura, se situaron en el marco latinoamericano y se proyectaron desde un Sur entendido como identidad y lugar, marcado por asimetrías y desigualdades sistémicas que debían ser cuestionadas. Así, la historia fue para Mujica una caja de herramientas para comprender el presente y actuar políticamente. La lectura fue para él una pasión como la siembra, y desde sus lecturas sembró ideas.
Pensó los problemas de Uruguay desde la región, sabiendo que tienen raíces largas y que cruzan fronteras. En su mirada del pasado se recogieron historias y no modelos, se admitieron tensiones y contradicciones, se rescataron figuras diversas que van de Bernardo Berro a Augusto César Sandino. Para Mujica, la justicia social, el imperialismo, la soberanía y el destino común de los pueblos latinoamericanos componen una mirada de la historia latinoamericana como obsesión y promesa.
«Desde el río Bravo hasta las Malvinas vive una sola nación: la nación latinoamericana», dijo Mujica al asumir como presidente en 2010.
En el Parlamento, ante la Asamblea General, defendió la integración regional como necesidad y destino. Presentó al Mercosur como un «matrimonio hasta que la muerte nos separe», y siempre vio la región en su densidad histórica.
El regionalismo y la integración regional no fueron para Mujica conceptos teóricos, sino causas políticas, entendidas en clave histórica y con perspectiva, en las que la acción colectiva es condición necesaria para poder posicionarse y defender ideas e intereses a escala global. El latinoamericanismo que hila estas ideas se compone de lecturas del revisionismo histórico y experiencias vitales, pero, lejos de idealizar la integración, la postuló como compromiso. Al impulsarla, recogió frustraciones, pero no dejó de perseguirla.
Fue crítico de cómo las ideologías y las asimetrías operaban, muchas veces, impidiendo proyectos regionales. Mujica entendió que Uruguay necesitaba ser en la región y buscó construir intereses comunes, experiencias productivas y siempre abogó por la difícil tarea de lograr identidades compartidas. Apostó al Mercosur, a la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), a la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), al liderazgo brasileño.
Se comprometió y fue un actor importante en el proceso de paz en Colombia. Pensó en clave geopolítica a la región y la proyección de Uruguay en ella. Con los pies en la región y la mirada desde el Sur, impulsó una política exterior a partir de un «realismo utópico» y posibilista. Para Mujica, la integración no es de izquierda ni de derecha, sino un asunto en el que se juega el desarrollo o la dependencia, un asunto que pone en cuestión el ser nacional, la viabilidad.
En sus tiempos de guerrillero, pasó algunos días escondido en La Teja. «El eje de la revolución mundial pasaba por la Cachimba del Piojo», nos dijo recordando esa situación, mientras lo entrevistábamos una tarde de domingo.1 La frase remitía a que varios referentes políticos y guerrilleros latinoamericanos habían ido a reunirse con ese grupo de tupamaros en la clandestinidad en los márgenes de Montevideo. Esa referencia sirve para hilar una idea central: Mujica pensó la historia desde lo concreto, lo local, desde el sur latinoamericano, siempre en conexión con el afuera, con la región y en diálogo con lo global.

Luego de llegar a la política internacional, cuando era presidente, algunas de estas líneas de larga duración se resignificaron. Uruguay no podía pensarse insularmente, porque los problemas y los caminos alternativos de salida se entenderían desde la región, con sus contradicciones y potencialidades. Aunque la referencia a la Cachimba del Piojo estaba cargada de ironía, pensar que la revolución mundial –cuyos ejes otrora estuvieron en París o Moscú– podía pasar por la periferia montevideana muestra la convicción de que incluso desde un barrio humilde latinoamericano se puede pensar otro mundo posible.
Mujica ya no está entre nosotros, pero seguirá acompañando e interpelando a toda una generación de latinoamericanos, de izquierda y de derecha, ricos y pobres. Cuando nos sorprenda el influjo de nuestras mezquindades humanas, sentiremos todavía el peso de su mirada severa. Y cuando nos avasallen las urgencias cotidianas de innecesarias necesidades insatisfechas, resonará en nuestro reloj vital el eco de su silencio, como una invitación a la calma reflexión.
Y habrá también días mejores. Días en los que nos dejemos cautivar por una utopía. Entonces, en el brillo pícaro y entrañable de sus pequeños ojos hundidos, que al sonreír se abrían paso entre el rostro rechoncho y bonachón de su vejez, volverá a asomar la promesa de que aún es posible luchar por un mundo mejor. Quizás allí radique su inmortalidad.
- José Mujica. Otros mundos posibles, Gerardo Caetano (coordinador), Planeta, Montevideo, 2024. ↩︎
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