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OPINIÓN

Javier va a la guerra

El autor de este texto propone algunas anotaciones para entender la renovada tensión entre Irán e Israel y la puesta en escena del gobierno paleolibertario de Javier Milei. Como Menem en los noventa, una sobreactuación que pone a nuestro país en el ojo de la tormenta y nos involucra en un conflicto que ocurre a 12.000 kilómetros de nuestras fronteras. Una más del “axioma de Bannon”, esto es “inundar la zona de mierda” y desviar la atención con desinformación para crear una “realidad paralela”. Algunos apuntes y reflexiones en medio de la ultraideologizada y fundamentalista postura del gobierno argentino.

 

Por GUSTAVO SIROTA

Fotomontaje: EL MIÉRCOLES

Las tensiones entre Irán e Israel, enmarcadas en un conflicto ya centenario, con múltiples actores involucrados y que pareciera escalar hacia una espiral de violencia de consecuencias aún impredecibles, han servido para una nueva puesta en escena por parte del histriónico showman paleolibertario que gobierna nuestro país.

Un gobierno que no actúa ante la epidemia de dengue que sacude al país, se convoca de urgencia por un conflicto a 12.000 kilómetros de distancia.

La convocatoria a un “gabinete de crisis” ante los sucesos del pasado 13 de abril en medio oriente, sin la presencia de los ministros de Defensa —Luis Petri— y de Relaciones Exteriores —Diana Mondino— resulta desopilante. Un gobierno que no atina a actuar con la epidemia de dengue que sacude al país, se convoca de urgencia para tratar un conflicto que ocurre a 12.000 kilómetros de distancia.

El axioma de Steve Bannon pareciera estar cumpliéndose a la perfección: “inundar la zona de mierda”, esto es “abrumar a la prensa y al público con tanta información falsa y desinformación que distinguir la verdad de las mentiras resulta demasiado difícil, si no imposible”. Buscan, como explica Alejandro Grimson, “crear una realidad paralela… que la mayoría habite mentalmente una “realidad” que sea inmune a los datos, a los argumentos y a los hechos”.

Pero si algo faltara para la bizarra —y ultraideologizada— puesta en escena, la presencia del embajador de Israel, Eyal Sela, al lado del propio Milei en la mencionada reunión de gabinete, y su participación en la posterior conferencia de prensa acompañado del vocero Adorni, han dejado atónitos a quienes siguen los vericuetos de la política internacional.

La voladura del consulado iraní en Damasco el 1º de abril donde murieron una veintena de personas —entre ellos altos funcionarios de la Guardia Revolucionaria de Irán que se encontraban allí para sostener reuniones con dirigentes de Hezbollah y la Yihad palestina— había sido denunciada como una “provocación gravísima” en distintos foros internacionales por el régimen de los ayatollahs. Desde entonces públicamente el régimen iraní había insistido en que iba a responder militarmente a esa agresión.

Este tipo de posicionamientos internacionales quebranta la tradicional posición argentina de neutralidad.

La semana anterior del ataque a Israel, los principales medios y sitios de noticias internacionales señalaban casi con día y fecha el momento de la reacción militar de Irán. La trasmisión en directo desde el momento mismo del despegue de drones y misiles, así como la elección de los sitios donde iban dirigidos, lejos de conglomerados urbanos, habla más de un “mensaje” que de un ataque en términos estrictamente militares.

Lejos de sentar una posición neutral sobre el tema —como la mayoría de los países de la región y también del resto del mundo— el mandatario argentino sobreactuó su respaldo y sentó una clara posición a favor de Israel, quizás entendible en el fundamentalismo ideológico del Presidente paleolibertario, pero absolutamente fuera de lugar en cuanto al campo de la diplomacia y los intereses de Argentina en un mundo multipolar y dinámico.

Un mundo tan multipolar y cambiante que solo un fanático fundamentalista puede no entender. No se entendería así el papel de Turquía, avisando días antes de las intenciones iranies a aliados de Israel, o de Egipto y Jordania —mantiene relaciones diplomáticas con lsrael y colaboró derribando muchos de los drones y misiles al llegar a su espacio aéreo— asistiendo a sus antiguos enemigos israelíes. Cómo explicar, sin dejar de lado prejuicios ideológicos, la amistad de Netanyahu con líderes como Putín, el autócrata turco Erdogan o el filofascista Orbán.

Irán mantiene relaciones diplomáticas con Argentina —tiene su sede en avenida Figueroa Alcorta de CABA— y en la República Islámica hay una legación de menor rango —“encargado de negocios”— que representa los intereses de nuestro país. Las opiniones sobre el régimen iraní, la teocracia gobernante desde la revolución de 1979 y demás cuestiones vinculadas al lugar ideológico o de simpatías políticas que cada individuo pueda tener, no hacen al rol que los Estados deben desempeñar.

Nuestro alineamiento aparece desdibujado ante la persistente oposición que muestra Israel frente al legítimo e histórico reclamo sobre Malvinas. Es una de las pocas naciones, menos de una decena, que votan sistemáticamente en contra en los foros internacionales cuando se trata esta cuestión, alineándose con Inglaterra, Estados Unidos y algunos miembros de la mancomunidad británica de naciones como Canadá, Australia y Maldivas, todos ellos de históricos lazos con la potencia ocupante de parte de nuestro territorio.

Pero esta breve reseña no sería completa sin recordar que este tipo de posicionamientos internacionales quebranta la tradicional posición argentina de neutralidad. Posición principista que ha sido uno de los emblemas distintivos de un país donde convivimos hijos y nietos de múltiples orígenes, y que ha sido consecuentemente defendida por casi un siglo. Postura que enalteció a nuestro país en el concierto de las naciones, continuada más allá de cualquier signo político que gobernara.

Fue Menem quien decide abandonar aquella neutralidad y suma a la Argentina a un conflicto ajeno y distante como lo fue la “Guerra del Golfo” contra Irak. Aquella vez, como parte de una “coalición internacional” autorizada por Naciones Unidas y comandadas por Estados Unidos, nuestro país se sumó como furgón de cola de la mano de un alineamiento —“relaciones carnales”— que trajo nada de beneficios y sí muerte y dolor a argentinos y argentinas.

Los atentados a la Embajada de Israel en 1992 y a la Mutual AMIA en 1994 seguramente hay que enmarcarlos en aquellas decisiones irresponsables de Menem y su seguidismo ciego a los dictados de Estados Unidos. Herencia de aquel dislate geopolítico es la espera de treinta años por saber quiénes fueron los perpetradores, quienes los colaboradores, quienes los encubridores de tan brutales acciones terroristas. Pero la responsabilidad del gobierno —y las políticas— de entonces es indudable.

Si el showman y Presidente paleolibertario quiere ir a la guerra que lo haga él.

Seguramente la posición del gobierno paleolibertario contrasta con la opinión mayoritaria de quienes habitamos este país. Tierra a la que llegaron mis abuelos y bisabuelos hace más de un siglo escapando de persecuciones, guerras y miserias cotidianas. Aquí encontraron su “lugar en el mundo” donde pudieron practicar su fe y pudieron construir sus vidas como argentinos y como judíos. Aquí sigo sosteniendo aquella identidad y bregando por paz y concordia entre todos los que habitamos este planeta.

Si el showman y Presidente paleolibertario quiere ir a la guerra que lo haga él. Que lo acompañen quienes quieran hacerlo. Pero no comprometa a la inmensa mayoría de los que vivimos en este país que bregamos incansablemente por tiempos de paz y hermandad entre las naciones. Como sentencia la consigna zapatista enarbolada hace tres décadas en la Sierra Lacandona “por un mundo nuevo. Un mundo donde quepan muchos mundos, donde quepan todos los mundos”.

 

 

 

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