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OPINIÓN

"La fuerza para torcer el rumbo no vendrá de un mesías ni de un manual extranjero"

En el siguiente artículo, el dirigente uruguayense hace un grueso repaso de las cíclicas crisis políticas-económicas que atraviesan la historia reciente de nuestro país. Nada nuevo bajo el sol. Pese a lo sombrío de lo que se vive y espera en un corto y mediano plazo, encuentra en las soluciones colectivas una de las maneras de buscar esperanzas de un mañana inclusivo y mejor.

Por  JUAN MARTÍN GARAY (*)

A veinticuatro años del estallido de 2001, Argentina parece presa de una paradoja histórica: el tiempo avanza, pero las lógicas económicas se repiten con una obstinación casi fatal. Gobiernos distintos han transitado el poder, cada uno con su relato y su vestuario, pero interpretando, en esencia, el mismo guion. La pregunta que nos interpela no mira al pasado, sino que se dirige al presente: ¿por qué, tras dos décadas, seguimos enfrentando las mismas contradicciones fundamentales?

Los cimientos del régimen: la consolidación rentística

La llamada “cirugía mayor sin anestesia” de los años noventa no fue un simple plan de ajuste. Fue la institucionalización de un régimen de acumulación rentístico-financiero, un modelo que priorizó la extracción de riqueza (ya sea del sector agroexportador o del sistema financiero) por sobre el desarrollo industrial integrado. Este modelo tuvo dos necesidades estructurales: un disciplinamiento social permanente y un flujo constante de dólares, provenientes del endeudamiento externo o de la exportación de commodities.

El gobierno de la Alianza (1999-2001) fue la fase terminal de esta construcción. Heredó y profundizó la contradicción central: una paridad cambiaria ficticia que ahogaba la competitividad, mientras el déficit se cubría con más deuda. Diciembre de 2001 fue la implosión social de esa ecuación: la macroeconomía abstracta se tradujo en hambre concreto, furia popular y quiebre institucional.

La paradoja poscrisis: crecimiento sin transformación

Lo que vino después, bajo los gobiernos kirchneristas (2003-2015), se presentó como una ruptura radical con el pasado. Hubo una importante reivindicación social y redistribución del ingreso, impulsada por el boom global de los commodities. Sin embargo, en un movimiento paradójico, la matriz rentístico-financiera no fue desmantelada. Se convivió con ella y se dependió de sus divisas. La bonanza se administró, pero no se utilizó para cambiar el patrón de acumulación. Cuando los precios internacionales cayeron, la respuesta fue la conocida: presión sobre el tipo de cambio y el salario real para generar superávit.

El retorno fallido y la ilusión autárquica

El intento de restauración explícita llegó con el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), que reactivó el manual de los noventa: endeudamiento externo masivo para financiar el déficit y la fuga de capitales, prometiendo un derrame que nunca ocurrió. El resultado fue un colapso acelerado y un retorno humillante al FMI con el préstamo más grande de su historia.

La administración de Alberto Fernández (2019-2023) heredó ese programa y una economía en recesión. Optó por un aislamiento financiero voluntario: no tomó nueva deuda significativa e incluso realizó pagos anticipados. Pero esta aparente ortodoxia inversa no resolvió la falta de dólares. Se recurrió a un endeudamiento interno sigiloso: emisión monetaria para financiar el déficit, lo que generó una inflación galopante (superior al 100% anual) y una licuación de pasivos del BCRA.

Fue un ajuste menos visible pero igualmente profundo, financiado a través de un brutal impuesto inflacionario que castigó a asalariados y ahorristas. La pobreza escaló, la moneda se desplomó y se sentaron las bases para una “solución extrema”.

El presente fundamentalista: la lógica llevada al extremo

El gobierno de Javier Milei, iniciado en diciembre de 2023, no es una mera repetición. Es la versión fundamentalista y cínica de la vieja lógica. Retoma el núcleo duro de los planes de Martínez de Hoz y Cavallo –apertura irrestricta, financiarización, disciplinamiento social– pero le suma un relato anarcocapitalista y una voluntad explícita de desmantelar el Estado regulador.

La “cirugía sin anestesia” ya no es una metáfora, sino un programa de shock fiscal sobre una sociedad con más del 55% de pobreza. La dolarización se promueve como horizonte mítico en un contexto de reservas netas negativas. El endeudamiento hoy es, principalmente, con la propia población, vía licuación de salarios y ahorros.

La diferencia crucial: el tejido social desgastado

¿En qué difiere este presente, respecto del 2001? La clave reside en la capacidad de contención social. Aquel año, una red –frágil pero existente– de partidos, escuelas, sindicatos y organizaciones barriales canalizó y contuvo el malestar.

Hoy, ese tejido social está erosionado, fragmentado y debilitado por la urgencia de la necesidad inmediata. El riesgo ya no es un estallido súbito, sino una erosión lenta y una descomposición silenciosa de los lazos comunitarios, mientras se busca una “estabilización” sobre un piso de pobreza masiva.

La memoria como herramienta de futuro

A veinticuatro años del 2001, la memoria no puede ser un museo. Debe ser una caja de herramientas para diagnosticar el presente. La lección no es que “todo vuelve”, sino que lo que no se transforma estructuralmente regresa, pero en formas cada vez más extremas y distópicas.

Sin embargo, en el corazón de este ciclo aparentemente fatal yace la semilla de su superación. Cada fin de ciclo en nuestra historia (1966, 1976, 2001) fue también el parto difícil de nuevas conciencias y solidaridades.

La “otra realidad posible” no nacerá de la nostalgia, sino del trabajo paciente de reconstruir lo común: los lazos vecinales, el cooperativismo, la defensa de lo público, el debate informado, la política entendida como servicio.

Esta construcción colectiva exige, hoy más que nunca, una disección implacable de las razones que nos llevan, una y otra vez, al borde del abismo. Pero también exige aferrarse a la convicción de que el abismo no es nuestro destino.

La fuerza para torcer el rumbo no vendrá de un mesías ni de un manual extranjero. Brotará, como siempre, de la capacidad de reconocernos en el otro, de organizar la esperanza y de labrar, entre todos, un futuro donde este ciclo sea, por fin, solo un triste recuerdo.

(*) Abogado. Concejal 2023-2027. Vicepresidente 1° HCD. Presidente del Bloque Concejales PJ 2023-2027. Apoderado del Consejo Departamental PJ Uruguay. Congresal Provincial PJ ER. Secretario de Gobierno 2019-2023. Concejal 2015-2019. Presidente del Bloque Concejales PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.-

 

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