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OPINIÓN

Lanata y una lección para política y la sociedad

La vergonzosa (y vergonzante) votación del aumento de las dietas de los senadores nacionales, dejó en claro dos cosas: que la dirigencia política tiene mucho miedo de defender sus derechos, y que hay un sector importante de la sociedad que ya no quiere a la democracia.

 

Por CONI CHEREP (*)

Jorge Lanata, casi de manera paralela hizo todo lo contrario: Defendió su derecho a decir, se plantó frente a una acusación del presidente y le inició acciones civiles y penales. Milei no puede mentir con tanta facilidad, sin que nadie le ponga reparos.

Que Milei no es democrático, no es una novedad. Si algo lo caracteriza es su intolerancia a la divergencia, y su incomprensión de las reglas institucionales. Jorge Lanata, gran clasificador de situaciones nacionales, lo dijo esta semana: Milei cree que es rey, no presidente. Y los reyes, los verdaderos reyes que tuvo la historia de la humanidad, no admiten poderes que los equilibren.

Pero, el problema no es Milei, ni su hermana, ni el coro de dementes que le vitorean todas las acciones autoritarias. El problema es la tolerancia de aquellos que no comparten sus acciones, pero se guardan por temor a sus reacciones, o se cuidan de no caer antipáticos al viento social imperante. Los que no se defienden de los agravios y las mentiras.

Lo que ocurrió el jueves en el senado de la nación es un ejemplo: Los senadores votaron, con vergüenza, un aumento de sus dietas. A mano alzada, sin especificar lo que estaban votando y con una velocidad que dejó en evidencia que preferían que nadie se diera cuenta.

Pero consiguieron todo lo contrario: La maniobra provocó el efecto que pretendían evitar. Enseguida el presidente comenzó a tipear desde su inflamable cuenta de X y salvó, falsamente, a sus senadores: Todos votaron ese aumento. Ningún senador se opuso al aumento, y ningún bloque lo objetó en la comisión desde donde salió el dictamen.

Entonces, la “sociedad de los habitantes ofendidos” salió a replicar lo que decía el presidente, sin demasiado conocimiento del asunto. Y le agregó a la “política tradicional” una palada más de tierra, sobre ese gran hueco en el que se encuentran parapetados y escondidos. No entienden que están ahí, que la tierra los va tapando, y que lo que parece un lugar de protección, se va convirtiendo en una tumba.

¿Por qué esconden sus derechos a cobrar bien? Los legisladores, como los jueces, como los funcionarios públicos deben cobrar bien. Lo contrario implicaría excluir de esas actividades a personas capaces que terminen eligiendo lo privado para poder vivir adecuadamente.

Lo que deben hacer, en todo caso, es purgar los abusos. Limitar la cantidad de asesores, achicar los gastos innecesarios o imponerse reglas de optimización de recursos. Pero nunca, jamás, relativizar la importancia de sus ingresos.

El repudio a los “sueldos altos” de los legisladores, no es otra cosa que la puerta que algunos están buscando para que la política sea sólo territorio de ricos y salvados. El sueño de la política sólo en manos de millonarios, como los empresarios de las Prepagas, que terminan usando las libertades para abusar de la indefensión pública.

La campaña sistemática contra “los políticos” esconde ese verdadero objetivo: convertir al Estado en un asunto de ricos, que regulen o desregulen los asuntos públicos adaptados a sus necesidades empresariales.

Ocurre lo mismo con los periodistas que critican al gobierno. Y entonces, Lanata, hizo lo que hasta ahora nadie se había animado a hacer: defenderse y reivindicar su derecho a ser respetado.

Los senadores debieron discutir en público sus aumentos y argumentarlos. Los que defendemos al sistema democrático por encima de los intereses partidarios o sectoriales, tenemos que hacer lo mismo con las instituciones: defenderlas a viva voz, levantar la mano cuando las reglas se están violando y no esconderse cuando el viento viene en contra.

La política, los políticos, el periodismo, los militantes, los que defendemos a las instituciones democráticas, a las universidades públicas, al Estado como único factor posible de equilibrios sociales, tenemos que salir de ese pozo, y levantar las manos y las voces, antes de que sea tarde.

Y no hablo de las calles, la violencia y los piquetes y otras acciones similares, funcionales a Milei. Hablo de recuperar el honor en la defensa de los valores democráticos, aunque no esté de “moda”. Aunque haya una horda de animales que crean que eso ya no tiene valor.

“Con la ofensa no alcanza” dijo el mismo Lanata- protagonista histórico de la Argentina democrática- y procedió a denunciar civil y penalmente al presidente que lo acusó de delinquir en sus labores periodísticas. Y está bien. Lanata apenas había criticado la presencia del embajador israelí en una reunión de gabinete, y Milei lo llamó mentiroso y ensobrado. Que un juez le ponga límites al delirio señalador de Milei. Con la queja pública no alcanza. Hay que accionar.

La política, la sociedad democrática, tiene que salir de la cueva y ponerle límites reales al presidente. No sirve la ofensa, el espanto, la diatriba ideológica. Hay que marcarle la cancha, los límites de la cancha, con las reglas que provee el sistema. Está la justicia y están los Códigos Penal y Civil.

Mantenerse escondidos a la espera de que pase el “temporal libertario” y se acabe la paciencia social sobre el ajuste de Milei, no deja de ser una especulación inmoral y un peligroso descuido sobre el propio sistema.

Milei tiene la misma legitimidad que los senadores, los diputados y los jueces. Todos fueron elegidos o por la voluntad popular o por los mecanismos que la Constitución establece. Y debe gobernar dentro de las líneas que establece la Constitución. Y si no le gusta, deberá obtener una mayoría extraordinaria en las próximas elecciones, para que el Congreso le sirva de escribanía particular. Ojo. A eso apunta. Y todas las “oposiciones” no paran de fortalecerle el proceso. O bien por sus vergüenzas del pasado en los gobiernos, o bien, por sus modos tímidos y temerosos frente a las agresiones del presidente rey.

No se puede permitir este avance. Y será tarde el año que viene, si no se produce una reacción seria, adulta y fundada en la ley y en el sentido común.

Es la democracia lo que está en juego. Los que no lo entiendan, lo lamentarán cuando la hastiada voluntad popular la entierre.

 

(*) Esta columna de Opinión de Coni Cherep fue extraída de su blog conicherep.com.

(Se reproduce por gentileza de su autor)

 

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