Otro domingo en que “elegimos”, en esta democracia que tenemos (en la que seguimos eligiendo gente para que decidan por nosotros en lugar de decidir directamente en los grandes asuntos). En esta nota anoto algunas reflexiones de esas que no le interesan a nadie. Pero, como para entrar en tema, acá no ganó nadie. Perdieron los unos y los otros.
Por AMÉRICO SCHVARTZMAN (*)
Uno
"Pero, si se va siempre a buscar el crédito en el exterior, [el país] se expone infaliblemente a enajenar su riqueza, convirtiéndose en el juguete de sus acreedores —Caveant consules! Atiendan los gobernantes! En resumidas cuentas, lo que pedimos es un 25 de mayo económico, un 9 de julio financiero”. Así terminaba en 1885 una de sus numerosas columnas de opinión y análisis de la realidad argentina Alejo Peyret, el gran francés entrerrianizado que, según Luis Alberto Ruiz, inauguró la literatura provincial. Peyret se cansó de decir que un país que se endeuda hipoteca su futuro.
Propuesto como alternativa, hace más de 160 años, crear en Entre Ríos un banco “social popular”, de los productores y los trabajadores, administrado por la comunidad, por las cámaras de comercio, las comunas, las cooperativas. No por una burocracia estatal ni mucho menos por bancos privados: por el contrario, entendía que había que prohibir la banca privada, instituir el crédito como servicio público y cobrar los impuestos de abajo hacia arriba (es decir desde los municipios), y que ellos le enviaran los porcentajes correspondientes al estado provincial y al estado federal. Eso era el federalismo bien entendido en su opinión. Y estaba convencido de que ello dependía el destino de la república y del principio federativo. ¿Cuántas de estas cosas estamos dispuestos a deliberar, en una provincia donde un grupo privado maneja los recursos de todos, donde los impuestos son una caja negra cuya distribución depende de burócratas y de especuladores, donde el gobierno nacional (¿y también el provincial?) están en manos de brokers y caranchos de las finanzas como Toto Caputo y donde la coparticipación federal es un arma de domesticación?
Dos
Cosas como estas no se discuten. Otras, más coyunturales, tampoco: por ejemplo, la necesaria revisión de las razones que llevaron a que la ciudadanía empoderara a semejante runfla. Para ilustrar lo que quiero decir: si mi pareja me abandona, y poco después la veo del brazo de una persona despreciable y delirante, maloliente, de aspecto desgreñado (más que el mio), mentirosa patológica, cruel, bruta, de pésimo gusto, que mueve a risa cuando no a burla ¿cuál sería mi actitud? Veo tres opciones: A) Me solazo pensando: “Mirá qué idiota mi ex, con quién se metió. Bueno, que sufra, que aprenda, y que vuelva con la cola entre las patas. Ya va a entender que conmigo fueron sus mejores años”. B) Me autojustifico: “Yo no soy peor que esa persona. Es que sus amistades (¿los medios?) le llenaron la cabeza, le hicieron creer que ese espanto era mejor que yo, mejor amante, más amable, y una persona más culta y fina en sus gustos. Y como mi ex es intrínsecamente idiota, se lo creyó y ahora no quiere dar el brazo a torcer”. C) Me amargo, sí, pero me quedo frente al espejo y reviso de manera extenuante todo lo que le hice a mi ex pareja, en procura de las razones por las que prefiere a ese esperpento antes que a mí. Sin autoengañarme, cotejando los hechos y, a partir de ahí, modifico mis aspectos oscuros a fin de recapturar su amor. Bueno. Ocurre que no veo al peronismo —el amante abandonado, el causante de que este esperpento llegara al poder— en la tercera de las actitudes, que sería (a mi juicio) la correcta. Al contrario: sus respuestas y actitudes oscilan todo el tiempo entre la primera y la segunda. Cualquier triunfo electoral, por módico que sea, ratifica esas opciones. Jamás se da cuenta de cuáles son los aspectos que lo hicieron indeseable para una mayoría de la sociedad que alguna vez los votó, y “otro sapo que hay que tragar”, o “el mal menor”, para buena parte de quienes los votan, de quienes los votaron incluso este domingo que pasó, tan triste. Y ahí reside la desazón, el desánimo, la tristeza que embargan a buena parte de la población, incluidos muchos que los votaron a ambos, al esperpento y al peronismo, y que no encuentran un horizonte de expectativas que les atraiga en lo más mínimo.
Tres
Sí, en el siglo XXI, y después de 42 años de democracia, todavía hay que seguir discutiendo y argumentando:
- que un político, candidato o no, no debe recibir aportes de narcos;
- que un gobierno no debe favorecer a los ricos más ricos mientras les corta subsidios y servicios a personas con discapacidad, a niños y niñas enfermos, sueldos y aportes a quienes los atienden en los hospitales públicos, y jubilaciones a viejos y viejas;
- que no hay argumento que justifique asesinar a civiles inocentes bajo ningún pretexto y en ninguna circustancia, y que hacerlo te convierte en genocida, y defenderlo te convierte en apologista del genocidio, seas judío, ateo, räeliano o creyente en los ovnis;
- que no hay etnias ni identidades superiores o inferiores, que la ciencia explica hace rato que la especie humana es una sola y que todos los humanos vivos descendemos de la misma y única Eva africana, mal que le pese a tanto racista;
- que las personas son sagradas, no las opiniones, y que las opiniones de mierda se deben cuestionar porque si no conducen a tragedias.
Entre muchas otras cosas que todavía hay que seguir discutiendo. Porque lo que parece obvio nunca es obvio. Y porque cada tanto incluso lo que creemos obvio y evidente debe ser revisado, explicado y argumentado. Porque si así no fuera no habría guerras ni genocidios, ni estados ni jerarquías, ni jefes de Estado como Milei, como Trump, como Netanyahu o como Putin.
Cuatro
La Argentina sigue siendo aquel monstruo de cuerpo escuálido y desarticulado pero con cabeza gigantesca del que hablaron las figuras más lúcidas del siglo XIX como Artigas y Peyret y del siglo XX como Martínez Estrada o Amaro Villanueva.
Agravado todo por múltiples razones, pero sigue siendo eso. Por eso el país estuvo meses pendiente de la elección provincial de concejales y legisladores de la provincia de Buenos Aires, su “cabeza de Goliat”. Y no solo porque el Gobierno nacional, en su torpeza, convirtió en un plebiscito sobre su gestión lo que debió haber sido, a lo sumo, un plebiscito sobre la gestión provincial. Los estrategas de los delirantes estafadores que nos gobiernan se pegaron un tiro en el pie con su incapacidad para conectar con la realidad (y no solo por creer que, si votaron a Milei ¿por qué no votarian a Espert, que ya en su propio apellido confiesa el espertpento?).
Pero ampliando el panorama, en realidad, fue solo una provincia más en la que el mileísmo fue derrotado en su pretensión de mandar en esa provincia. No en el país. El domingo previo había sido en Corrientes, donde el candidato del gobierno salió cuarto. En Buenos Aires, donde el oficialismo provincial encabezado por Kicillof lo aplastó, le sacó trece puntos. Y si bien a mí me parece positivo que este gobierno nacional nefasto reciba mensajes claros en rechazo a sus políticas inhumanas y repetidas, es poco sensato creer que por eso revisaría tanto sus formas de mierda, como su fondo funesto. Como en la fábula del escorpión, no pueden ser otra cosa. Desprecian al pueblo, a las personas con discapacidad, a quienes laburan y a quienes producen, a quienes investigan, a jubilados y a quienes educan, a artistas y a quienes laburan en salud pública, a quienes no conciben la vida con sus parámetros inhumanos, a quienes creen que el pan se gana trabajando, no estafando, no haciendo dinero con dinero (la inmoralidad económica más grande que es la especialidad de financistas acá, allá y en todas partes desde que existen el dinero y las finanzas: “Ave de pico encorvado / le tiene al robo afición”, dice Hernández en su Fierro).
Por eso son capaces de decir cosas como “les gusta cagar en un balde" y otras tilingadas tìpicas del racismo social que manda en su cerebro. Que una derrota electoral sufrida por Milei y su runfla pérfida permitiera alentar una esperanza de alternativa, es algo muy poco realista. Imagínense si encima ganan, aunque sea por poquito, como pasó el domingo pasado. Quién los soportará. Sí, nosotros.
Cinco.
Muchos nos habíamos alegrado ante la derrota en Buenos Aires. Pero la alegría por quién perdió no puede nublar quién ganó. Y es que la abrumadora mayoría de las personas en este país, esas mismas que laburan todos los días de verdad, no quiere vivir como se vive en la provincia de Buenos Aires (o en el AMBA, que es el verdadero “centro” del país). Aunque no sepan bien por qué, no le parece que el camino sea un modelo que desde hace décadas exhibe producción industrial y pobreza inédita; el 33 por ciento del PBI y el 40 por ciento de la recaudación, y a la vez la mayor desigualdad; dirigentes eternos con fortunas que no pueden explicar, ni la que declaran legalmente, con cumbres de hijaputez como el sistema de robo institucionalizado en la Legislatura (que en Entre Rios no necesitamos copiar porque ya teniamos el nuestro) o el descaro de un Insaurralde (no muy diferente de nuestro Urribarri); precariedad y hacinamiento en barrios donde vive más gente que en varias provincias sumadas, y a la vez contaminación, extractivismo y concentración de la tierra en pocas manos (y en Entre Ríos, de todo eso ya se consigue desde bastante antes de que Frigerio se convirtiera en entrerriano); pero eso sí, todo con un relato que habla, desde hace décadas, de progresismo, justicia social y defensa de derechos (y en Entre Ríos… bueno, basta, hasta yo me canso). Hasta acá, en cada provincia ganó cada oficialismo provincial. Hasta acá lo que nuestros compatriotas de cada lugar hicieron no fue otra cosa que ratificar a sus mandatarios provinciales. Este domingo la cosa cambió. El gran triunfo del gobierno fue instalar algo obvio: lo que estaba en disputa era el Congreso de la Nación como factor de poder.
Seis
Hay una frase trillada que afirma: “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Se le atribuye a Joseph de Maistre, que murió en 1821, de manera que no vio, por poner ejemplos, al pueblo francés votando mayoritariamente a un emperador en 1851. O al pueblo alemán dándole mayorías a Hitler. O al pueblo uruguayo votando cerrar las investigaciones a sus militares violadores de derechos humanos. O el pueblo argentino dándole el triunfo a Menem, el presidente que hizo pedazos las empresas creadas con el ahorro del pueblo durante décadas, y que casi hizo volar una ciudad para ocultar su corruptela. O la mayoría del electorado argentino votando dos veces a Milei. Otro francés, André Malraux, dio una respuesta más sensata: dijo que en realidad los pueblos (en democracia al menos) tienen los gobiernos que se les parecen.
Creo que cada uno de los gobiernos que hemos tenido en las últimas cuatro décadas reflejan más o menos fielmente facetas de nuestra sociedad. Para bien y para mal. Incluso éste. En esto que llamamos democracia (con sus defectos y sus virtudes) los pueblos eligen entre las opciones que surgen de su propio seno. No bajan de un ovni.
Por eso creo que no hay peor error que enojarse con los pueblos. Si uno no cree en las buenas intenciones de las comunidades, uno desprecia a esa comunidad, a la mayoría de las personas que la integran, o al menos a lo que caracteriza como rasgos principales de esa comunidad. Y entonces se cree diferente, se cree que hay algo “esencial”, ontológico, que lo hace distinto. No estoy diciendo debe ser expulsado ni nada de eso, por favor que nadie interprete algo de ese estilo. Ni siquiera digo que a mí no me pase en ciertos aspectos. A mí me producen vergüenza ajena algunas cosas que parecen irse convirtiendo en rasgos centrales de nuestra comunidad, de las personas con las que vivimos (cuando veo qué programas tienen más rating, qué productos culturales son los más consumidos, cuánta gente sigue a referentes como ese pastor Ledesma que les hace creer pavadas que no se tragaría un guri bien educado de 8 o 9 años).
Y ni hablar de las principales figuras de la política o de los medios. Nada de eso sin embargo me hace perder la fe en la capacidad de las comunidades, del colectivo del que formamos parte, de ir mejorando.
Para eso es bueno aferrarse a las palabras de los grandes pensadores: Peyret advertía sobre quienes se creen mejores que los pueblos (“Son candidatos a déspotas”). Más cerca, Zitarrosa completaba con esta décima extraordinaria (poco entendida hasta entre sus propios seguidores):
No hay cosa más sin apuro
que un pueblo haciendo su historia.
No lo seduce la gloria
ni se imagina el futuro.
Marcha con paso seguro
calculando cada paso,
y lo que parece atraso
suele transformarse pronto
en cosas que para el tonto
son causa de su fracaso.
(*) Artículo publicado en la revista Análisis este jueves 30 de octubre.
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