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Cívico, militar y religioso

Una discusión en estos últimos días ha generado polémicas sobre la caracterización del Golpe de Estado de 1976 y el terrorismo de estado. La discusión se desmadra porque han pasado cuarenta años y hay muchas personas de memoria floja, y otros pretenden imponer un relato sesgado.

 

Por ANÍBAL GALLAY

 

EL TERRORISMO DE ESTADO

En septiembre de 1973 la organización Montoneros asesinó a José Ignacio Rucci, con el apoyo logístico de la provincia de Buenos Aires, siendo gobernador el doctor Oscar Bidegain. Era un mensaje directo al presidente Juan Perón, elegido por el 62 por ciento de los votos y que asumiría el 12 de octubre de ese año. La muerte de Rucci colmó el vaso de la paciencia de Perón quien reacciono como un militar: pagar con la misma moneda y al margen de la ley. El ministro López Rega y el comisario Alberto Villar le propusieron a Perón devolver golpe por golpe y sobre todo que no haya prisioneros. Perón dejó el camino libre para que se accionara sin dificultades. Fue el punto de partida de la Triple A, compuesta por policías, militares y militantes de la CNU (Concentración Nacional Universitaria), el Comando de Organización y Guardia de Hierro. Estas agrupaciones y otras convergieron en la Triple A y se dedicaron con entusiasmo a eliminar zurdos. Perón falleció el 1 de julio de 1974, asumiendo María Estela Martínez de Perón, y con ella la Triple A amplió sus recursos. La caída de López Rega, y la muerte del comisario Villar no menguó el accionar de la Triple A, que al momento del Golpe de Estado del 24 de marzo se había cobrado 900 víctimas entre asesinatos y desapariciones.

Durante el gobierno de Isabel, Montoneros pasó a la clandestinidad. Tuvo su última acción el 5 de octubre de 1975 cuando atacó el Regimiento de Monte, de la ciudad de Formosa. Murieron allí 10 soldados conscriptos, quienes intentaron resistir al grito “aquí nadie se rinde, carajo”.

Fue el mayor argumento para justificar después el golpe. Es difícil suponer que esa funcionalidad haya sido inocente.

Esto convenció a los dirigentes políticos, a los militares, a la jerarquía eclesiástica que Isabel no podía ya gobernar. Hubo una alternativa: que Isabel pida una licencia y que asuma Ítalo Lúder, quien no aceptó.

Los principales dirigentes políticos y sindicales dejaron a Isabel que se consumiera en su impotencia e incapacidad. Ni Ítalo Lúder, ni Ricardo Balbín, ni Deolindo Bittel, ni Antonio Cafiero, ni Casildo Herrera (secretario General de la CGT) ni Lorenzo Miguel (jefe de las 62 organizaciones) hicieron nada para evitar el golpe y es harto probable que pudieron haberlo evitado. Pero especularon: los militares harán el trabajo duro, de eliminar “a estos muchachos descarriados y en un par de años volveremos”. El costo que se pagó fue durísimo y conocido.

EL GOLPE

El relato o la historia que se cuenta, hoy por hoy, está siendo cada vez más binaria. Unos militares malvados se apoderan del gobierno, a pesar de la recia oposición de la sociedad civil. Mal que pese la sociedad civil acompañó complacida el golpe de Estado. Al atardecer del 23 de marzo un centenar de personas fue a apoyar a Isabel.

La sociedad civil respiró aliviada. Nadie (ni personal ni institucionalmente) salió a repudiar al golpe. Casildo Herrera, previsor, se había autoexiliado en Montevideo.

La jerarquía eclesiástica se había pronunciado antes cuando monseñor Antonio Plaza (arzobispo de La Plata) consignó desde el púlpito que “no se debía custodiar el banquete de los corruptos”. El mensaje para las Fuerzas Armadas estaba claro.

Montado sobre estos hechos se puso en marcha un plan económico, con la dirección de José Martínez de Hoz, para beneficiar expresamente al sistema financiero.

Las empresas aprovecharon la “purga antisubversiva” para deshacerse de delegados “molestos” y hacer negocios con el estado, incluyendo la estatización de sus deudas. Clarín logró el monopolio del papel para diarios

El apoyo la sociedad civil, la Iglesia, los empresarios, la poderosa Sociedad Rural y el beneplácito de los Estados Unidos fue decodificado como un cheque en blanco. Estados Unidos no tuvo una actitud uniforme. El apoyo inicial se tornó crítico durante el gobierno de Jimmy Carter y su secretaria Patricia Derian.

40 AÑOS DESPUÉS

No es bueno analizar la historia con criterios binarios: buenos y malos. La realidad suele ser más compleja. Desde 1973 -cuando se inició el ultimo ramalazo del terrorismo de estado- cayeron peronistas, radicales, obreros, curas, católicos, judíos, civiles, militares, policías, estudiantes, intelectuales, periodistas, abogados, médicos, catequistas, empresarios, políticos…

No tiene sentido negarlo: Perón e Isabel, fueron artífices importantes del terrorismo de Estado.

Seguramente esto merece un debate. El error es creer que el relato histórico queda fijo de una vez para siempre. La revisión es un pilar fundamental del conocimiento histórico. Y más tratándose de una tragedia.

rubengallay@hotmail.com

 

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