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El colapso según Mario Bunge

Nuestra especie no tiene futuro a menos que el capitalismo sea severamente refrenado”, decía Mario Bunge en una obra publicada hace más de diez años. El gran filósofo argentino imaginó cómo sería el siglo XXI si no somos capaces de revertir las tendencias actuales del capitalismo. Y lo transformó en un breve relato distópico. Se trata de una advertencia muy clara hecha a su modo: con humor, ironía y contundente claridad. Bunge hasta le puso fecha al colapso: en su relato distópico, será en 2107.

 

Por A.S.de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

“Nuestra especie no tiene futuro a menos que el capitalismo sea severamente refrenado”, decía Mario Bunge en su "Filosofía política", editada en 2009, hace más de diez años.

El gran filósofo argentino, el único de alcance universal que ha dado nuestro país –que sin embargo lo conoce poco y mal y lo lee aun menos– esbozó en ese libro y en pocas líneas una distopía posible: imaginó cómo sería el siglo XXI si no somos capaces de revertir las tendencias actuales del capitalismo.

Con su humor característico, con ironía y trazos gruesos, pero con fundamentos basados en evidencias contrastadas, Bunge describe cómo será el colapso y le pone fecha: será en 2107.

El filósofo y científico fallecido remata su fábula aleccionadora asegurando que solo podremos sobrevivir si el el capitalismo es "severamente refrenado o, todavía mejor, transformado en un orden social que reemplace el exceso y el despilfarro por la moderación, y la explotación por la cooperación, el respeto por el derecho internacional y la gestión internacional de los recursos naturales no renovables”.

En la distopía imaginada por Bunge la empresa privada ha reemplazado al Estado. El nombre de la empresa es un obvio juego de palabras con la tristemente célebre corporación que obtuvo miles de millones de dólares para “reconstruir” Irak en la primera década del siglo: Halliburton. En la sociedad del futuro hay cuatro grandes clases sociales, con roles y atribuciones bien diferenciadas.

A continuación reproducimos textualmente esos párrafos tomados del capítulo 9 de su "Filosofía política" (Gedisa, 2009, páginas 485 a 487):

“Para percatarnos de cuán lúgubre puede ser el futuro si se permite que continúe la tendencia actual, imaginemos el siguiente escenario distópico. Tras numerosas, largas y agotadoras guerras contra el Mal —que nosotros, los elegidos, hemos ganado con la ayuda de Dios— el planeta ha quedado partido en dos reinos, llamémosles EE.UU. (abreviación de Empresarios Unidos) y U.S (abreviación de Unos que nos Sirven).

Puesto que la empresa privada es buena y el Gobierno es malo, la primera ha reemplazado al segundo. De hecho, EE.UU. es ahora propiedad de Hailbottom, la única compañía que ha quedado en el mundo a consecuencia de numerosas fusiones y compras apalancadas. El monopolio total de Hailbottom garantiza la globalización total. La firma es propietaria tanto del territorio como de su Gobierno. También gobierna en todo U.S. a través de unos pocos cientos de sátrapas locales, con el asesoramiento de maleables profesores universitarios.

En esta sociedad totalmente privatizada, la democracia política ha muerto hace mucho tiempo, víctima de las innumerables Leyes de Emergencia que siguieron a las diferentes fases de la constante Guerra contra el Mal. En cada región, la sociedad ha sido dividida en cuatro castas impermeables: los virtuosos, quienes constituyen la clase gobernante y disponen del uso exclusivo de los campos de golf y los vehículos todoterreno; los contratistas, a cargo de la seguridad, la industria y el comercio; los tempos, contratados de vez en cuando con salarios de subsistencia para hacer trabajos menores, tales como limpiar baños, enseñar matemática y asesorar al Gobierno de U.S., y los epsilones, que subsisten carroñeando.

El escaso petróleo que queda en el mundo proviene de vastos desiertos por los que solo vagan camellos salvajes, y todo ese petróleo se utiliza para mover tanques, helicópteros militares y vehículos todoterreno.
Los virtuosos viven en el lujo, los contratistas de manera modesta, los tempos en la pobreza y los epsilones en la indigencia. Las únicas organizaciones culturales que han quedado son los templos del culto a Mammon, la divinidad oficial, y las escuelas técnicas para capacitar a los futuros contratistas —la mayoría de ellos contadores o ingenieros de mantenimiento— y tempos. Nadie cultiva las artes, las humanidades ni las ciencias, excepto como pasatiempo y con escasos medios.

La perspectiva que todos tienen del futuro es tan sombría que nadie hace planes. Solo los idiotas siguen teniendo hijos —aunque no deseados— porque son los únicos que no entienden la conocida profecía hecha en 2057: «La humanidad se extinguirá en 2107». Fin.

El sentido de esta historia es que nuestra especie no tiene futuro a menos que el capitalismo sea severamente refrenado o, todavía mejor, transformado en un orden social que reemplace el exceso y el despilfarro por la moderación, y la explotación por la cooperación, el respeto por el derecho internacional y la gestión internacional de los recursos naturales no renovables. Sostengo que, a menos que la sociedad sea reconstruida en esta dirección, nuestra especie está condenada, porque el capitalismo sin restricciones es inherentemente rapaz, expansivo y destructivo y, por ello, una fuente de conflicto interno e internacional.

Además, puesto que nuestro planeta es finito, la expansión sin duda acabará en agotamiento, el cual a su vez nos llevará a la extinción”.

 

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