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“Huellas en el tiempo”, una propuesta teatral tan novedosa como interesante en el teatro uruguayense

La obra del grupo Dioniso Theatre Studio presenta ocho monólogos de otras tantas personalidades célebres universales de las artes, la filosofía y las letras, como Borges o Simone de Beauvoir. El elenco de teatristas uruguayenses pone cuerpos y voces en las huellas de esas figuras, y reciben  del público el aplauso sostenido (y merecido).

 

Por A.S. de EL MIÉRCOLES

Fotografías: JESICA FILLASTRE

 

El grupo “Dionisio Theatre Studio” sigue presentando la obra “Huellas en el tiempo”, una creación teatral tan novedosa como interesante. El pasado sábado se presentó nuevamente, a sala casi llena, en la Biblioteca Popular El Porvenir. Después de una hora y media en la que pasaron por el escenario un selecto puñado de ocho personajes célebres de la historia humana (de las letras, del pensamiento y de las artes), el público presente aplaudió de pie. ¿A quiénes ovacionaba: solamente a ese elenco de teatristas que le pusieron piel, voz y tono a las figuras históricas? ¿O era también a esas mismas referencias de la filosofía, de la música, de la literatura, que cobraron vida y llenaron de calor la fría noche del sábado en el salón de la Biblioteca?

Un reloj de arena preside el austero escenario. “Huellas en el tiempo” es un recorrido que rescata personalidades significativas de la historia humana, antojadizo en la selección pero muy decidido y contundente en el abordaje que propone. La primera de las figuras es María de Magdala, más conocida como María Magdalena, personaje de la Biblia que es revisitada en la obra en busca de una tradición que se corre de la versión oficial de la Iglesia y propone una mirada diferente, considerada “apócrifa” por ella pero que resulta depositaria de una antigua tradición cristiana de signo feminista, que reprocha a la conducción clerical el haberla ocultado deliberada y cuidadosamente durante milenios: María será entonces, no solo una compañera amorosa del Nazareno, sino también una lideresa de aquella nueva humanidad surgida de la prédica revolucionaria de Jesús. Encarnada con convicción por Maru Ibalo, secundada (o legitimada) por un Jesús que se mantiene callado en escena, María Magdalena abre el desfile de monólogos que propone la obra del Dionisio Theatre.

El clima de penumbras e inciensos se torna opresivo cuando ocupa el centro del escenario un inquisidor –personificado por Carlos Zelayeta– que lee la brutal condena contra Giordano Bruno, el díscolo sacerdote científico y filosófo que quinientos años atrás intuyó la infinitud del universo, entendió antes que casi nadie que el sol era una estrella más, y que debía existir un infinito número de mundos habitados por animales y seres inteligentes. El hereje, representado de manera descollante por Jorge Bevacqua, resulta uno de los puntos más poderosos de “Huellas en el tiempo”, y el ruido de las cadenas que arrastra solo es superado por la transgresora claridad de su mensaje antes de marchar hacia el Campo di Fiori a recibir el castigo mortal por su herejía.

...no deben escasear espectadores que ya en sus hogares habrán decidido sumergirse, para entender mejor lo disfrutado, en la labor pionera de alguna o algunas de esas figuras homenajeadas y a la vez redivivas gracias a Dionisio Theatre. Ojalá continúen las presentaciones y la comunidad uruguayense pueda seguir disfrutando de este proyecto que tiene bien merecido el sostenido aplauso del final.

Luego es Antonio Vivaldi –otra vez en formidable interpretación de Zelayeta, el decano actoral del grupo– quien recorre su obra y sus motivaciones: otro sacerdote rebelde a su modo, que percibe la grandiosidad de la creación y la transforma en belleza musical y culmina sus días incomprendido y en la pobreza, pero no reniega del legado maravilloso que dejó a la humanidad, que no se reduce a las Cuatro Estaciones (seguramente su trabajo más conocido). Por algun extraño modo, fue recién en ese momento que el público comprendió que cada monólogo, era una pequeña obra que rastreaba las “Huellas” dejadas en el tiempo por estas personas de tamaña estatura, y entonces empezó a coronar con sinceros aplausos cada uno de esos actos. Vino después el majestuoso Oscar Wilde, esta vez interpretado por Bernardo Farías, para repasar no solo su obra literaria como escritor, poeta y dramaturgo (autor de textos tan célebres como El fantasma de Canterville o El retrato de Dorian Gray) sino también su escandaloso amor llevado a juicio por su propia soberbia, al acusar de difamación al padre de su amado amante Alfred Wilson. Ese fue el inicio de la caida de Wilde, cuya genialidad aún hoy es causa de asombro.

En el tramo siguiente son tres mujeres las que se apropian de la palabra y de la propuesta teatral. Maru Ibalo es otra vez quien pone su piel y su voz para dar encarnadura a la trágica vida y el indiscutible talento de la poeta Alejandra Pizarnik. Medio siglo después de su suicidio, sus poemas cobran vuelo en el escenario y convocan a leerla a quienes no la conocían. Ágatha Christie, la original creadora de policiales y (junto con Shakespeare) la escritora más exitosa en lengua inglesa, es recreada por Adriana Frigo con gracia, recorriendo detalles de su singular vida y sus amores, pero también las claves por las que su personaje Hércules Poirot logró atrapar a millones de lectores durante buena parte del siglo XX. Luego Liliana Martínez pone voz y cuerpo a la filósofa francesa Simone de Beauvoir, la pensadora que revolucionó el entorno intelectual de la época y marcó una nueva ola feminista con su obra fundamental El segundo sexo, y que también dio a conocer una forma diferente de comprender el amor al ensayar una pareja de características inusuales con su colega Jean-Paul Sartre.

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El cierre no podría haber sido más potente. Carlos Zelayeta, de manera magistral, interpreta (e interpela con su actuación) a la imagen que todos tenemos del creador argentino más universal: Jorge Luis Borges. Desde la ceguera y la ironía, desde la aceptación de la posibilidad de varios Borges –y de muchos mundos–, con una elección de los textos que uno imagina debe haber requerido de una dificílisima sumatoria de decisiones, el Borges que ocupa el escenario ofrece un respetuoso y delicado repaso por la estatura creativa del Borges autor, aquel de la extrema modestia que prefería ufanarse de lo que había leído y no de lo que había escrito. La interpretación del célebre poema “El remordimiento” (“He cometido el peor de los pecados…”) irrumpe como un rayo en la tranquilidad del discurso previo del Borges de Zelayeta. Y su despedida, tan sencilla como gloriosa, concluye el camino marcado por las “Huellas en el tiempo”.

Un  montón de detalles (algunas dificultades con el sonido, o el hecho de que el salón de la Biblioteca está pegado a la vereda, y a veces los ruidos de la calle son indisimulables) podrían haber conspirado contra la propuesta. Pero pasaron casi desapercibidos por la honestidad y transparencia de la obra. El diseño del vestuario (a cargo de Adriana Frigo y Liliana Martínez) es eficaz, el video que complementa con datos y de manera didáctica los monólogos, la asistencia de dirección a cargo de Nancy Quinodoz, Norma Bouvet y Mónica Schab como responsables de sala, completan el nutrido grupo de trabajo que conforma Dionisio Theatre.

La obra es, en suma, un abanico de monólogos sucesivos a partir de una selección muy eficaz y potente de textos realizada por Carlos Zelayeta y por Margarita Saldivia Reche, quien es además la responsable de la dirección general de la propuesta. Se trata de una iniciativa novedosa y con cierto riesgo: combina equilibradamente la propuesta narrativa y dramática con un tono didáctico, ya que (sin dar nada por sentado) no se dirige solamente a quienes antes de sentarse a presenciar la obra conocían a las figuras cuyas huellas vienen a recorrer actores y actrices, es decir a quienes pueden disfrutarlas sin mayores explicaciones, sino también a introducirlas para quienes quizás se toparon con ellas por vez primera. Y es gracias a ese enfoque que podríamos llamar pedagógico, que pueden también disfrutar de los monólogos aunque no tuvieran noticias previas acerca de cada una de esas destacadas personalidades.

El cronista arriesga, en todo caso, un vaticinio: no deben escasear espectadores que ya en sus hogares habrán decidido sumergirse, para entender mejor lo disfrutado, en la labor pionera de alguna o algunas de esas figuras homenajeadas y a la vez redivivas gracias a Dionisio Theatre. Ojalá continúen las presentaciones y la comunidad uruguayense pueda seguir disfrutando de este proyecto que tiene bien merecido el sostenido aplauso del final.

 

 

 

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