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ROCK/HIPPISMO/REVOLUCIÓN

Los entrerrianos en la Cofradía de la Flor Solar

La primera comunidad artística que hubo  en la Argentina tuvo a entrerrianos en su integración. Tiempos turbulentos y de cambios en el mundo dieron el marco a la formación de la mítica Cofradía de la Flor Solar. En esta crónica, Jorge Villanova le da voz a sus protagonistas, quienes narran los inicios y el apogeo de un proceso cultural que se inscribió en la historia del rock nacional. Una delicatessen: la estadía de la banda en Bajada Grande y el encuentro con Linares Cardozo.

 

Por JORGE VILLANOVA (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).

Fotomontaje de portada: MARBOT

Hacia 1969 el movimiento hippie mundial había demostrado su pretensión de ser más que una moda pasajera, que los jóvenes venían a interrumpir el reinado adulto de una vez y para siempre. El festival Woodstock fue eso, el pináculo del flower power y fue, paradójicamente, el inicio de la decadencia del hippismo. Medio millón de personas creían en lo mismo, pero no podían articular nada, ni lo pretendían tampoco. La fuerza interior, la libertad, el sentimiento de amor a la naturaleza, esa especie de anarquismo antisocial, antisistema, no se transmutó en movimiento político.

Los Horneritos en el Club 9 de Julio: Carlos Gómez, Hugo Cabrera, Martín Mottroni y Kubero Díaz. Año 1965.

Los sesenta fueron la ruptura, Los Beatles, los barbudos del caribe, la minifalda de Twiggy, la pastilla anticonceptiva, el LSD y los autores de la generación beat, Jack Kerouac, William Burroughs, Allen Ginsberg. El redescubrimiento de Herman Hesse, Simone de Beauvoir, el feminismo y el boom de la literatura latinoamericana. Los discursos encendidos de Malcolm X y el sueño inconcluso de Martín Luther King. Todo estaba por hacerse, el futuro era joven, era soñar lo imposible y concretarlo.

Kubero Díaz en casa de su hermana en Nogoyá. Año 2022.

En Argentina pasaban otras cosas: pasaban presidentes por ejemplo, sin continuidad de solución. Con Juan Perón en el exilio y su movimiento prohibido las fichas del dominó político eran inestables, como un castillo de naipes construidos sobre el mantel de la mesa, inevitablemente se caían. Las influencias externas asustaban y mucho, tanto que el sistema político puso un comisario con bigotes de morsa para intervenir universidades, clausurar revistas y prohibir besos enamorados en las plazas. Pero ya había sonado ‘La Balsa’ en las radios y con mucha madera el movimiento -exótico, ajeno, despreciado- comenzaba a navegar y a hacerse fuerte pero con una identidad local.

Portada del disco de La Cofradía de la Flor Solar. Año 1971.

“Mientras las juventudes universitarias nos acusaban de reaccionarios y pro imperialistas, por no definirnos políticamente, los locos íbamos encontrando combustible para nuestra utopía en las escandalosas declaraciones de John Lennon, en las inspiradas letras de Bob Dylan y en la creciente popularidad del movimiento musical que en nuestro medio iba pariendo sus primeras formaciones grupales: Manal, Vox Dei, Almendra, Arco Iris. Muy pronto la estética de estas bandas intensificó aquella sensación de pertenencia que nos habían descubierto Los Gatos, aunque todavía no se hablaba de rock nacional, ni siquiera de hippies.” señala Miguel Cantilo.[1] La historia oficial dice que fue en el baño de la Perla del Once, hoy gracias a los revisionistas del rock sabemos que empezó una década antes y en todos los rincones del país. En los pueblos y ciudades del litoral, del norte profundo, de la cordillera y del mar surgieron cuerpos y espíritus emancipados conmovidos por esa actitud de libertad, que si en lo formal no se podía ejercer, entonces la búsqueda sería interior.

Kubero en su casa-teatro de Nogoyá con sus sobrinas Nancy y Carla, y sus hijos Laila y Kanmakan (Diciembre 1985).

“Todo esto no solo salió de la mítica Cueva de Pueyrredón, cuyo carácter bohemio la ha convertido en supuesta cuna suprema del Rock Nacional. Lo cierto es que ni Pappo, ni Spinetta ni yo fuimos nunca a La Cueva, ya que éramos menores y no podíamos entrar en ella. Tampoco Kubero, Manija y Morcy, oriundos de Nogoyá y miembros de la inigualable Cofradía de la Flor Solar, principal grupo de la psicodelia argentina, pararon jamás allá, ni tampoco fueron a La Perla” nos dice Claudio Gabis en un texto que nos acercara.[2] En Entre Ríos también surgieron de a poquito esos pioneros que se animaron a dejarse crecer el pelo y a vestirse de colores. La conservadora provincia al parecer no lo era tanto, el aislamiento insular no surtía efecto, Los Teen Tops llegaban del norte, Los Iracundos invadían por el oriente, en Rosario aparecían Los Gatos Salvajes, y sobre todo Los Beatles, que penetraban por todos los lados, resquebrajaban la máscara. Ciudades como Gualeguaychú, Paraná, Uruguay, Concordia observaban a sus criaturas movilizadas por la música, por los nuevos tiempos, pero también el interior de la provincia era atravesada como el río, era atravesada, -le robamos el canto al inmortal poeta de Gualeguay- Basavilbaso, Tala, Nogoyá tenían lo suyo y empezaban a proclamarlo. Y a esto queríamos llegar.

Los Grillos: Quiero ser una luciérnaga

En el imaginario popular se fue construyendo y consolidando la idea acerca de que Entre Ríos es una provincia en la que no pasa nada desde los tiempos de Ricardo López Jordán, parecería ser que el tiempo se detuvo hace un siglo y medio, y desde entonces solo se movió al vaivén de las circunstancias nacionales. Nada de esto es así, pero si se lo aplica para lo político, es de imaginar que en lo cultural el desconocimiento es aún mayor.

“El rock y el blues de la Argentina nacieron en muchos lugares casi al mismo tiempo. Hay que reconocerlo definitivamente y entender que muchos de ellos estaban en el interior del país. A pesar de su aparente naturaleza conservadora, Entre Ríos es una región hermosa, fascinante, inspiradora y creativa. Bajo su capa ‘careta’, esconde una rica población compuesta por gente diversa, maravillosa y muy atrevida” nos reafirma Claudio Gabis, descendiente de entrerrianos y uno de los integrantes de Manal, banda fundamental del rock argentino, refiriéndose a los principios de esa música en estas tierras.[3]

Después de eso, lo único que queda es hurgar y descubrir. Juancho Buiatti, eximio guitarrista de Maciá, hoy radicado en España luego de recorrer el mundo durante 34 años no puede olvidar a Fausto Herrera, un personaje de Nogoyá que aún anida en su memoria a pesar del tiempo transcurrido: “Yo conocí un muchacho de Nogoyá, de La Cofradía de la Flor Solar que se llamaba Fausto. Con Traetormentas, un trío con el que hacíamos canciones de Vox Dei y de ese estilo, fuimos a tocar varias veces a esa ciudad, al cine teatro. Y ahí una vez estaba Fausto, uno de los pioneros de La Cofradía, amigo de Kubero, de toda la gente de La Plata, y nos habló un montón de aquella época. Fausto era amigo de un tío mío, con el que había hecho la colimba, y mi tío decía ‘Este Fausto es raro, es medio raro’, lo que pasaba es que mi tío no se daba cuenta que Fausto fumaba, fumaba sus cosas. No era un tipo rebosante en salud, pero si rebosante de historias, era una espécimen viviente de todo aquello que significó lo que era La Cofradía”.

 

Ilustración de Carla Riani, para esta nota en revista Cicatriz.

Fausto Herrera es “un hombre menudo, de cejas muy pobladas, cabello largo hasta la mitad de la espalda, atado y de color gris, tiene su propio ritmo de vida que es algunas revoluciones menores al del común de los mortales” escribió el periodista Felipe Díaz, quien lo entrevistó para la desaparecida revista El Colectivo.

“En el año 66 había una banda acá en Nogoyá llamada Los Grillos que hacían música de ellos, formada por Kubero Díaz, Eduardo Manija Paz, Morcy Requena y Carlitos Gómez. Todos muchachos de familias trabajadoras de clase media. Al principio del año 67, Kubero, Manija, Morcy y el Flaco Ricardo Legna deciden irse a La Plata, ‘supuestamente’ a estudiar. En La Plata se encuentran con otros estudiantes y deciden vivir juntos. En un principio la idea era abaratar costos, pero poco tiempo después surge la idea de formar una comunidad.”[4]

En Nogoyá está el origen de esta historia y fue hace 60 años. Tenemos, creemos entonces, que en el corazón de la provincia, existe un grupo musical, muy chiquito, muy de baile, muy de secundaria, y si exageramos un poco diríamos que su influencia llega hasta nuestros días, y aún sin exagerar, hay que agradecerle su existencia. Y tenemos una ciudad, tan similar a otras, pero con su propia impronta. ¿En verdad era así?

“Vos querés que empiece de muy lejos” me dice Morcy y por suerte lo hace: “Cuando éramos adolescentes e íbamos al secundario, yo ya actuaba con Manija Paz, que éramos hermanos de corazón. Ya actuábamos en un grupo de teatro que se llamaba La Ronda, era un teatro de títeres y de mimos, un muy buen espectáculo, así que con Manija ya estábamos en lo que era la cultura de la ciudad, en el desarrollo de la cultura de Nogoyá. Y Nogoyá en esa época era un pueblo interesantísimo, porque había mucha movida, había teatro independiente, el cine en la sociedad italiana funcionaba bien, había películas jueves, viernes, sábado y domingo, había cine sin parar, después muchos espectáculos que se traían al cine y a la Cultural. Músicos destacados de la Argentina venían a tocar a Nogoyá. Y a la vez había varias confiterías y cafés que andaban bien, se llenaban de gente y en ese contexto salen Los Beatles, y eso a mí y a toda nuestra generación nos despertó muchas cosas lindas, creativas”.

 Kubero con Carlos Muñoz, Fausto Herrera y su hermano Carlos Díaz.

Cuando se habla de los 60, se trata de un mundo en donde se está barajando todo, mucho antes de que la palabra se invente, se está produciendo una globalización, y mucho, muchísimo tiene que ver la música, y dentro de ella la banda de los cuatro de Liverpool. Eso está pasando en todos lados. León Gieco, crecido en la otra orilla del Paraná, evocará esos años en una canción pincelando el cuadro “al tiempo no hay que darle la oportunidad de que pase en vano, aquí, allá, hoy o mañana”, y estos gurises nogoyaenses entendieron claramente que ese era el momento y era su tiempo. Continúa Requena: “Quisimos armar un grupo, éramos varios amigos y no sonaba para nada, eran más las ganas que teníamos que lo músico que éramos, incluso era difícil conseguir instrumentos en esa época, hasta que un amigo mío me dice, ‘Mirá, yo te consigo un guitarrista que es muy bueno y vive acá a la vuelta’, y dale, vamos. Fuimos, golpeamos la puerta y mi amigo Polola pregunta ‘¿Está Juancito?’ Y sale Juancito, que era Kubero, y tenía un año menos que nosotros, 12 o 13 años. Y yo le pregunto ‘¿Pero vos sabes tocar así, cosas de Los Beatles?’ Y agarró la guitarra y hacía todos los temas, hasta los solos de George Harrison como si fuera el mismo George Harrison. Así que gracias al talento de Kubero empezamos a armar ese grupo que se llamó Los Grillos. Y fue él quien nos dijo de traer un amigo que vivía cerquita, y era Carlitos Gómez que tocaba el bandoneón, fue el bajo del grupo, un músico de primera. También tenía la edad nuestra”.

Los Grillos con Carlos Gómez, Morcy Requena y Kubero Díaz.

Aún teniendo en cuenta que Kubero era apenas un niño, ya contaba con una vasta experiencia en el escenario. Ya hacía un tiempo que tocaba folclore con un grupo que tenía con sus compañeros de escuela primaria. Recuerda entonces: “Hacíamos folclore, con primera voz, segunda voz, y tenía 9 años. La voz cantante era un gran amigo  el Negro Martín Mottroni, que tenía una voz muy poderosa entonces lo poníamos ahí en primera y era el más chico de todos, con 6 o 7 años. La primera experiencia de música, de grupos y de palco en el teatro Trigati, me temblaban las rodillas cuando subí al escenario por primera vez. Por entonces era el folclore lo que predominaba, las peñas contaban con unos guitarristas fantásticos. En esa zona era muy fuerte el folclore, el chamamé y con mi hermano también teníamos mucha conexión con esos músicos,  con mi tío Perico Flores que era concertista también, un músico fantástico Perico, uno de mis primeros maestros. Fue un amigo de la casa, Miguel Pustilnik, mi gran maestro, hijo de un médico de Nogoyá. Tocaba la guitarra como los dioses, y a mí eso me fascinaba, a mí y a quien lo viera, porque era algo muy especial cuando tocaba. Me enseñó en ese comienzo el arranque de un instrumento maravilloso como es la guitara. Miguel interpretaba a Piazzolla, a Falú, con eso te digo todo, un toque muy mágico. Miguelito me enseñó la base de la realidad musical. También estaba Carlitos Gómez, con Carlitos estudiábamos juntos. Yo tocaba la guitarra y él  el bandoneón, entonces yo me iba a su casa, y nos tirábamos las horas tocando valsecitos y tangos mientras su perro cantaba. Él también formaba parte de Los Horneritos, ese primer grupo folclórico con el que yo subí a un palco”.

No fue ese el único conjunto folclórico que integró, también armó el Cuarteto Vocal Nogoyá –en el que estaban sus hermanas Hilda y Delia- y el Grupo 5 –el que también integraban Gómez y su hermano Carlos-, donde hacía los arreglos.

Kubero cuenta que su rumbo cambió, en un aspecto de manera fortuita, cuando el papá tomó en su taller una guitarra para arreglar: “Mi viejo que era técnico electrónico arreglaba radios y todo tipo de cosas eléctricas. Apareció un día un guitarrista de Buenos Aires que nosotros lo llamamos rápidamente El Petitero, que tenía grandes patillas tipo Elvis Presley y que tenía una guitarra como la de Elvis, de jazz grande y se le había descompuesto no sé que cosa y la había llevado a casa para que mi viejo se la arreglara, y un día me encuentro con ese instrumento que estaba ahí arriba de la mesa. Yo nunca había visto algo así y eso coincide con la aparición de Los Beatles en mi vida. Mi hermano mayor Carlitos, que también era músico,  un día me dice ‘cuando vuelvas del colegio conéctate con Radio Sarandí que hay un programa que pasan unos músicos ingleses que no se puede creer lo buenos que son, Los Beatles, pero ojo -me dice-, porque hay otros Beetles que son falsos, que son los Beetles americanos’, me aclaró eso y me dijo, que no me pierda de escuchar esta banda. Así que volví corriendo del colegio a tomar un mate cocido y escuchar radio Sarandí”.

 

Muchísimos años después Kubero se encontró con Quenco, un personaje que trabajaba en Radio Sarandí, con quién se cruzaron memorias y cuentos en una noche de vinos. “‘Nooo, me dice, no lo puedo creer si yo trabajaba ahí’, y esto es para decirte como es de mágico todo esto, y además ahí está la respuesta a ¿Cuándo nació todo? ¡Cuando empezamos a largarnos por los caminos!”.

Retomamos el relato de Requena por un momento: “Armamos Los Grillos y empezamos a tocar en el 63, con 14 o 15 años y tocábamos temas de Los Iracundos, de Los Beatles que le poníamos la letra nosotros. Tocábamos mucho porque en esa época no había discotecas ni nada, y los bailes eran con grupos, con orquestas y nosotros éramos la orquesta moderna, estaban la típica, la tropical y la moderna, donde había bailongo estábamos nosotros. Y cuando no había bailes tocábamos en la confitería Mont Reims, una confitería linda, grande que llenábamos y la gente bailaba, la muchachada se divertía. Éramos estudiantes secundarios, y a la vez hacíamos teatro y a la vez estudiábamos o sea que era una movida linda, había mucha movida cultural en Nogoyá. Después creo, -bueno es para un análisis sociológico- apareció la televisión y la gente se fue encerrando en sus casas y dejó de salir, pero antes los carnavales estaban lleno de gente, los fines de semanas había bailongos por todos lados, en el Club Social, en la Mont Reims, en el Café de Pepe, bailes en el Club Sirio-Libanés, en el BUN, era una época divertida.”

Kubero recuerda que “En Entre Ríos había muchos grupos en ese entonces, nosotros teníamos contactos con ellos, La Manhatan de Paraná que hacía jazz venía a Nogoyá a tocar y compartíamos momentos con ellos, o en cualquier pueblo que íbamos encontrábamos grandes músicos. Victoria mismo, donde estaba Morocho Carlomagno, es decir había una movida importante para adentro de Entre Ríos, y para nosotros con la edad que teníamos juntarnos con otros músicos era maravilloso. Nos rebuscábamos la vida para hacerlo como jóvenes que éramos. Hay unas historias de esos shows que hacíamos alrededor de Nogoyá. Íbamos a Ramírez, a Crespo, alquilábamos un auto, nos subíamos con los equipos y vamos. Nos hemos pegado cada tormenta y hemos quedados empantanados en los caminos en medio de la nada, con el traje de actuación aún puesto. Aventuras maravillosas, imagínate que yo tenía 16 años, adrenalina pura.”

 Fausto Herrera por Maxi Sanguinetti.

En una vieja entrevista  Morcy dirá: “Corría 1965 y asolábamos la región: Tala, Gualeguay, Victoria, Ramírez, esos eran lugares copados por nosotros. No entraban ni Los Linces de Concordia ni Los Brujos de Paraná.”[5]

“Y era difícil” asevera Requena, “porque no había equipos entonces, no es que ibas y te comprabas una buena guitarra y un buen equipo, había que ingeniárselas para tenerlos. Nosotros teníamos un técnico en el pueblo, Ceretti, que trataba de hacernos los equipos, los efectos, a veces lo conseguía y a veces no y con eso zafábamos y salíamos de gira, en todos los lugares donde podíamos tocar estábamos, y sonábamos muy bien, incluso cuando venían Los Iracundos a tocar en Nogoyá nos prestaban los equipos porque no podían creer que éramos unos pibes y sonábamos muy bien. Yo creo que Los Grillos fue gracias al talento de Kubero que fue y es un músico extraordinario”.

La Cofradía de la Flor Solar.

Juan Fernando Kubero Díaz provenía de una familia de artistas, su papá era de esos que en las fiestas familiares se encargaba de amenizar a base de milongas, su tío lo acompañaba y hasta su madre se sumaba en ocasiones en la guitarreada. Con el tiempo, su padre alquiló el teatro del pueblo, que por entonces estaba cerrado, a un señor Quinodoz, quien le facilitó la compra con tal de que preservase el teatro. Ahí creció Kubero, jugando en el escenario, escuchando los músicos que por ahí pasaban. “Yo siempre tuve oreja” nos dirá después. “Escuchaba los conciertos de tango y folclore que había al lado de mi casa, desde el patio interior de mi casa, de personajes muy importantes que pasaban por ahí”.

Allí también ensayaron Los Grillos, como lo hicieron en un sótano con paredes escritas de frases y letras que a ellos le gustaban, en una casa que estaba cerca de la Plaza de la Estación, su lugar, su cueva o tal vez fue el sótano de la confitería La Rural o el de la misma Mont Reims, por donde también pasaron. “Morcy Requena iba al mismo colegio que yo, pero dos años más arriba. No éramos amigos ni nada pero yo, en una fiesta que hubo vi que tocaba música de Los Beatles y dije ¡Acá hay otro que sabe música de Los Beatles!” Entonces supo el pequeño Kubero que no era el único en el pueblo que conocía a Los Beatles. “Un día me vino a buscar y comencé a tocar con Morcy y hacer Los Grillos que eran una especie de Beatles ‘nogoyaseños’, todo repertorio beatle y algunas letras las poníamos nosotros en español, otras en inglés.”[6]

El quinto Grillo fue el Flaco Legna, algo así como un Brian Epstein panza verde “Era nuestro manager en Nogoyá, era el que manejaba la plata, hacía los contratos, cobraba las entradas, repartía lo que quedaba, pagaba las deudas que teníamos de guitarras y equipos” dice Morcy.

Cuando Requena y Manija Paz terminaron el secundario y viajaron a La Plata -nos adelantamos un poquito y decimos que en los ensayos de La Cofradía no estaban del todo conformes-  decidieron convocar a Kubero que permanecía en Nogoyá. “Lo fuimos a buscar antes de debutar porque estábamos acostumbrados a tocar con él y nos parecía una pieza fundamental dentro de la música que siempre habíamos hecho”. Kubero había dejado los estudios en tercer año, básicamente porque lo que le interesaba era tocar la guitarra todo el tiempo posible.

“Cuando se le empieza a darle una forma orgánica al grupo”, habla el Mono Cohen, “con la pretensión de ser el mejor y con una música súper avanzada y todo eso, se decidió que había que traer algunos músicos más. ‘Importarlos’ de Entre Ríos, que según los que estaban acá eran imprescindibles, como Kubero Díaz. Morcy y Manija habían tocado con Kubero en Los Grillos, un grupo inspirado en Los Beatles que hasta tenía un nombre parecido. Kubero era muy chico, era menor de edad en esa época, entonces lo fuimos a buscar y tuvimos que convencer a los padres de que lo dejasen venir a La Plata. Y cayó Néstor Paul que venía a dar el examen de ingreso de Ingeniería. Fracasó, pero igual lo adoptamos y se quedó a vivir en La Plata. También era de Entre Ríos pero tocaba en otro grupo que se llamaba Los Batman, junto a otro futuro cofrade, Rubén Tzocneh Lezcano”.[7]

Papá Martín que no quería saber nada con que el hijo se fuese a La Plata, terminó aceptando a regañadientes cuando Hilda, la hermana de Kubero lo convenció de que el chico ya había elegido su camino y que después de escuchar a Los Beatles no había retorno, supo que quería hacer rock and roll toda la vida. Entonces comprendió que Juan, ya no era el mismo chiquito que hacía folklore con Los Horneritos en los actos escolares de la Escuela Barcala, y aceptó muy a su pesar. “Andá pero yo no te mando un mango” le dijo. Eso era lo único que quería escuchar Kubero y se fue con sus amigos. “No era una decisión muy pensada, para nada, era una energía que te pasaba por encima y había que hacerla sí o sí, no quedaba otra, no había otro panorama, para mí por lo menos. Yo quiero tocar la viola y se acabó, no me veía laburando en otra cosa y ahí es cuando mi viejo me dice eso de  ‘Bueno andá a La Cofradía y olvídate, no vas a tener un mango’. Así vino la cosa y nos juntamos en una casa para compartir entre varios y eso fue La Cofradía, buscar como estar cerca y conformar un acto creativo.”

Así comenzaba la historia más conocida de estos entrerrianos, la de La Cofradía de la Flor Solar.

41 y 13: Algo está por suceder

Es el momento en que Kubero empieza a despegarse del pueblo, mejor dicho, a descubrir otra vida fuera de los límites que imponían el Uruguay y el Paraná. “Me contaron todo la historia del hipismo, de la comunidad, de La Cofradía. Y bueno, ¡Yo quería tocar rock and roll! Me fui. Cuando llegué no entendía nada. Enseguida el hippismo me pareció un movimiento fenómeno. Me pasaba todo el día tomando mate en la terraza de la casa, sin comer. Yo no tenía un mango, ni siquiera iba a la universidad: mi viejo no me podía mandar plata”.[8]

 Los Grillos con Carlos Gómez, Morcy Requena y Kubero Díaz.

“En Bellas Artes” volvemos al testimonio de Morcy, “conocemos al Mono Cohen o Rocambole, a Isabel Vivanco, a Néstor Candy que estudiaba cine. También la Negra Poli que en esa época andaba con el Mono, los veías en una motito Puma negra, vestidos con campera de cuero negro, eran como los beatneaks. De apoco vamos tocando, charlando, armando cosas, compartiendo cafés. Hasta que dijimos ¿por qué no alquilamos una casa todos juntos? Y eso hicimos. Y así empezamos la parte más creativa, a tocar, a componer. Empezamos la época linda de La Cofradía en la calle 41 y 13.”

Miguel Grinberg, periodista multifacético si los hubo, (Miguel se está yendo mientras escribimos estas líneas), tenía un sitio llamado El Reducto de la Flor Solar, donde publicaba revistas independientes como Eco Contemporáneo. Isabel Vivanco que trabajaba a veces con él, leía y colaboraba con las revistas, cursaba en Bellas Artes y queda maravillada ante la coincidencia del nombre de la agrupación, de ahí a la invitación a los cófrades para conocer a Grinberg hubo un solo paso. Desde entonces la colaboración de Miguel con el grupo platense fue una constante permanente, tanto desde lo periodístico como contactando personas de la industria discográfica y del ambiente musical de la Capital Federal.

La Cofradía no solo fue un grupo musical, fue una casa abierta, fue una comunidad integrada por gente que eligió un camino diferente a lo que podía esperarse entonces de una juventud sana, decente con valores cristianos y occidentales, como lo demandaban la sociedad y el gobierno militar.

“Allí teníamos la banda musical y un taller de artesanía en cuero, donde trabajábamos el cuero. De a poco fueron cayendo otros músicos de Nogoyá como Néstor Paul, Alejandro Herrera, que se quedaban en la casa y fuimos formando una comunidad artística, y musical. Con Rocambole hacíamos serigrafía. La vida en comunidad de La Cofradía fue muy fuerte porque éramos muy creativos y había mucha gente importante en ese momento. Fue la primer comunidad artística y creativa que hubo en la Argentina”, apunta Requena.

Afiche de un Festival organizado por La Cofradía. Año 1970.

La banda fue un emergente de esa comunidad hippie instalada cerca del centro de La Plata, en 41 y 13. Además de músicos, se componía por artesanos, artistas plásticos, intelectuales y gente de toda laya cuya premisa primera era la libertad y la creación. Muy de época, como también lo fue la represión y hostigamiento que sufrirían en los años que transcurrió su existencia. En esa casona enorme, convivieron con los músicos, además de Rocambole, Isabel Vivanco y Poli, la periodista Meneca Hiquis, el luthier Hugo ‘Pascua’ García, el poeta Néstor Qandi, el escenógrafo Abel Facello –también entrerriano-, casi una veintena de personas.

Por supuesto también había un grupo de itinerantes que se establecían un tiempo y luego volvían a sus rutinas. Pasaron por allí Eduardo Beillinson, Miguel Cantilo, Jorge Pinchevsky, entre tantos otros. “El rock era como una familia” dice Kubero, “Venían a tocar y se quedaban en casa y no pasaba nada, y sobre todo por la música. En nuestra última casa una vez vinieron los  Orion’s Beethoven  y se quedaron todo el día mirando que hacíamos nosotros, yo creo que lo único que hacíamos era vivir, nuestra comida, los ensayos, las artesanías. Un día vino Javier Martínez a La Cofradía y al otro día se trajo una carpa y se instaló en el patio, pasaban cosas así. Pasó todo muy rápido, fue muy intenso todo. ¿Vos lo pensás y cómo? ¿La Cofradía duró tres años, cuatro? ¿Nada más?”

‘Zeitgeist’ dice Rocambole, expresión alemana que significa algo así como ‘espíritu de época’. “Había una efervescencia, la sensación de que había muchísimas cosas por hacer. Sentíamos la necesidad de cambiar algo y la conciencia de estar en el centro de la cosa… te ordenaban hasta la manera de vestir. Hay que imaginarse esa época”.[9]

Ahora es el momento

Más allá de la llegada de la legión entrerriana, hay una protohistoria de los cófrades -según cuenta Marcelo Fernández Bitar en su didáctico 50 años de rock en Argentina- que se produce luego del infausto y oscurantista hecho conocido como ‘La noche de los bastones largos’ en julio de 1966, por el cual la dictadura de Juan Carlos Onganía intervino facultades, destrozó bibliotecas, expulsó docentes –César Milstein es un ejemplo de ello- y reprimió estudiantes.

La resistencia se armó en el comedor universitario de La Plata, el que también fue clausurado. Surgió entonces la idea de armar una facultad paralela con los profesores cesanteados y la idea de autoabastecerse.

Impulsaba esta idea Manuel López Blanco, Manolo, profesor de Bellas Artes. Nació así La Cofradía de la Flor Solar. Y junto a López Blanco también brindaban clases semanales el musicólogo Enrique Gerardi y el pintor Luis Felipe Noé.

Dice Rocambole que “Manolo tenía una cátedra de Filosofía y Estética que era muy abierta, muy de destornillar cabezas y destapar cráneos. Era una cátedra fundamentalmente marxista. En la época de Onganía es echado, y nosotros, como centro de estudiantes en el exilio, lo llamamos para que diera cátedras al aire libre. Influyó en toda la mentalidad de elaborar una comunidad de trabajo que tenía un taller donde hacíamos afiches para las compañías de teatro independiente. Para los vecinos éramos gente rara, pero todavía no se había difundido en el imaginario el hecho del hippie drogadicto”.[10]

Coinciden los testimonios en que se inventaba y se improvisaba una nueva forma de vivir, de alguna manera se aprendía a compartir y lo que era de uno era de todos, y cada persona aportaba sus conocimientos o al menos su voluntad, de eso se trataba en definitiva.

El que sabía tocar tocaba, el artesano creaba  ya sea en cuero, metal o madera y otro vendía ese producto, el que no sabía hacer nada cocinaba y aquel lavaba los platos o barría la casa. “Sin saberlo o bien llevados por la necesidad armamos una organización de grupo que es lo que debe haber en todas las sociedades, todo funciona igual, el mecanismo de control y respeto de cada uno y la disciplina” dirá años después el cofrade Quique Gornatti en una entrevista.[11]

“Había una predisposición a llevarse bien, por una cuestión cósmica quizás”, dice el Flaco Legna, quien también era consciente que si la intención era ubicarse fuera del sistema, en algún punto había que negociar, al menos para poder comer  y alimentar las crías. La alternativa fue hacer una caja común de ingresos, y si bien alguno se alejó, lo que se juntaba se compartía para comprar carne, papas, cigarrillos, un vino de vez en cuando. Si no había plata se hacían trueques, por ejemplo con un boliche llamado Pororó, donde tocaban y comían por unos días. Existió un cuaderno donde anotaban entradas y salidas, duró poco, la contabilidad era tan mala como los ingresos.[12]

Morcy con Rocambole. Año 2014.

De los muchos trashumantes que pasaron por la casa hubo otra pequeña invasión de entrerrianos, junto a Kubero llegaron Rubén Tzocneh Lezcano, Néstor Paul. Un tiempito después se sumaría Alejandro Herrera, también de Nogoyá  y estudiante de quinto año en Paraná. En la indispensable entrevista que le hizo Osvaldo Quintana recordó que Morcy Requena le dijo un día cualquiera: “Venite que tenemos una casa, que leemos todos juntos, hacemos música, estamos empezando con las artesanías. Desde que él me dijo eso hasta que me fui habrán pasado dos meses. Me cambió la vida totalmente. Irme fue alucinante. Llegué a La Plata cantando folclore y debuté el mismo día que lo hacía La Cofradía”.[13]

El otro Herrera, el Fausto, comenzó a viajar a La Plata cada vez más seguido, enamorado de la utopía libertaria que se vivía en esa casa, hasta convertirse en parte integrante permanente del movimiento cofrádico: “La gente nos veía raros en un primer tiempo, como bichos raros. Pelos largos, barbudos, ropa de colores, extravagantes, hasta que después se dieron cuenta que no jodíamos a nadie, no molestábamos a nadie. En promedio teníamos 20 años y los vecinos podrían haber sido nuestros padres (…) En épocas medio difíciles a nivel económico la gente nos llevaba cosas, comida, leche, frutas, para fin de año se venían con canastas de pan dulce, sidras”.[14]

Alejandro Herrera, que fue para trabajar en artesanías recordaba “Cenar en La Cofradía era algo maravilloso, una mesa larga en la cocina y charlar. En esa misma cocina Rocambole hizo sus primeros afiches en Planigraf, todo a mano. Todavía recuerdo el primer afiche de Guevara que decía: 'No podemos eludir el llamado ahora'”.[15]

En esta etapa, estamos en 1969 Alejandro llegará a grabar un simple bajo el seudónimo de Adán Quieto. En un principio iba a cantar en La Cofradía, pero se decidió lanzarlo como solista. El disco tenía dos canciones “Recuerdas” y “El Payaso”, de Morcy y Kubero, quien toca en la audición. ‘Esto es música Pinup’ rezaba una etiqueta en la portada, definiendo tal vez el estilo, con un concepto de época. Al otro año graba junto a Crist Mariant graba un LP llamado “Misa para los jóvenes”.

Hacia 1970 o 1971 se alejan del centro de La Plata. Consiguen alquilar una amplia casa casi en los bordes de la ciudad. “Este cambio de casa ha sido genial” le escribe Kubero a su familia en Entre Ríos: “Estamos mucho más contentos, nos sentimos mejor rodeados de árboles, sol, pájaros, flores, huertos (que hizo Paul), gallineros (que hizo Manija)”. Nancy Weber Díaz atesora estos recuerdos de su tío, verdaderos documentos, son unos pequeños volantes publicitarios de sus recitales, donde Kubero escribe al dorso la nueva situación y va contando las actividades de la comunidad y de la banda: “Este afiche que les mando lo hizo el Mono; el ‘Cucurucho de flores’ es el seudónimo que usamos para organizar festivales”, y agrega una novedad, que muestra la dinámica de la agrupación: “Axolote es el nuevo trío cofrádico de Rubén y Paul (antes tocaba Quique y ahora toca Hugo, ex integrante de La Cofradía). Rubén (que ahora fue bautizado por el Mono con el nombre de Tzocneh) está muy bien, es un tipo increíble para convivir, es más cófrade que otros.”[16]

La pálida ciudad

Para 1972 la suerte de la Comunidad estaba echada, según dicen del Ministerio del Interior salió la orden de terminar con La Cofradía. ¿Era peligrosa? ¿Un mal ejemplo? ¿Una fachada pacifista en esos tiempos revolucionados? “Pelo largo y barba en pleno gobierno de facto, reflexiona Legna, “Ya pensar era malo, imagínate, éramos diferentes, no nos atábamos a nada. El trabajo artesanal fue eso, estar fuera del sistema, viviendo de lo que producías. Algo fantástico para nosotros pero no para el sistema.”

Es cierto que hacia el 69 en la casa se habían realizado algunas reuniones políticas de los partidos revolucionarios de La Plata, lo que espesó el ambiente, al punto de que el mismo Legna fue levantado por la policía en plena calle siendo torturado y quemado con cigarrillos.[17] En esa línea aporta Morcy: “Lo que nosotros vivíamos era política, pero no estuvimos en ninguna organización política. Para los Montoneros en esa época nosotros éramos unos sucios drogadictos, eran muy fachos, y para los milicos también nosotros éramos muy peligrosos, porque teníamos contacto con el padre Mugica y mucha gente. Eran los inicios del rock, y cuando ellos se dieron cuenta que en esa época el rock argentino estaba naciendo y convocaba mucha gente, y la gente que convocaba tenía la misma edad que nosotros y pensaba lo mismo. Se preocuparon”.

Se veía venir, el ambiente cada vez más espeso, el clima político, tanto el revolucionario como el represivo se sentían. La Plata era una caldera y los miembros de la agrupación, que ya se habían mudado a una casa casi en las afueras de la ciudad -y por donde pasaban todos los músicos de rock- veían la situación cada vez más complicada, ya no caían tan simpáticos, o ya no distinguían tanto entre unos jóvenes y otros.

“Era una presión todo el tiempo, como hacer un concierto y saber que a la salida íbamos presos, te cargaban y te llevaban. Recuerdo una noche con el Flaco Spinetta en un rinconcito así hasta que pasara toda la locura, y eso pasaba en un teatro” rememora Kubero.

“Una vez, entraron a la casa de La Cofradía, pero solo estaba Morcy Requena con su novia. Nosotros estábamos en Mar del Plata tocando y nos enteramos después. A Requena se lo llevaron, le dieron un paseo, lo amenazaron y lo tiraron por ahí. A partir de ahí dijimos la casa la dejamos y cada uno por su lado. Porque no había otra, no daba para volver a La Plata y alquilar otra casa, gracias a Dios, no pasó de ahí”.[18]

La Cofradía. Año 1976.

También hubo un episodio armado por la policía durante esa estadía en Mar del Plata, en la cual la policía le plantó a la banda una bolsa de marihuana, en la casa donde paraban. Hubo mudanzas, repartos de bártulos y en el ínterin muchas pérdidas de instrumentos, de herramientas.

Después de esos hechos del 72 -la presentación en Mar del Plata junto a Pedro y Pablo que se llamaba la Energía Total y el secuestro de Requena- resuelven dejar la casa. A Morcy lo conminan a abandonar el país bajo amenaza de muerte y se va al Brasil. “Nos volvíamos a juntar en todos lados, en Buzios, también en el sur. Siempre un poco desde la clandestinidad seguimos componiendo música, grabando y haciendo conciertos hasta el año 75, en que ya nos fuimos todos a Europa. Tocamos en Holanda y en España. La primera época de La Cofradía termino con los últimos conciertos que fueron en Ibiza”.

La Banda: Una manera de llegar

Kubero vivió su sueño en La Plata, tomaba mate con pan duro, mientras componía y tocaba la viola. Pasaba el Negro Alejandro Medina y tocaban, pasaba Jorge Pinchevsky y tocaban, pasaba Miguel Cantilo y tocaban. Fue el impulsor del grupo musical, de la banda que por supuesto llevaba el mismo nombre de la comunidad.  Se sumó, como se cuenta más arriba, cuando una expedición lo va a buscar a Nogoyá, entonces se produjo debut oficial de la banda, el 21 de septiembre de 1968. A partir de entonces fue quién la llevó adelante. “Nosotros, los músicos, éramos la cara para afuera de La Cofradía. Nosotros éramos los que salíamos a la calle a mostrar hacia afuera lo musical, aparte de lo que ocurría hacia adentro, la artesanía y la parte creativa”.

Hasta la llegada de Kubero, el grupo lo conformaban Manija Paz, Néstor Candy, Hugo Pascua García y Morcy. La primera grabación ya es con Kubero como integrante.

Con esa cinta Miguel Grinberg se pasea por todas las disqueras pero nadie le lleva el apunte, entonces publica una nota en revista Panorama, afirmando que entre Manal, Almendra y La Cofradía se encuentra el futuro de la música joven argentina.

Entre Rocambole y Luis Creus toman de cierta manera la responsabilidad del grupo. Se conectan con los Almendra, consiguen musicalizar en el Instituto Di Tella una ópera llamada ‘La mezcladora de cemento’ inspirada en un relato de Ray Bradbury. De ahí pasaron a grabar su primer simple en la RCA.

Nunca tuve tanto blues: Kleiman, Otero, Gabis, Zaguri, Pintos, Medina, Gornatti, Manzini, Kubero, Villanueva y Pinchevsky, entre otros.

Tocaban en todos los lados que podían, en teatros del interior, Junín, 9 de Julio, Mar del Plata, Villa Gesell y de la Capital Federal. “Los conciertos de La Cofradía eran algo completamente psicodélico, hacíamos locuras con las luces, mi primera mujer, Isabel, hacia experiencias con vidrios facetados, de colores y un proyector, allí proyectaba los movimientos de las imágenes y era psicodelia pura, calcula que hablamos del año 1969, 70. (…) Mientras tanto sonaba un rock and roll que era psicodélico, no era ni pop ni rock ¡era un rock psicodélico!, era algo que tenía su vuelo, tirando a Hendrix”.[19]

Es un momento clave en el rock local, surgen Manal, Almendra, Vox Dei, Los Gatos, Arco Iris, Pappo´s Blues, Pedro y Pablo. Y La Cofradía hace punta en La Plata para que se convertirá en ciudad de bandas legendarias. Lo de ellos remite a Led Zeppelin o tal vez, a los más cercanos y efímeros Abuelos de la Nada, de esa primera etapa.

El disco simple contiene los temas son “La mufa” y “Sombra fugaz por la ciudad”, allí están los entrerrianos Kubero, Morcy y Manija, los antiguos Grillos, el trío base de La Cofradía, ya maduros, definidos, habiendo elegido sus caminos y su forma de vida.

A ellos se les suma Quique Gornatti, otro cofrade llegado desde 9 de Julio, plena pampa húmeda. El disco se graba en la RCA, pero la compañía no lo apoya, o le parece demasiado avanzado por entonces, a pesar de los pedidos y las protestas, el disco es cajoneado y no se va a escuchar por las radios. Un problema que tuvieron muchos de los iniciadores, la presión de adaptarse al esquema o desaparecer.

La historia registra que el año 69 fue clave para los jóvenes de este lado del mundo, París arde, Los Beatles tocan por última vez, Armstrong pisa la luna, Charles Manson hace desastres y Woodstock entra en la historia.

En el olvido quedó el intento del periodista Edgardo Suárez de realizar un festival similar en Lobos. No hubo autorización policial y no pudo hacerse “de ahí un poco se basa la canción del Flaco, ‘chicas y muchachos nos esperan allá, llevamos buenas cosas…’” dice Morcy y recuerda que La Cofradía fue capaz de convocar en La Plata a todas las bandas de la época en un recital que se llamó ‘30 horas de música beat’. “Tocaron todas, fue un mini Woodstock”. Sin interrupciones pasaron Manal, Almendra, Vox Dei, Arco Iris, Moris, Miguel Abuelo, Diplodocum Red & Brown y Dulcemembriyo. Cinco mil personas fueron parte del festival.

En Diplodocum, junto a sus hermanos tocaba un jovencísimo Eduardo Beillinson que llegaba del Mayo Francés, Kubero recuerda: “Skay nos traía todos esos discos que nos volaron la cabeza, él venía con los Who, cosas nuevas para nosotros, cosas que ni llegaban a Buenos Aires y que traía él, ya que gracias a su familia pudo vivir en Europa y estuvo recorriendo en un momento muy bueno para el rock. Él trajo el primer equipo Marshall al país. Cuando Almendra vino a tocar con nosotros al Jockey Club y se encontraron con el Marshall que nos había prestado Skay no lo podían creer. Edelmiro y el Flaco se quedaron… ‘Mirá, mirá ¡Un Marshall!’ Es lo que te digo era esa fusión con los grupos de Buenos Aires ayudándonos en ese momento”.

Jorge Álvarez los convoca para un nuevo sello, ‘Mandioca, la madre de los chicos’. Allí aportan el tema “Juana” que suma al incunable “Pidamos peras a Mandioca” junto a Manal, Pappo, Alma y vida, Moris, Billy Bond, Vox Dei, Tanguito y los paranaenses Brujos.

Y en 1971 se lanza el único long play, producido por Billy Bond para Microfón. Participa de la grabación en algún tema, el mismo Skay. “La tapa del disco de La Cofradía, muy simbólica” dice Kubero, “Si te fijás en la tapa hay un árbol seco, una mandolina al costado y un montón de LP enterrados, y siempre digo que son los LP que nunca llegamos a grabar, cuando miro el dibujo pienso en eso se los chupó la nube, y se fue.” El disco sería un diseño de Kubero y Rocambole aportaba lo suyo, al futuro todavía le faltaba un rato para llegar, pero tal vez ahí empezaba, tal vez Miguel Grinberg no se había equivocado en aquello de que era una de las bandas que iban a marcar el futuro encantador.

“El clima de las sesiones era como todas las cosas que hacíamos en La Cofradía”, dice Rocambole. “Iba toda la familia. Parecía que llevábamos el gato, los colchones... Cuando había giras viajaba gran parte de la comunidad, era como una manifestación. Y en los estudios también. Se sentaban, prendían los inciensos, algunos se fumaban un porro, otros comían pasteles, las chicas traían grandes tortas, en fin, el clima era bien de la época”.[20]

El LP llevaba por nombre el de la banda, el de la comunidad, la intención era  registrar los temas también en conjunto pero con demasiados integrantes fue imposible, así que viajaron y firmaron Kubero y Néstor Paul, aunque un par eran de Cohen y otra de Requena.

De todas maneras, siempre zapaban o tocaban invitados, mucho más cuando Paz y Requena deciden irse al Brasil. Si en el primer B.A. Rock los taparon a monedazos, para el segundo Kubero –ya sin los integrantes que se habían alejado- armó una Cofradía suplente con Héctor ‘Topo’ D´aloisio –más tarde bajista de los Redondos-, Rubén Lezcano en la batería, Quique Gornatti, el mismo Skay y Jorge Pinchevsky en violín, con la sorpresa que esto generó en el público la banda se retiró en medio de una ovación. Pero para entonces Kubero ya se veía fuera del proyecto y enfilaba para La Pesada de Billy Bond, mientras el resto tomaba caminos diferentes, inclusive Brasil y Europa.

Morcy, Kubero y Nestor Candy en La Plata.

La existencia de La Cofradía prácticamente coincidió con la de la Revolución Argentina, y si no continuó fue entre otras cosas por cada día se ponía peor, irrespirable. La situación social y política se tensaba cada vez más. Y con toda razón. En esa etapa se produce el Cordobazo y sus réplicas, Rosariazo y Viborazo, aparecen las organizaciones armadas en infinidad de siglas, se secuestra y mata al ex presidente Aramburu, en 1972 se dan los sucesos de Trelew con un par de docenas de guerrilleros asesinados. Copamientos de pueblos, secuestros y muertes van en aumento.

“Presentir que en cada esquina una patrulla podía detenernos, jugar con nuestra libertad, humillarnos, a cambio de una elección sin matices: el aguante en silencio o la rebeldía en prisión; soportar la hostilidad de una sociedad enferma de resentimiento senil que volcaba en los jóvenes su desprecio ante el desparpajo de elegir –elegir militancia, elegir pelo largo, elegir bombas, elegir drogas-, chances que las generaciones anteriores ni osaban imaginar” señala en su libro Miguel Cantilo, tan claro como en aquel tiempo lo denunciaba en sus canciones.[21]

Ante ese clima Pedro y Pablo más los integrantes de La Cofradía deciden realizar una gira por el interior que inicia en Mendoza. Y cuando hablamos de integrantes hay que hablar de no menos de treinta personas barbudas, peludas y de colores, subidas a un tren que en cada estación provocaban curiosidad, sorpresa, rechazos, comentarios, las viejas santiguarse y siempre averiguación de antecedentes por parte de las eficaces policías provinciales. Hubo una parada en Paraná, en el Barrio Bajada Grande donde ya existía una pequeña comunidad hippie, integrada por algunos artesanos ya conocidos por los músicos, que les brindaron hospitalidad “la gente que habitaba este sitio eran utópatas (así los define), en busca de libertad, naturaleza, conocimientos, paz y amor”, dice el trovador y continua: “Los días pasados en Bajada Grande fueron inolvidables, porque nos permitieron conocer la cuna de tantas maravillosas canciones litoraleñas con las cuales habíamos aprendido nuestros primeros acordes en guitarra. Mi buen amigo Olaf me llevó hasta una casita en cercanías del río donde moraba don Linares Cardozo, el autor de ‘Gurisito costero’, aquella balada folklórica llena de la más sencilla ternura y los más nobles sentimientos de protección materna. En la oportunidad canté para aquel prócer un tema que acababa de componer para mi primogénito, y el maestro me dejó estas palabras: ‘Muy bonito su cantar, amigo’”.[22]

El Después: Nos encontraremos en alguna parte

Después de La Cofradía cada uno siguió su camino, su vida, con las herramientas que tuvo o que supo conseguir, algunos de manera solitaria, otros con hijos y familia. Un grupo se embarcó en la aventura de El Bolsón, tratando de seguir en esa línea de convivencia fraternal.

La música siempre presente, se los puede rastrear en grupos que ya están documentados en cualquier libro de rock que se precie de serio. Muchos viajaron al exterior. Brasil, Europa, y seguramente no hubo lugar en el mundo donde al menos no haya visto pasar un cofrade. Pero hay un lugar en esta historia, y es Nogoyá. Morcy compuso un tema a su ciudad, a sus lugares y su gente, es casi una canción oficial de difusión de la misma “Encarno con recuerdos y entra a picar” dice con una nostalgia a toda prueba y le canta a sus amigos “los que cuidan mis sueños de libertad” entre ellos Carlos, el hermano de Kubero: “¿Carlitos y su gaita donde andará?”, pregunta sin respuesta posible.

 

Morcy Requena logró reeditar varios temas de aquellos años 60 y 70, que andaban por ahí perdidos, desaparecidos. Resulta que Miguel Grinberg tenía en su casa las cintas de esos temas nunca editados. Requena los limpió y aparecieron grabaciones que consideraban perdidas y fueron lanzadas en 2005, junto a material compuesto en años posteriores.

Nancy Weber con su tío Kubero y Miguel Cantilo, en el patio de su casa en Nogoyá. Años 80.

Kubero siempre vuelve, como el tango de Pichuco, si nunca me fui, siempre estoy volviendo. Su hermana Hilda, su sobrina Nancy Weber Díaz y el resto de su familia están allí, sus padres también y sobre todo su historia, cada vez que llega pasa por el teatro de la Asociación Cultural Nogoyá, su casa, el lugar donde empezó todo. Su amigo Fausto Herrera que volvió a la ciudad en el final de la aventura platense, no la pasó bien, fue hostigado, perseguido y encarcelado durante un año, por joven “por portación de facha” como dice en la entrevista de Felipe Díaz que lo alejará del olvido para siempre: “Acá los milicos no sabían lo que era un hippie, un montonero, confundían, metían todo en una misma bolsa… un año preso al pedo, pude desaparecer por un ignorante…”. A ese amigo, que hoy está en la eternidad el Kubero le compuso una canción, por aquellos días en La Plata, ‘Amasando pan’, que eternizaron Pedro y Pablo: “Paso la tarde amasando pan/ siete palomas blancas al pasar/ cuatro caballos entran a pastar/ paso la tarde amasando pan./ Arriba el sol ilumina,/ por la montaña camina/ paso la tarde amasando pan/ meto en el horno palos de radal,/ masa de trigo trigo, masa de maíz/ cuarto creciente sonríe feliz/ paso la tarde, pasa la perdiz/ paso la tarde amasando pan…”

¿Quién tiene una canción con su nombre? Kubero ¿Y quién tiene una canción con su nombre compuesta por Miguel Abuelo? Kubero ¿Qué relación entrañable existió entre ellos para tanta poesía?: “Si arde la leña y tres niñas bailan/ si alguien oculto, modelando un mundo está/ si un juglar teje ciertas palabras/ tu mente es de arena, tu libro fue el agua.// Ojalá/ Laila, Kanmakan, Luciana/ casita de la montaña.// Vos que en silencio templas a la vida/ pan sobre tu mesa y paz dentro e' tu casa./ Fértiles tus sueños, gentil tu familia/ fértiles las horas, gentiles los Díaz.// Ojalá/ mi entrerrianito./ Los ciclos en vida/ largame un poquito de tu melodía/ negrito del alma, Kuberito Díaz. // Días son de todos, ¡qué vivan los Díaz!/ Ojalá, Laila, Kanmacan, Luciana/ casita de la montaña”. La historia dice que un día Miguel Abuelo fue a la casa de Kubero y no lo encontró, entonces le dejó una poesía en la mesa. Kubero no le dio mucha importancia y la guardó. Cuando murió Miguel la letra apareció entre sus papeles o ella lo buscó a él, poco importa y así, casi de la nada, ‘Palermo Viejo’ ya tenía música.

Kubero tiene su espacio para tocar, el Kube Díaz Trío, y tiene amigos, muchos, como Cantilo a quien le diseña tapas de discos y de libros, porque su vida es el arte, es la música y la pintura.

Morcy Requena. Año 2015.

Alejandro Herrera, el que alguna vez intentó ser Adán Quieto regresó a Paraná y en su propio taller fabricaba artesanías que salía a vender, en pleno centro, donde hoy es peatonal, o en la plaza principal. “Yo por entonces, andaba con un mameluco, en bolas abajo, con unos collares y el pelo por acá. Los primeros pelos largos, los primeros locos. La gente alucinaba”, le contaba 40 años después a Osvaldo Quintana. Lo que estaba sucediendo en verdad era la conformación de una comunidad hippie, muy chica, integrada por el Gallego Enrique, Ana Litardo y su hijo Sur, Alejandro y el Flaco Legna y una chica llamada Chaina que venía con el bagaje de los artesanos de El Bolsón. Esto fue durante 1973 cuando el desbande de La Cofradía en La Plata. Luego alquilaron en Bajada Grande, aceptados, al principio con desconfianza, por los pocos vecinos que ahí vivían, en ranchos de barro, paja y troncos, casi todos duchos en el arte de pescar. De a poco se fueron integrando y haciendo buenas migas con ellos. A veces, visitaban a un vecino que sabía tocar la guitarra, ese tal Linares Cardozo.[23]

Agradecimientos: a Felipe Díaz, Maxi Sanguinetti, Juan Buiatti, Natalia Hernández, por supuesto a  Morcy y Kubero por brindarse sin objeciones, y muy especialmente a Nancy Weber Díaz por abrir todas las puertas a esta historia.

 

Este artículo fue publicado en el número 7 de la Revista "Cicatriz, marcas de un tiempo" de Paraná. Por obvias razones de espacio fue una edición reducida.

 

Revista Cicatriz

Contacto: 343 504-7463

Correo: revistacicatriz@gmail.com

 

[1] - Miguel Cantilo, ¡Chau Loco!, Galerna, Buenos Aires, 2006, Pág. 23

[2]  - Claudio Gabis, prólogo de Una de rockeros. Lado A, El miércoles, Concepción del Uruguay, 2018, pág. 15

[3] - Claudio Gabis, prólogo de Una de rockeros. Lado A, El miércoles, Concepción del Uruguay, 2018, pág. 15

[4] - Felipe ‘Bocha’ Díaz, La Comunidad de los cófrades, El Colectivo, Paraná, ago/set 2009, Págs. 7-9

[5] - Morcy Requena, Pez Gordo, Suplemento La Isla, Diario Uno, Paraná, 12/11/2002

[6] - Gerardo Cantaluppi y Osvaldo Falcon,  Kubero Díaz, La onda te lleva cuando pasa algo... en La historia del rock argentino (Cronología de un sentimiento), Marzo 2003, http://www.lahistoriadelrock.com.ar/esp/repo-kube.html

[7] - Alfredo Rosso, Entrevista con Ricardo Mono Cohen, en http://mundorosso.blogspot.com/2009/09/la-cofradia-de-la-flor-solar-por-el.html

[8] - http://www.magicasruinas.com.ar/reducciones/hippies-grinberg-cantilo-kubero-05.htm

[9] -  Alfredo Rosso, Entrevista con…, ob. Cit.

[10] - Marcelo Fernández Bitar, 50 años de rock en Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 2015, Págs. 40-41

[11] - https://www.youtube.com/watch?v=Y8Y5uXshu9g

[12] - Osvaldo Quintana, Historia de cófrades, El Colectivo, Paraná, ago/set 2009, Págs. 1-6

[13] - Osvaldo Quintana, Ob. Cit.

[14] - Felipe Bocha Díaz, Ob. Cit.

[15] - Osvaldo Quintana, Ob. Cit.

[16]  - Archivo personal Nancy Weber Díaz

[17] - Osvaldo Quintana, Ob. Cit.

[18] - Gerardo Cantaluppi y Osvaldo Falcon, Ob. Cit.

[19] - Gerardo Cantaluppi y Osvaldo Falcón, Ob. Cit.

[20] - Alfredo Rosso, Ob. Cit.

[21] - Miguel Cantilo, ¡Chau Loco!, Galerna, Buenos Aires, 2006, Pág. 137

[22] - Miguel Cantilo, Ob. Cit., Págs. 144/5

[23] - Osvaldo Quintana, Ob. Cit.

 

 

 

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