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Mandinga, el diablo que vino de África

La obra teatral se presentará en el teatro Auditorio Carlos María Scelzi el sábado 23 de abril a las 21.30. La entrada se adquiere en librería Helvética, 25 de mayo 208 y en forma online en  el siguiente link: Unipersonal...

 

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Su autor y la obra

Diego Martínez, su autor es sanjocesino y ex alumno de periodismo de la casa de estudios UCU y en este momento se encuentra radicado en España. En Mandinga, el diablo que vino de África, Diego saca a la luz una temática por demás silenciada, los africanos y afrodescendientes en la Argentina. La obra es un tratado antropológico y sociológico sobre un pueblo desplazado de sus orígenes. El espectador se encontrara con un espectáculo de teatro, música, danza, con pasajes de nuestra historia y un hoy lleno de sueños, desamores y esperanza.

Mandinga es el Diablo según nuestros mitos urbanos y campestres. Ha tenido varias representaciones visuales. En el espectáculo se nos plantea que Dios es blanco, Mandinga es negro. Esta premisa nos lleva a pensar en el desamparo que ha sufrido esta raza desde que el mundo es mundo.

La obra hace mención a los tiempos del virreinato y a la actualidad. Nos hace pensar en nuestra construcción como país y en cómo la esclavitud no fue abolida todavía. Esta obra es un tratado antropológico y sociológico sobre un pueblo desplazado de sus orígenes.

Matías un hombre de piel oscura comienza hablando con un pensamiento crítico del mundo, sobre todo de las redes sociales. Mandinga ha metido la cola, vivimos lo efímero. Los “afros” nos hacen pensar que son fieles a su origen. La sociedad cristiana argentina ha perdido el rumbo. Los “afros” lo reencuentran en la rebelión del sometimiento de los tiempos de esclavitud y de la actualidad. Algunos van a la facultad y participan en los centros de estudiantes. A pesar de esas conquistas sociales el prejuicio está presente siempre y ése es el motor de la historia. Matías nos cuenta sobre profesores que pensaban que él iba a las aulas a vender, no a estudiar.

Diego Martínez.

Nos toma de las manos para decirnos cuántos fueron arrancados de África y vendidos como esclavos, en América. Además va más allá, nos cuenta cuántos murieron en las carabelas. Y cómo era el viaje. Llegaron pocos y eran vendidos.

Según cuenta este personaje, el Virreinato del Río de La Plata fue el lugar dónde, aparentemente, mejor fueron tratados. Sin embargo, fueron primera línea en los combates por la construcción del país. Su venganza es convertir a Mandinga en negro y que meta la cola en una sociedad que discrimina por la piel.

Diego Damián Martínez nos cuenta una historia que es necesaria para que tomemos conciencia del olvido histórico, social y cultural. Personajes que reclaman ocupar un lugar en la historia y en la sociedad actual. La imagen de Mandinga es una excusa porque apela al pensamiento mítico. Y lo mítico es parte de nuestra construcción cultural. Reclama que tomemos conciencia de nuestro sectarismo social.

La dirección a cargo de Yamil Ostrovsky apela a plasticidad de un actor para transmitirnos que esta cultura todavía reclama los derechos adquiridos en la Asamblea del Año XIII. Empieza desde la actualidad para llevarnos a pensar sus orígenes en nuestro país. Todo un logro argumentativo para poner en escena la temática de la segregación social. Un escenario lleno de humo sugiere que es tiempo de correr el velo de la historia.

La obra hace mención a los tiempos del virreinato y a la actualidad. Nos hace pensar en nuestra construcción como país y en cómo la esclavitud no fue abolida todavía. Esta obra es un tratado antropológico y sociológico sobre un pueblo desplazado de sus orígenes.

La actuación a cargo de Mauricio González nos brinda todos los personajes de esta historia. Pasa de ser Mandinga a ser un ciudadano argentino. Nos relata con su voz la necesidad de ser reconocidos, de ser tenidos en cuenta y de eliminar la estigmatización que vive por cuestiones de piel. Y sobre todo, de no ser perseguidos por un Estado y una sociedad intolerante. Pasa de personaje a personaje en cuestión de segundos. Todos son queribles a pesar de nuestros prejuicios. Su cuerpo habla, se retuerce según el rol que le corresponde representar. Se pone la obra en su piel para que nosotros comprendamos su lucha para ser ciudadano de primera. No hace reproches a la esclavitud, sino que busca que seamos compinches de su Diablo Negro.

Una obra para reflexionar sobre nuestra historia donde Matías y Mandinga nos cuentan sus impericias en una sociedad que cree que todos llegamos de los barcos. Sin embargo, ellos fueron cazados en sus tierras y esclavizados en el nuevo continente.

Fuente: La letra Teatro, revista digital de críticas de teatro.

 

La presentación en Concepción del Uruguay

La propuesta, apta para todo público, se presentará en el teatro Auditorio Carlos M. Scelzi el sábado 23 de abril a las 21.30.

La entrada tiene un valor de $ 550 y se adquiere en librería Helvética, 25 de mayo 208 y en forma online en https://www.eventbrite.com.ar/e/unipersonal-mandinga-el-diablo-que-vino-de-africa-tickets-296330381147

Este espectáculo está organizado por Nancy Quinodoz, auspiciado por Librería Helvetica y cuenta con el acompañamiento de la Municipalidad de Concepción del Uruguay. Ha sido declarado de interés Municipal por el Concejo Deliberante .

 

Seminario de Teatro Físico

El mismo día, de 15.30 a 19, Yamil Ostrovsky ofrecerá un Seminario intensivo de Teatro Físico, donde cada integrante del curso podrá proponer un tema o texto y desarrollarlo junto al docente. La clínica busca potenciar la capacidad del intérprete de disociar el texto y el movimiento escénico.

Lugar: Colegio República de Italia (Galarza 839).

Valor: $1800

Los participantes tienen entrada gratuita al Unipersonal:  Mandinga.

Inscripciones: 3442-583914.

Los cupos son limitados.

 

Africanos en Concepción del Uruguay

Los que eran libres, pero no tanto©

De la lectura de los padrones del censo confeccionado en 1820, sabemos que había 120 africanos y afrodescendientes esclavizados en la villa de Concepción del Uruguay (que tenía 1223 habitantes); sólo doce de ellos gozaban de la condición de “libre”.

Hacia 1850 la mayoría de los ‘libertos’ que había en Concepción del Uruguay, no había mejorado demasiado su condición anterior, ya que muchos estaban colocados como “sirvientes” en las casas de las familias de mayor poder, o en calidad de “conchabados” en los comercios y casas particulares. Muchos menores servían a esas familias y además, el censo nos indica que sólo dos niños del grupo africano concurrían a la escuela pública, lo que ya nos da una idea sobre las condiciones de marginalidad que se habían mantenido hasta esa época. Tal es el caso de Celedonia Soza, “negra” de 12 años que era sirvienta en la casa de Juan José Irigoyen; los “libertos” Juana, Remigio, Eulogio y Sebastián Sánchez que vivían con Marica Sánchez en el 3er. Cuartel; María Benítez, “liberta” que estaba en la casa de Carmen Espino de Azofra; Juliana Goyena, oriental, “liberta”, que servía en la casa de Pablo Goyena y Facundo Teco moreno de 16 años, agregado en la casa del comerciante Jacinto Martínez, en el 4to. Cuartel.

Algunos esclavizados mantuvieron esa condición y siguieron el destino que disponía su amos, como ocurrió con Lucía Palmero, llevada de Entre Ríos a Buenos Aires por doña Carmen Espino, quien en un documento de abril de 1853 dispuso que la había llevado a Buenos Aires en “carácter de libre”, pero con la condición de que le serviría por tres años contados desde el mes de septiembre de 1852, a cuyo término quedaría en “completa y absoluta libertad”.

Salvador Barceló, otro ex vecino de Concepción del Uruguay, radicado en Buenos Aires, ordenó en su testamento fechado en 1855, que después de su muerte se le diera carta de libertad a su esclavo Simón, “existente en el Uruguay [Concepción del Uruguay] para de ese modo recompensarle los buenos y fieles servicios que me ha prestado”. Debe notarse que aunque la Constitución de 1853 había dispuesto la abolición de la esclavitud, Buenos Aires, separada de la Confederación Argentina, mantenía la esclavitud. Y don Salvador Barceló, ni lerdo ni perezoso aprovechó esa situación.

En esta ciudad entrerriana, algunos pocos vástagos de las familias originarias de África quedaron registrados en las crónicas o en la memoria colectiva. Entre otras, sobresale Irene Jurado, parda liberta, entrerriana, nacida alrededor de 1818, que formaba parte de la servidumbre de Mariano Jurado. Años más tarde pasó a prestar servicio en la casa de Carmen Uribe Britos y colaboró con ésta en el hospital de sangre que se improvisó en noviembre de 1852 cuando la ciudad fue atacada por las fuerzas de Juan Madariaga. Dicho hospital funcionó en la actual calle J. D. Perón nº 82-92.

Fuente: ©Ángel J. Harman

 

 

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