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Población y desigualdad

“La población mundial alcanzará los 8000 millones el 15 de noviembre de 2022” según un informe de Naciones Unidas. En tanto, en 2021, “828 millones de personas - el 9,8% de la población mundial” - padece hambre y casi “45 millones de niños menores de cinco años presentaron emaciación, la forma más letal de desnutrición”.

 

Por GUSTAVO SIROTA

 

A principios de 2022, 149 millones de menores de cinco años “tenían retraso en el crecimiento y el desarrollo debido a la falta crónica de nutrientes esenciales en sus dietas”; y “cada día mueren en el planeta cerca de 21 300 personas”; a razón de una persona cada cuatro segundos, muertes “ocasionadas por el hambre o por la falta de acceso a servicios de salud”.

Esto se da mientras “la riqueza de una pequeña elite formada por los 2755 milmillonarios ha crecido más en la pandemia de Covid19 que en el conjunto de los últimos 14 años”. De hecho “252 milmillonarios poseen más riqueza que 1000 millones de personas de África, América Latina y el Caribe”.

Datos y cifras que escandalizan y abruman, que muestran la faceta más inhumana y cruel de un modo de producción que destruye, saquea y depreda; de un sistema que solo puede ofrecer más miseria, más exclusión y mayores penurias a la mayor parte de los habitantes del planeta.

“La población mundial alcanzará los 8000 millones el 15 de noviembre de 2022” asegura el informe “Perspectivas de la Población Mundial” elaborado por Naciones Unidas con motivo del “día mundial de la población”. Las proyecciones sugieren que el número de habitantes del planeta podría llegar a 8500 millones en 2030, alcanzando un pico de 10.400 millones durante la década de 2080.

El informe prevé que “India superará a China como el país más poblado del mundo en 2023” y “que más de la mitad del aumento de la población mundial previsto hasta 2050 se concentrará en ocho países: Egipto, Etiopía, India, Filipinas, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y Tanzania.”

Resulta interesante observar  algunas de las cuestiones que aparecen en el mencionado estudio: Se estima que la proporción de la población mundial de 65 años o más aumentará del 10% en 2022 al 16% en 2050. A mediado de este siglo se espera que el número de personas mayores de 65 años en el mundo duplicará con creces el número de niñas/os menores de 5 años e igualará a la población de menores de 12 años.

Este envejecimiento de la población ha llevado la esperanza de vida al nacer a 72,8 años en 2019, una mejora de casi 9 años desde 1990, y que se proyecta para 2050 con una “longevidad mundial promedio de alrededor de 77,2 años”; aunque no deja de ser una muestra acabada de las desigualdades entre países y regiones del mundo: “en 2021 la esperanza de vida de los países menos desarrollados era siete años menor que el promedio mundial”.

La ONU recomienda comenzar a actuar y poder llevar adelante acciones para hacer frente a este fenómeno que conlleva múltiples consecuencias. A contramano de lo que se escucha y se lee en los medios hegemónicos, Naciones Unidas brega por el establecimiento de “sistemas universales de atención médica y de cuidado”, adecuando para ello los “programas públicos al número creciente de personas mayores”.

En el caso de América Latina y el Caribe, la población se ha cuadruplicado entre 1950 y 2022; proyectando que alcance un máximo de 752 millones de habitantes en 2056. Esto plantea una serie de problemáticas acuciantes, en una población que crece con mayor rapidez que la posibilidad de lograr satisfacer las necesidades básicas, especialmente de los sectores de menores recursos.

Crecimiento de la población, pobreza y falta de oportunidades son un verdadero polvorín a punto de estallar, no solo en nuestro continente, sino en casi tres cuartas partes del planeta.

Otro informe, sobre el  “Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo”, del que participaron cinco organismos  de la ONU: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, el Programa Mundial de Alimentos, la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de la ONU para la Infancia, destaca el avance de la pobreza extrema y la creciente desnutrición crónica con cifras que muestran la tragedia cotidiana de millones conviviendo con hambrunas extremas.

828 millones de personas en 2021 - el 9,8% de la población mundial - padecen hambre, esto es un aumento de 46 millones desde 2020 y de 150 millones desde el comienzo de la pandemia de COVID-19. El informe “lamenta las proyecciones para 2030, que apuntan a casi 670 millones de personas - el 8 % de la población mundial - con hambre”. En Latinoamérica las personas desnutridas alcanzaron los 56,5 millones, el 8,6% de la población de la región, en una situación que la FAO califica de “muy grave”. “El mundo retrocede en la tarea de acabar con el hambre” señala con un dejo de frustración la ONU

Según Naciones Unidas en 2021 unos “2300 millones de personas padecieron inseguridad alimentaria a nivel moderado o grave, 350 millones más que al principio de la pandemia; y casi 924 millones -11,7% de la población mundial-, la enfrentaron en niveles severos, un incremento de 207 millones en dos años”. Las cifras desgarradoras marcan la brutal inequidad de un planeta que no logra siquiera satisfacer la más elemental de las necesidades de quienes lo habitan. Unas “3100 millones de personas no pudieron permitirse una dieta saludable en 2020, 112 millones más que en 2019”.

Además, casi 45 millones de niños menores de cinco años presentaron emaciación, la forma más letal de desnutrición ya que aumenta hasta doce veces el riesgo de que mueran; mientras que 149 millones de menores de cinco años tenían retraso en el crecimiento y el desarrollo debido a la falta crónica de nutrientes esenciales en sus dietas.

Claro que no pueden interpretarse esas cifras, brutales, muestra de una inequidad extrema e indigna; sin poner la mirada en algunas otras cuestiones. Oxfam en su informe “Un virus mortal: cinco datos escalofriantes” señala que “la riqueza de una pequeña elite formada por los 2755 milmillonarios ha crecido más en la pandemia de COVID19 que en el conjunto de los últimos 14 años”; adjudicando este incremento al “aumento desorbitado de los precios de los mercados de valores, el apogeo de las entidades no reguladas y el auge del poder monopolístico y la privatización, junto a la erosión de las normativas, los tipos impositivos a las personas físicas y las empresas, los derechos laborales y los salarios”

Según Oxfam “la riqueza de los 10 hombres más ricos se ha incrementado, mientras que los ingresos del 99 % de la humanidad se han deteriorado desde el inicio de la pandemia... 252 milmillonarios poseen más riqueza que 1000 millones de personas de África, América Latina y el Caribe.” No debiera llamar la atención, lamentablemente, si se tiene en cuenta que desde 1995 el 1% más rico ha acaparado cerca de 20 veces más riqueza global que la mitad más pobre de la humanidad

La misma organización internacional estima que las desigualdades contribuyen actualmente a “la muerte de cerca de 21 300 personas al día; dicho de otra manera, a la muerte de una persona cada cuatro segundos”. Se trata, agrega, de una estimación conservadora de las muertes ocasionadas por el hambre, por la falta de acceso a servicios de salud y los efectos del cambio climático en países pobres.

Los datos conmocionan, no por desconocidos, sino por contundentes. El 1 % más rico de la población mundial – unos 80 millones de personas – posee más riqueza que 7000 millones, esto es el 90 % de los habitantes del planeta. De hecho, si de desigualdad hablamos, los 22 más ricos del mundo tienen más riquezas que todas las mujeres – 700 millones - de África.

Podríamos así seguir desagregando datos; mostrando como todas las recetas aplicadas, repetidas hasta el hartazgo, y bendecidas en cada centro de poder han construido un presente brutal, de desigualdades cada día mayores y donde cada vez menos se quedan con más, en tanto millones son despojados de casi todo.

Oxfam lo sentencia con claridad al describir que “las desigualdades son una amenaza mortal para nuestro futuro. La concentración extrema de dinero, poder e influencia en manos de unos pocos tiene efectos perniciosos para el resto de la humanidad y es consecuencia de un sistema económico violento y nocivo”.

La propia ONU recomienda que “los países deben invertir más en su capital humano, asegurando el acceso a la atención de la salud y una educación de calidad en todas las edades, y promoviendo oportunidades de empleo productivo y trabajo decente”.

Llamados todos a un  cambio de rumbo planetario que es sistemáticamente desoído. La voracidad sin fin del capital concentrado y de unos pocos que acaparan riquezas y poder está llevando al planeta a una encerrona civilizatoria de la cual difícilmente se salga sin terminar con el sistema que es causa de los males y problemas.

Quizás haya que retomar algunas utopías, desempolvar viejas convicciones. Deberíamos en este aún joven siglo XXI fijar agendas que consoliden conquistas, amplíen derechos y especialmente ataquen de raíz inequidades y asimetrías tan brutales. Sin ello no habrá mañana para la humanidad.

Para quienes creen que esto es aún posible en el capitalismo, solo recordar la cita de Adam Smith en su “Teoría de los Sentimientos Morales”: “Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.

 

 

 

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