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Soja no transgénica: alta demanda mundial y una escasa adopción en América del Sur

La creciente demanda mundial por soja convencional no ha alterado las tendencias del modelo agrícola en América Latina, en donde productores siguen manteniendo una altísima preferencia por las variedades transgénicas.

A diferencia de la soja modificada genéticamente, la convencional requiere un manejo ciertamente complejo, que se compensa con un precio diferencial de venta. Sin embargo, el mercado aún no convalida masivamente valores competitivos, por lo que su adopción queda reducida a un grupo muy limitado de productores, verdaderos apasionados por la materia.

Las dificultades en el manejo de la soja convencional están vinculadas con el uso de productos agroquímicos, tarea que, a diferencia de lo que sucede con las variantes transgénicas, debe realizarse siguiendo un calendario muy estricto de fechas y horarios. Esta situación pone de manifiesto que ambas alternativas implican el uso de fitosanitarios (su eliminación total solo se da en la denominada soja orgánica).

La elección de los productores

Si bien no existen estadísticas consolidadas a nivel regional, el relevamiento realizado para este artículo encontró que tanto en Argentina, Brasil y Uruguay -que en conjunto representan casi la mitad de la producción mundial de soja-, las variantes transgénicas representan entre el 97% y 98% de la superficie sembrada. Dicho porcentaje resulta aún mayor que una década atrás, cuando se ubicaba en 88%, según reflejó un estudio desarrollado por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

“Para que la producción de soja convencional sea rentable, se requiere un alto grado de eficiencia, ya que se debe realizar un manejo del cultivo mucho más específico, estar muy alerta al momento oportuno del control de malezas y hacer mayor cantidad de aplicaciones de agroquímicos”, sostuvo Pedro Rocha, uno de los autores del informe.

“A lo anterior se suma la necesidad de contar con un proceso de trazabilidad para evitar la presencia adventicia de soja transgénica, lo que también incrementa los costos”, agregó Rocha.

En paralelo a las complejidades descritas, se vislumbra hoy una creciente demanda por la soja no transgénica, impulsada por cambios en las tendencias de los consumidores a nivel mundial, así como también modificaciones en políticas alimentarias en Europa y Asia. Según proyectó la consultora Market Data Forecast, el mercado pasará de los actuales 23,2 mil millones de dólares a unos 38,2 mil millones en 2027.

Por ahora, dicha tendencia no altera las preferencias de los productores. Datos oficiales del gobierno argentino marcan que durante la campaña 2020/2021 más del 97% de la superficie sembrada de soja correspondió a variedades transgénicas. En Brasil, el Instituto Soja Livre -asociación que reúne a productores, comercializadoras y empresas de semillas- difundió recientemente que la soja no transgénica explica el 2% del área sembrada. En Uruguay, fuentes del Ministerio de Agricultura explicaron que durante la última campaña esa tipología representó menos del 1% del total producido.

Un camino por ahora difícil

“La soja convencional apunta a mercados de nicho, a diferencia de lo que sucede con la transgénica, que se rige por cantidad y volumen”, explicó Julio Ferraroti, titular de Haziak, empresa que desde 2016 apuesta por la receta tradicional. Actualmente siembran 200 hectáreas en Argentina y están tramitando permisos para hacer lo propio en Uruguay. “Empezamos apuntando al mejoramiento genético y luego nos asociamos con productores”, contó.

Ferraroti dijo que el precio diferencial varía en función del cliente. “Se discute contrato por contrato”, aclaró, para luego subrayar que el de Haziak no es un modelo particularmente fácil, por los altos costos que conlleva. Sobre ese mismo aspecto se expresó Sergio Ceretta, a cargo del programa de mejoramiento de soja en el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) de Uruguay: “Si bien se capta un diferencial en el precio tenés más costos porque tenés que garantizar una cadena donde el grano esté libre contaminación”, indicó.

El precio también fue mencionado como una barrera por Dante Servian, productor de la zona de Itapúa, en Paraguay. “El plus es a veces menor al 10% de lo que es la soja transgénica. Si fuera del 25% o 30% tendría más desarrollo”, comentó. En 2018, él y un grupo de empresarios encaró la construcción de una planta de acopio para productos no transgénicos, pero reconoció que a la fecha “no hemos podido avanzar, porque el gobierno no avanzó con la certificación de semillas, un requisito que piden los compradores”.

Al igual que como lo refleja Servian, el apoyo de los órganos oficiales a la soja no transgénica es, cuanto menos, escaso. Cuando Diálogo Chino quiso conocer qué incentivos tienen los productores de Brasil para adoptar esa variante, la respuesta oficial del Ministerio de Agricultura de ese país fue que “no le corresponde al gobierno inmiscuirse en cuestiones de mercado”. Una expresión similar tuvo Leonardo Olivera, director de Servicios Agrícolas del Ministerio de Agricultura de Uruguay, quien al iniciar la entrevista advirtió que “nosotros como gobierno no tenemos preferencia por ningún cultivo”. En Argentina, en tanto, el Poder Ejecutivo no exteriorizó a la fecha ninguna política oficial en la materia.

Ello no implica la inexistencia total de programas que promuevan la soja convencional. Sergio Ceretta, de INIA, explicó que tienen en marcha un estudio para caracterizar el mercado asiático para esa variedad, “que busquen mejorar la rentabilidad al productor uruguayo”.

En Argentina, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) apoyó varios proyectos vinculados al tema. De todos, uno de los más exitosos es el que generó en julio pasado el patentamiento oficial de La Manuela, una soja no transgénica con alto valor proteico. “La arranqué en 2007. Ya puedo decir que dejé mi huella en este mundo”, contó Francisco Ferramondo, productor a cargo del desarrollo, quien a renglón seguido aseguró que “la soja convencional tiene un futuro tremendo”.

¿Por qué no hay una adopción mayor de estas variantes?, consultó este medio a Ferramondo. “En nuestro caso, no tenemos los medios para lograr publicidad, al tiempo que el lobby transgénico es muy grande”, aseveró, para luego reconocer que “los productores se fijan en los números, y todos plantean que es más cómodo optar por lo transgénico”. En este último argumento coincidió Ceretta, quien indicó que “hoy el mercado está con precios que seguramente no son atractivos como para meterse en un negocio complicado”.

El uso de agroquímicos

Siempre que se mencionan temáticas vinculadas a lo transgénico surgen contrapuntos sobre su impacto ambiental. Mientras que para Ferramondo, desarrollador de la soja no transgénica La Manuela, su aporte es “un mimo para el ambiente”, para Pedro Rocha del IICA “no hay evidencia experimental que sustente que la soja transgénica represente aspectos negativos”.

Tal como detalló Diálogo Chino, el debate no está para nada cerrado, fundamentalmente porque aún no hay un volumen de investigaciones suficiente para generar una conclusión categórica.

Amén de la controversia, hay algo que todos los entrevistados dejaron en claro: la soja no transgénica no significa, en lo más mínimo, dejar a un lado los agroquímicos. De hecho, varios señalaron que dado su complejo manejo a campo, esa variante puede significar una mayor utilización de los mismos. “Puede tener de todo”, indicó el productor paraguayo Dante Servian, quien aclaró que la que no tiene fitosanitarios es otra soja, la orgánica.

La soja orgánica fue protagonista del último Congreso Mercosoja, realizado en Brasil en mayo pasado-. Según se dijo allí, el Mercado de Chicago -la mayor plaza de opciones y futuros a nivel mundial- está analizando tener un precio de referencia para ese producto, lo que podría ampliar aún más su adopción, ya de por sí impulsada por la creciente demanda mundial por ese tipo de alimentos.

 

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