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Tirso Fiorotto: "Desarraigo, destierro, hacinamiento"

La lupa del periodista Daniel Tirso Fiorotto se posa sobre esos tres flagelos que hoy se esconden detrás de la novela Etchevehere. Un análisis minucioso de quien conoce como pocos la figura de Artigas, por un lado; y el territorio provincial por otro.

 

(*) Por DANIEL TIRSO FIOROTTO  (Página Política).

Entre Ríos está enferma de latifundio. Decenas lo denunciaron durante todo el siglo XX y la cosa sigue, empeorando. Destierro para las personas, tala rasa para el monte: ese es nuestro signo, y ocurre desde hace muchas décadas.

Según la acepción que usemos de latifundio, hay estancias grandes que podrían entrar o no en ese concepto negativo porque algunas están en producción y generan trabajo, pero para el caso que nos ocupa llamamos latifundio a los espacios enormes concentrados en pocas manos, y peor aún: en propietarios de afuera que viven afuera del territorio, lejos. En vistas de que son millones las argentinas y los argentinos que no pueden acceder a un pedazo de tierra, a alimentos cercanos y sanos, y que fueron eyectados de sus pagos.

El latifundio es un cáncer, allí está exacerbado el pretendido derecho a la propiedad absoluta de un espacio, un disparate avalado por el Estado y las religiones, mal que nos pese.

No es el único cáncer, claro, porque el capital financiero es un cáncer más dañino, incluso manejando los fondos del pueblo, y también son más poderosas las multinacionales que se aprovechan de los espacios enormes para la economía llamada “de escala” que las beneficia.

Este es un punto que interesa para interpretar a distancia el conflicto de los hermanos Etchevehere. Hay políticos que entran a un cuarto a negociar en secreto con los banqueros, y salen del cuarto vestidos con la camiseta del Che Guevara, seleccionando el sector al que llamarán “oligarquía”, en el que no estará, claro, el banquero jefe. Y bien: los que más conocen al clan Etchevehere dicen que a cada uno de los hermanos y la hermana les tocaron como herencia menos de 2.000 hectáreas. En un país con propietarios de un millón de hectáreas, con muchos propietarios de más de 50.000 hectáreas, estas estancias están al borde de llamarse establecimiento.

La jueza Carolina Castagno podrá dictaminar para un lado o para el otro en el caso de la familia quebrada de Paraná. Nada de lo que diga traerá remedio al flagelo que sufrimos los entrerrianos llamado destierro, y en el que los partidos Justicialista, UCR y PRO tienen altas responsabilidades, pero nos entretienen (y confunden a veces) con sus acusaciones mutuas. Claro, no son únicos responsables.

Colonialidad

Para comprender este flagelo hay que mirar en la Argentina la continuidad de la colonia en la economía, la educación, las corporaciones, los medios masivos, y el rol que ocupa Entre Ríos como provincia víctima del colonialismo interno, que la clase política oculta para no meterse en líos y remar sobre la ola.

Por algo la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires preservaron sus bancos en el mismo momento en que Buenos Aires obligaba a Entre Ríos a desprenderse de su banco provincial.

El Estado ha sido vital para sostener la colonia. El Estado ha destruido las comunidades, incluso ataca los vestigios. Por miles de años se vivió aquí en una relación armoniosa del ser humano con el resto del paisaje; ni hablar de los tiempos en que el suelo, como el aire, no permitía títulos de propiedad.

Y bien: la destrucción de esa armonía y del sentido de Pachamama, es decir, de la madre tierra en armonía con sus hijas, con sus hijos, ha derivado en todo tipo de luchas en las que día a día vemos disputas por espacios, disputas por papeles, lejos del concepto de comunidad, de territorio, con historia, con artes, con lazos de todo tipo entre las mujeres, los hombres, los árboles, las aves, los arroyos, el suelo.

Desarraigo

No hay provincia argentina que desarraigue y destierre a sus hijos y sus hijas como lo hace Entre Ríos, a la vez que tala los montes a razón de 10.000 hectáreas por años, esto durante un siglo. Y son los partidos gobernantes los principales responsables, quizá porque responden a otros poderes en las sombras que necesitan territorios libres de montes y de personas para hacer negocios “a escala”. A los montes los queman y se apagan, a las personas las hacinan y se apagan.

Una hectárea de tierra puede dar de vivir a una familia. Pero el sistema instalado en el agro desde la capital de la colonia (Buenos Aires) y seguida por gobernantes dóciles en el resto del país exige no menos de 500 hectáreas para poder sostener máquinas gigantescas, verdaderos robots que sustituyen a las personas, y afrontar los riesgos climáticos y la presión impositiva. Los gobernantes prefieren negociar con pocos y recaudar fondos para mostrarse como intermediarios benefactores ante las masas urbanas.

En estas décadas ha ido desapareciendo el campesinado, desaparecieron los tambos familiares, todo en el altar de la economía de escala. Incluso desaparecieron las cooperativas Cotapa y Cotagú, dos emblemas. Los productores medianos que quedan, burguesía nacional en muchos casos, suelen ser atacados por sectores más cercanos al inmobiliarismo, que ven la tierra con color a dólares y no la tierra que se necesita para sostener una empresa en este sistema impuesto. También atacados por personas y grupos que ignoran la condición de los suelos entrerrianos, tan distintos de los suelos de la pampa húmeda. Y ellos suelen atacar a las víctimas principales del sistema, hacinadas en los barrios, llamándoles planeros, choripaneros.

Ese sistema fue instalado por los partidos gobernantes, que se alternan en el poder político y toman energías renovadas acusándose unos a otros como en el cuento del gran bonete. Allí la autocrítica brilla por su ausencia, como está ausente en las universidades, por caso, y qué decir de los medios masivos.

Taperas

El flagelo que decimos se ve a simple vista con la ristra de taperas aquí y allá, y además está expuesto en las estadísticas, sin contar los testimonios que resultan desgarradores. Donde hace 70 años había cincuenta casas hoy no queda una sola, y los viejos lo sabemos bien, somos testigos privilegiados.

Pasaron décadas, hay decenas de economistas, periodistas, artistas, con denuncias a la concentración del capital y la expulsión durante un siglo completo, pero cuando debía abordarse el problema hace treinta años vino desde arriba un experimento: transgénicos con agroquímicos. Debíamos darles la mano a las familias campesinas y cuidar el monte, el arroyo, eso estaba ya clarísimo, pero le dieron la mano a Monsanto, concentraron más la propiedad y el uso de la tierra, entregaron la semilla a las multinacionales, metieron a jugar al capital financiero en la producción para distorsionar todos los valores (pooles), y a la vez siguieron con el ataque a la biodiversidad. (Aquí merece un aparte la siembra directa que por ahí trajo beneficios, lo cortés no quita lo valiente).

Es el sistema extractivista sostenido por los gobiernos que se dicen distintos y que luego acometen contra los que se ven compelidos a entrar en ese sistema. Toda una hipocresía.

Nunca nadie explicó aquí en qué se basaron los políticos para dar como remedio, al flagelo del destierro, una mayor concentración. Lo hemos planteado en distintos foros, y no hemos obtenido respuestas.

Los principales responsables políticos de ese disparate están en el gobierno actual y en el gobierno que lo precedió. En la inclinación no hay grietas. Para dar con los responsables de fondo hay que trepar los hilos de estas marionetas.

De los dos bandos se acusan mutuamente por la corrupción y ambos bandos tienen razón. Quien crea que en esos dos bandos se agota la Argentina tiene una visión estrecha. Muchísimas de las familias que se van porque el sistema lo exige terminan hacinadas en barrios de las grandes metrópolis. Ese hacinamiento mata, con la multiplicación de problemas vinculados a la alimentación, los servicios, las enfermedades, la seguridad, las drogas, la dependencia de punteros, la discriminación negativa, etc.

No pocos propietarios de grandes extensiones en nuestra provincia sufren luego el asedio de la inseguridad por el hacinamiento que clausura las expectativas de tantos en las grandes urbes. Pero esos propietarios no se dan cuenta a veces que son parte del problema; se miran a sí mismos y no miran el sistema. Como los expulsados no saben a veces que debieron marcharse porque el sistema lo impone, y en cambio se golpean el pecho, o culpan a algún miembro de la familia. El sistema es como un monstruo en las sombras, con brazos ejecutores a la vista.

Índice “destierro”

Para los diversos gobiernos en el país, la cosa se resuelve así: cada desocupado que se marcha de Entre Ríos baja el índice de desocupación aquí. Y cada desocupado entrerriano que se ocupa en Buenos Aires aumenta el derecho de Buenos Aires a reclamar más coparticipación. Negocio redondo.

¿Cómo se sostiene ese negocio que sirve a los sectores que se alternan en el poder político y le allanan el camino al sistema económico pero empobrece al interior? Se sostiene ocultando en las ecuaciones el “índice destierro”. Desarraigo y destierro constituyen un flagelo, y no figura para la mayoría de los economistas que de tanto mirar números pierden de vista la biodiversidad y las personas.

Hay dos índices ocultados: el índice destierro y el índice hacinamiento, que está ligado estrechamente al primero.

Este año, el gobierno nacional ayudó con fondos millonarios al de la provincia de Buenos aires, por fuera de la coparticipación, para tapar los baches del sistema. Con ese dinero se podrían comprar 200.000 hectáreas para iniciar una revolución agraria, pero no lo reconocerán los beneficiarios, es decir: los dirigentes de Buenos Aires. Si ese dinero hubiera sido enviado a otra región del país, entonces señalarían el desvío… Los dirigentes nos entretienen con discusiones menores cuando el dinero se cuela por otras vías.

¿Consideran por derecha, por centro, por izquierda; consideran el índice destierro? No. No les conviene, porque de una u otra manera gozan de los privilegios de la colonia. Servicios, tarifas, trabajo, sedes, y plataforma para dar consejos al resto del país y el mundo.

Durante décadas del siglo XX la población de nuestra provincia creció cero, y las poblaciones de las provincias vecinas al 35 por ciento. No es que aquí no nacieran gurisitos y gurisitas, lo que mandaba era el éxodo. En siete décadas Entre Ríos creció al 60 %, el país al 160 % y la provincia de Buenos Aires al 260 %, en números redondos para mostrar una consecuencia del destierro: el despoblamiento aquí, la macrocefalia argentina.

Destrucción

El desarraigo y el destierro han destruido las comunidades campesinas en Entre Ríos, destruyeron sus lazos, saberes; las personas que conocían mil oficios diversos debieron aprender a sobrevivir por ahí con un quiosco o un plan estatal, es decir: fue y sigue siendo un desquicio. Y también destruyeron las comunidades urbanas por el hacinamiento. El destierro es un enemigo feroz de las comunidades, y nosotros lo padecemos como ningún otro territorio. La armonía de los opuestos complementarios: el campo y la ciudad, el ser humano y resto de la naturaleza, fue erosionada hondamente en cien años, de los 12.000 años que tenemos de historia en estas lomadas.

Banqueros y multinacionales son principales beneficiarios del sistema. Hipermercados, exportadores, importadores, financistas, proveedores de insumos, dueños de patentes… Y hay una burguesía media que se prende y se sostiene, muchas veces con artimañas diversas.

Los gobernantes actuales en la nación y la provincia son los que más tiempo han gobernado el país en estas décadas. La Iglesia es la institución que menos impuestos paga en la provincia por sus propiedades. Buenos Aires recibe privilegios desde hace 200 años. Y bien: dirigentes de Buenos Aires que responden al Presidente y al Papa, que uno consideraría victimarios, se presentan sin embargo como víctimas de un sistema injusto. El problema es que llegan y dicen algunas verdades, entonces muchos se encolumnan con rapidez.

Las sedes de los banqueros que sostienen este sistema están en Buenos Aires, las sedes de los hipermercados, las cadenas, los exportadores, los importadores, están en Buenos Aires; las sedes de los partidos políticos que se turnaron y se turnan en el poder están allí. Ahí está la metrópolis que sostiene el Estado colonial, que como toda metrópolis colonial se funda en la altanería: comete los atropellos y a la vez los denuncia, es decir: allí está todo. Buenos Aires no puede resolver sus problemas en casa y da consejos a los demás.

En el centro de estudios Junta Abya yala por los Pueblos Libres firmamos hace tres años un documento que aborda estos problemas, bajo el título “por una economía de guerra a los privilegios”. Fue durante el gobierno de Mauricio Macri, y hoy tiene vigencia plena. Privilegios en terratenientes, en multinacionales, en bancos, en jueces, en corporaciones varias, en políticos, en medios masivos; privilegios sostenidos y un país sobre el Titanic donde la tripulación gasta sus horas en maquillajes.

 

 

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