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Un uruguayense cuenta cómo fue estar varado 40 días en Ecuador

Marcelo Goñi es oriundo de La Histórica, pero vive en la ciudad de Buenos Aires. Se encontró con la declaración de la pandemia mundial en medio de sus vacaciones en Ecuador. Sus vivencias, la ayuda de la Embajada, el contacto con otros argentinos, las formas ingeniosas que inventaron para subsistir, su regreso en un avión militar. Paso a paso en esta nota con El Miércoles Digital.

 

Por JORGE RUBÉN DÍAZ

Fotos y videos: Gentileza de M.G.

Notas relacionadas: Cómo se vive en el resto del mundo, en primera persona.

 

Nació en Concepción del Uruguay, vivió cerca del centro hasta los 15 años y de ahí se fue al Puerto Viejo hasta los 23 años. “Es mi lugar en el mundo”, dice sobre el barrio donde vivió la adolescencia y parte de su juventud. Cursó la primaria en la escuela Avellaneda, la secundaria en el Justo José de Urquiza y estudio Locución en la Universidad de Concepción del Uruguay (UCU). Durante su periplo universitario trabajó en Radio Universal “con el Gordo Francisco  Baxter”. “Después me fui a Radio Franca con Betina Hercolini. Siempre tuve un programa de rock que se llamaba ‘La Pocilga’. Terminé en Radio City en un magazine informativo”, recordó.

Marcelo Goñi vive en Buenos Aires.

Sobre sus lazos familiares en La Histórica, contó que sus padres fallecieron, pero quedaron tres hermanos, sobrinos y amigos. “A los dos días de recibirme en la UCU me vine a Buenos Aires, donde estudié fotografía. Desde los 23 años que vivo acá, hoy tengo 40”. En la Capital Federal tiene dos hermanas y sobrinas. “Trabajé en muchas cosas, ahora lo hago en Schwaneck, que es una empresa de recuperación capilar. Hago masajes capilares”, contó.

Mostrando su lado polifacético, dijo que también incursiona en la música y la literatura: “Grabé dos discos, es una ocupación alternativa. Soy escritor, publiqué tres libros. Eventualmente hago trabajos de fotografías también. Hace 14 años que me dedico a viajar, entre otras cosas, por Argentina y otros países. Básicamente vivo para eso”.

 

EL VIAJE A ECUADOR

Salió el 29 de febrero a Ecuador, cuando todavía no se había declarado la pandemia. Debía volver de 27 de marzo para reincorporarse el 30 a su trabajo. Ya en el aeropuerto, se encontró con un amigo en Migraciones, durante unos días compartieron el recorrido por una parte de Ecuador. “La idea era recorrerlo durante el mes. Los primeros 15 días fueron normales, nos íbamos enterando de que se iban detectando algunos casos, pero ni imaginamos que iba a desencadenar todo lo que pasó”, relató.

Los tres mendocinos que compartieron la cuarentena con el uruguayense.

“Fuimos a Quito, de ahí a Baños de Agua Santa (provincia de Tungurahua), Cuenca, Montañitas (Península de Santa Elena), Guayaquil, volví a la zona de la costa. Era 13 o 14 de marzo. Llegué a la localidad de Puerto López, provincia de Manabí, una ciudad portuaria con una playa muy linda, queda en el Parque Nacional Machalilla. Mi idea era recorrer toda la costa, llegar a la zona norte y terminar en la selva, en la zona amazónica. Hasta ahí el viaje venía sin problemas. Si bien nos enterábamos de casos en Argentina y Ecuador, veíamos que la cosa se estaba poniendo brava, pero igual me fui a un pueblito, que en realidad es una playa, donde todo es naturaleza, es hermosísimo, se llama Los Frailes.  Al regresar, me encararon unos chicos argentinos que hacían un voluntariado, Milagros y Nicolás, ambos de Mendoza, me dijeron ‘Marce, se pudrió todo’ y ahí me desayuné de lo que pasaba. Tenía dos días para trasladarme a donde yo quisiera estar antes de entrar en cuarentena”.

SIN REGRESO POSIBLE

Allí empieza la parte complicada de su estadía ecuatoriana y de los abusos de las empresas aéreas ante situaciones de desesperación de la gente: “Empecé a llamar a la aerolínea, viajaba por Latam. Las líneas estaban todas interrumpidas, todo saturado, los que pudieron entrar por internet se dieron cuenta que los que querían cambiar el pasaje, prácticamente no era posible, porque los que viajábamos como mochileros, como yo, no teníamos la posibilidad económica. Salía cien mil pesos una cosa así, una cosa ridícula, porque siquiera disponíamos de esa plata para viajar, a mí el pasaje me había salido 20 mil pesos ida y vuelta”.

"Yo estaba con un alemán, y la embajada de su país se había ido, y la británica al irlandés le dijo que se las arreglara como pudiera”, los diferenció con la Embajada argentina que si se preocupó por resolverles los problemas.

 

EN PUERTO LÓPEZ: EL LUGAR ELEGIDO PARA LA CUARENTENA

“En ese lapso de dos días tenía que llegar a un lado. Sabía que los costos de los hoteles en Quito eran más caros que en Puerto López. Por otro lado, era en vano ir a Quito y al aeropuerto porque algunas aerolíneas no estaban atendiendo. De un día para el otro todo había colapsado. Los que se enteraban de todo esto eran los que tenían acceso a internet, los que viajamos estamos sujetos a lo que tenemos en los hosteles. Por descarte, nos quedamos ahí. Con un chico llamado Rubén, que hacía un día que había llegado desde Mendoza también, decidimos quedarnos en Puerto López, porque vimos que la mayoría de los casos estaban en Guayaquil y Quito”.

 

SOBREVIVIENDO CON LO JUSTO

Ya con la certeza de que no volvía se pusieron en campaña para tratar de subsistir hasta que el panorama aclarara. “Mirábamos las noticias por TV y estábamos asustados, no sólo por pegarnos la enfermedad, sino porque estaba colapsado el sistema de salud, que había sido por negligencia del Gobierno. Hasta ahí lo resolvimos los cuatro, pero teníamos la incertidumbre de cuándo volver, hasta cuándo nos daba el dinero para quedarnos. Uno, cuando se va de vacaciones, lleva lo justo y lo necesario para estar el tiempo que va a estar. Ecuador ya había cerrado las puertas para los extranjeros. Los chicos de Mendoza, principalmente, intentaban contactar gente que ellos conocían allá, aunque todos conocíamos a alguien más. Pedíamos información y así nos dimos cuenta de que había muchos argentinos varados en Ecuador, pero lo más preocupante eran los varados en Guayaquil. Allí todo se había acrecentado. En Puerto López no había ningún caso y eso daba cierta tranquilidad. De todas formas, puedo decir que fue la peor de todas las semanas, porque los dueños de los hoteles recibieron la noticia de que, por obligación nacional, debían evitarse aglomeraciones y, por ende, estaban obligados a sacar a toda la gente de los hoteles, albergues o lo que fuere. Nos dieron uno o dos días para irnos. Hasta ese momento éramos cuatro argentinos, una alemana, un irlandés del Norte que vivía en Inglaterra y una chica de Quito que fue a pasar la cuarentena allí. Esos éramos los que quedábamos en el hostel, porque el resto era gente que podía costearse un vuelo bastante caro o de emergencia, había de Israel, Estados Unidos, y de todos lados”, se explayó.

 

Un video realizado por una de las argentinas resumiendo lo que fue esa estadía.

 

LA INTERVENCIÓN DE LA EMBAJADA

“Empezamos a buscar desesperados, no conseguíamos lugares para que nos reciban, y los que lo hacían eran muy caros y sólo a un determinado número, sin decir nada, en situación clandestina porque estaba prohibido. Literalmente, estábamos en la calle, no teníamos a dónde estar y con un dinero equis, que no sabíamos hasta cuándo iba a durar. Habíamos especulado con hacer diferentes trabajos para tratar de subsistir, trabajo clandestino o lo que surgiera”, expresó.

 

(Sobre los abusos de los pasajes cuando quisieron cambiarlos) "Salía cien mil pesos una cosa así, una cosa ridícula, porque siquiera disponíamos de esa plata para viajar, a mí el pasaje me había salido 20 mil pesos ida y vuelta”.

 

“Así tuvimos contacto con una chica que se llama Paula, que fue la que organizó todo desde la Embajada argentina en Guayaquil. Fue muy importante para el desarrollo de todo lo que vino después. Fue el nexo entre Argentina y nosotros. Conseguimos que nos trasladen a Montañitas, una zona costera, que era el lugar donde más argentinos varados había, pero el problema era que las rutas interprovinciales estaban cortadas, no se podía pasar, no había manera de poder lograr que nos den un permiso especial para que nos pudieran trasladar. La Embajada habló con Miguel, el dueño del hostel, y le dijo que le iban a costear la estadía mientras durara todo lo que debía durar la cuarentena y volviéramos a la Argentina. Para esto fue el 16 o 17 de marzo hasta el 2 de mayo. Nuestros familiares nos llamaban preocupados mientras intentábamos estar lo más alejado (de las zonas endémicas) para evitar entrar en contagio. La gente de Puerto López fue muy gentil nos trató muy bien, hacíamos diferentes tipos de cosas para sobrevivir”.

En ese momento, Goñi trajo a colación una parte de su vivencia que le quedará para siempre, nuevo para él y sus eventuales compañeros de cuarentena: “Acá empieza otra historia dentro de lo que fue la historia. Lo que hicimos ahí adentro fue increíble, no me lo hubiese imaginado jamás. Íbamos a las fruterías a buscar que nos den comida, así estuviese podrida, para intentar tener alimentos... Nos daban frutas y verduras que estuviesen medio machacadas. En las panaderías pedíamos pan viejo y con eso hacíamos budín de pan o tostadas, nos la rebuscábamos para achicar costos o gastos extras. Buscamos diferentes tipos de trabajo, pero se había cortado el contacto con la gente, por lo que se había complicado todo tipo de posibilidad de hacer algún trabajo. En el grupo la mayoría éramos fotógrafos y nos ofrecíamos para diferentes cosas, así que en el hostel le cuidábamos los perros al dueño, le pintamos el edificio. A los diez días conseguimos que la Embajada nos dé diez dólares por semana. Con eso teníamos costeados la comida, el alojamiento y diez dólares semanales por cabeza para vivir”, comentó.

Uno de los aviones Hércules que los trajo de retorno.

LA CONVIVENCIA

Con techo y algunos billetes en sus bolsillos la cosa había cambiado: lo único que esperaban era el traslado de regreso a casa, pero no fue rápido y surgieron otros problemas. “Se abrían paradigmas nuevos todos los días porque la situación cambiaba día a día, la cantidad de infectados, cambiaban las horas de la cuarentena, la ordenanza de sanidad era completamente diferente, todo se volvía más hermético. Estaban más empecinados en cerrar más las fronteras y rutas interprovinciales, la gente misma de Ecuador tenía problemas para cruzar. Desde Argentina nos llegaba información y de la Embajada nos decían todos los días cosas diferentes porque lógicamente para ellos la mano iba cambiando también. A modo de Gran Hermano, vivir seis personas diferentes en un lugar así a la fuerza trajo algunos problemas, con ventajas y desventajas. Para mí fue todo nuevo, tuve que aprender a vivir en comunidad, hubo gente que no se lo bancó y se tuvo que ir. La chica de Quito decidió irse porque no le gustaban los términos. Había que vivir con un dólar o dos por día para hacerlos durar a esos diez dólares, cosa que el irlandés no estaba dispuesto hacer, él tenía otra economía. El día se hacía largo, cada uno tenía tareas específicas, yo sacaba a pasear a los perros, cocinaba, limpiaba, me la pasaba leyendo. Otra cosa: para pasar el día teníamos que tratar de comer lo más balanceado posible, con la plata que teníamos, hacer comidas en base de arroz, pastas, carnes, frutas. Hambre no pasamos y nos las ingeniamos”, reconoció.

“Cada día nos fuimos conociendo más, se hizo como una pequeña familia. Entre los argentinos nos apoyamos más, aunque se empezaba a extrañar. La diferencia entre quienes no éramos argentinos era cada vez más marcada, nos hicimos fuertes y pudimos salir adelante. Había grupos de Whatsapp de: ‘Varados en Quito’, ‘Varados en Montañitas’, siempre se sumaban. La Embajada nos pasó el formulario para que nos den cuenta alimentaria y ver la posibilidad de empezar a regresar”, narró.

 

BIEN ATENDIDOS

A diferencia de lo que se decía en muchos medios de comunicación, Goñi justificó la situación por la que atravesaban en aquel país y reconoció la buena predisposición de la Embajada para poder ayudarlos en medio del caos.  “Al mundo le llegaba la información de que los argentinos en Ecuador estaban olvidados. Desde mi experiencia puedo decir que, por el desborde de gente por la situación que se estaba dando, era difícil que un ente como la Embajada tuviese el control de toda la gente varada. Yo estaba con un alemán, y la embajada de su país se había ido, y la británica al irlandés le dijo que se las arreglara como pudiera”, diferenció. “También supimos de los que no estaban en situación de riesgo y no necesitaban dinero e igual pidieron la cuota alimentaria y la estadía. Siempre hay gente que busca alguna ventaja”. Hizo una comparación de uno de sus compañeros que tuvo una actitud diferente con respecto a los avivados que nunca faltan: “Pasaban los días y se acercaba la certeza del retorno. Uno de los cuatro, Rubén, recibió la noticia de que estaba en el orden de prioridad para volar y él dijo que prefería ceder el lugar a una persona que lo necesitara más porque tenía 30 años, no tenía ninguna enfermedad, no tenía apuro por volver, estábamos bien donde estábamos con comida y techo, podía esperar un poco más si era necesario”.

 

PARA EL REGRESO HABÍA PRIORIDADES

Diez días antes de emprender el regreso les mandaron los formularios para empezar a definir quienes volvían a la Argentina. “Fue como que empezamos a recuperar las esperanzas. Lo llenamos más de una vez. No sabíamos si lo hacíamos bien porque, por momentos, teníamos contacto con la Embajada y, por momentos, no. Nos dábamos cuenta a diario de que cada vez había más argentinos en Puerto López y en Ecuador. Muchos llenaban formularios y otros no. Lo que pasa es que unos cuantos habían pasado ilegales, obviamente que la situación no era la misma”, se refirió el uruguayense sobre esos trámites por vía de correos electrónicos. Incluso entre argentinos ubicados en diferentes partes, empezaban a consultarse por Whatsapp y correos para completarlos correctamente. “La situación se complicó porque no sólo había gente que viajó de vacaciones como yo, sino que algunos venían recorriendo Latinoamérica, gente que estaba viviendo en Ecuador y al complicarse la situación pidieron volver. Había gente de todo tipo, entonces ahí entra en juego lo que es la prioridad, cuál fue la prioridad de la Embajada para repatriar. Entraban a verse varios ítems: si eras mayor, si eras familia, si había menores de edad, enfermedades, cuándo habías entrado a Ecuador, en qué condiciones, si estabas ilegal o no... No era lo mismo llegar antes de que se decretara la pandemia que el que viajó después del 15 de marzo. Esos quedaron para lo último”, señaló.

“El primer vuelo que salió había que pagarlo, no era para cualquiera. Era específicamente con Quito. Después también había otro problema: no hay vuelo directo a Ecuador. Aerolíneas Argentinas está asociado con Latam porque Ecuador no tiene línea de bandera, tengo entendido que todo se maneja con esa empresa. Aerolíneas Argentinas no vuela a Quito. Me parece que el primer vuelo lo hizo una empresa holandesa o de Finlandia. Además, empezaron a aplicarse las cuestiones de prioridad: primero iban los que estaban en situación de riesgo, los vulnerables o que tenían alguna enfermedad, o los que debían estar por remedios, los mayores de 60 años, los que estaban en familia”, detalló.

 

LA VUELTA EN “EL HÉRCULES”

“Tres días antes del vuelo, en la página oficial de la Embajada argentina en Guayaquil aparecieron nuestros nombres. Nos mandaron un e-mail donde nos dijeron que pasaba una camioneta a buscarnos. Éramos los primeros porque después seguían por la zona costera en Montañitas, todo lo que es el Departamento de Manabí y de Santa Elena. Fue a la madrugada, siempre con máscaras, guantes, fuimos recogiendo gente hasta llegamos a Guayaquil a eso de las 9 de la mañana al Aeropuerto, fuimos a Migraciones, estuvimos hasta las 13 hasta que fuimos al lugar donde abordábamos el vuelo. Ahí hicimos una pequeña reunión en la que explicaron cómo volvíamos. Nos trajo un avión militar, ‘El Hércules’, no era uno comercial, no tenía baños. Eso era lo duro porque el vuelo duraba diez horas, era directo, nos dejaba en el aeropuerto de El Palomar. Eran dos aviones. El baño se hizo clandestinamente. Pusieron perros para detectar drogas y demás, no hubo ningún problema con eso, nos explicaron que muchos de los que estaban ahí eran doctores que habían ido a trabajar con parte de lo que es la Fuerza Aérea, para hacer un esquema organizativo para repatriar, en ese caso, a esos 140 argentinos en dos aviones. En El Hércules 1 viajamos 70 personas, entre las cuales había menores de edad, chiquitos de un año, familias y muchos de nosotros. Nos dieron agua como para estar hidratados y un lunch como para tener algo en el estómago”, narró sobre la experiencia.

 

DEL AEROPUERTO AL HOTEL

Al arribar a El Palomar pasaron por Migraciones respetando las medidas de sanidad, tomando distancia, tuvieron que desinfectarse. A la gente que era del interior los mandaron a un hotel específico y desde allí los llevaron en un colectivo a las capitales de cada provincia. En el caso de los de Capital Federal, los llevaron a un hotel del barrio de Balvanera. “Allí estuve nueve días. No estaba en contacto con nadie, me hicieron el hisopado, me tomaron la temperatura y me dijeron que según los resultados me iban a llamar. Todo salió bien. El hotel estaba custodiado por la Policía, nos esperaron médicos con una mesa afuera con todos los elementos de seguridad de sanidad. Siempre me pidieron los datos. Nunca estuve a menos de un metro de una persona. Estábamos catalogados como de alto riesgo porque veníamos de un país endémico. Me llevaron hasta el piso 24, ahí estuve nueve días, me llamaban doctores todos los días por el interno del cuarto preguntando por síntomas. Tenía cuatro comidas por día. Me golpeaban la puerta, me decían que estaba el desayuno, el almuerzo o lo que fuese y se iban. La comida era variada, no faltó nada, ni fruta, ni carnes, ni verdura, la dejaban en una bandeja sobre una sillita que había afuera de cada cuarto. Abríamos y nunca había nadie”, contó.

Ya en la Argentina. Un colectivo trasladó a la gente del interior del país desde El Palomar hacia un hotel.

Este sábado 9 de mayo completó la cuarentena en su casa y así concluyó la experiencia de este uruguayense, inédita como para todos. Fueron 40 días, “todos diferentes, con preocupaciones diferentes, tanto en el grupo como en Ecuador, Argentina y en el mundo. Celebramos como si hubiésemos vuelto a la vida”, cerró sobre su odisea.

 

 

 

 

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