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Abre la escuela, cierra la escuela

La autora de esta columna, licenciada en Trabajo Social y magister en Salud Mental, propone una reflexión sobre lo que denominamos “normalidad” y cómo concebimos la escuela: tenemos la oportunidad de no volver a ser lo que hemos sido, asegura. Entonces ¿cómo queremos habitar la escuela a partir de ahora?

 

Por VANESA LEOPARDO (Colaboración especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).

 

Una y otra vez. Suena la bocina ¿justa, equivocada?, quién sabe… Y no hay “falso dilema”. No existe dilema ni hay paradoja. La dicotomía de “abre la escuela, cierra la escuela” afirma solo el componente negativo de la frase. El inconsciente colectivo susurra: “la escuela está cerrada”. Fin.

El malestar queda instalado entre aquello que fue y ya no es, y nos la pasamos intentando rescatar eso que ya no es. Nos encontramos en la añoranza de la vieja normalidad y la fantasía de una nueva.

De todos modos, la peor parte de estos enunciados (vieja normalidad// nueva normalidad) es la manera pésima y siniestra en que se ha usado la palabra normalidad a lo largo de la historia y por la ciencias.

Mientras tanto, el presente se hace presente y la escuela no está cerrada.  Pero en tiempos en que todo lo queremos tangible e inmediatamente, sin demoras, la educación nos impone una pausa y no estamos listos para soportarla.

No recuperemos la escuela al estilo moderno que teníamos, no pidamos a gritos que se ofrezca lo mismo a quienes son diferentes, porque de ese modo no hacemos más que contribuir a reproducir desigualdad...

¿Nos preocupa la educación? Y de la educación ¿qué nos preocupa? ¿Los contenidos escolares, la ternura, el vínculo docente-alumno, la construcción colectiva del conocimiento?

¿Estamos reconociendo –finalmente- la complejidad en la tarea de enseñar? ¿O es que no sabemos habitar espacios sin el cuerpo? ¿Cómo generar presencia donde los cuerpos no pueden estar? Entonces, ¿qué es la escuela?

Es que no es un edificio…es una lógica. Y la lógica escolar no está cerrada. Todo debe ser repensado, reconstruido. Y no hay recetas, hay preguntas. Si, como dice Saramago, “el hecho de que no haya respuestas no desanimará a los futuros preguntadores”….¡estamos bien!

Qué buen punto de partida es que haya preguntas, fundamentalmente porque no estamos preparados para la incertidumbre, pero es ahí, justo ahí donde estamos navegando desde hace ya bastante tiempo.

Y yo –que pocas cosas sé– estoy convencida de que no se trata de renunciar a la escuela, sino de pensar nuevos modos posibles de habitarla, con el cuerpo… sin el cuerpo. Repetir que cerró la escuela es que no tenga sentido demandarle nada, esperar nada.

¡Y no! Lo que nos está pasando es histórico y contra cultura: se abre la oportunidad de no volver a ser lo que hemos sido. No recuperemos la escuela al estilo moderno que teníamos, no pidamos a gritos que se ofrezca lo mismo a quienes son diferentes, porque de ese modo no hacemos más que contribuir a reproducir desigualdad (es muy fácil en una sociedad desigual reproducir desigualdad).

No es pachorra de la escuela, no es tardanza, no es inasistencia.  Esa es la retórica de la pandemia.

Pensemos un rato…un rato: en cómo habitar la escuela a partir de ahora. Y, tal vez preguntémonos, si de verdad estábamos juntos antes…

(*) La autora de esta nota es licenciada en Trabajo Social egresada de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y magister en Salud Mental, egresada de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Docente e investigadora, ejerce en el Instituto Tobar García, forma parte del Servicio de Apoyo Interdisciplinario Educativo (SAIE) del departamento Uruguay y participa en proyectos de investigación relacionados a educación, salud mental, infancia y discapacidad. Su correo electrónico es vleopardo@hotmail.com.

 

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