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¿Falta una calle para Julio A. Roca? No, pero se debería quitar el busto del Colegio

José Artusi propuso que una calle uruguayense lleve el nombre de Roca. La pregunta es ¿necesitamos una calle con el nombre de ese personaje de nuestra historia? Sostengo que no. Y además que no es cierto que Roca haya sido demonizado: se lo está colocando en su justo lugar. Las razones se desarrollan en diez puntos y (desde el título) se hace una contrapropuesta, que cuenta con numerosas adhesiones.

 

Por AMÉRICO SCHVARTZMAN de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

 

Días atrás, el ex legislador provincial José Artusi (UCR) reclamó una calle para homenajear a Julio Argentino Roca. Sus argumentos fueron básicamente:

- que Roca encarnó “como pocos” la fuerza progresista y modernizadora del liberalismo capitalista del siglo XIX,

-  que “como militar y como presidente de la República en dos ocasiones” tuvo logros que lo hacen merecedor de un lugar destacado en nuestra Historia”,

- y “en respeto a la brevedad”, el único logro que menciona es la sanción y aplicación de la ley 1420 de educación pública, laica, gratuita y obligatoria.

Recojo el guante que deja Pepo Artusi, quien también asegura que “no hay nada en la ciudad que lo alojó como estudiante en su adolescencia que recuerde su nombre”. Esto no es cierto. Hay un busto a Julio A. Roca en el Colegio del Uruguay, y en el salón de actos de ese mismo lugar hay un enorme cuadro que lo representa como Presidente.

Por otro lado, en su breve nota no hay una sola mención a lo que quizás más se le cuestiona a Roca: su papel en la derrota brutal de los pueblos originarios y la escandalosa forma en que se repartió el enorme territorio conquistado a esos pueblos.

Por más que Pepo asegure que se lo combate por los aciertos y no por los errores (cosa que puede ser cierta en determinados sectores), son éstas las razones principales por las que se cuestiona al personaje. Es más: la mayoría abrumadora de quienes le reprochamos esos “errorcitos” somos abiertos defensores de la 1420. Porque una cosa no quita la otra.

Aclaro, de paso: considero a José A. Artusi, uno de los pocos dirigentes políticos de esta ciudad (y más aún, de la provincia) que cada tanto interviene en la deliberación ciudadana, proponiendo temas a la discusión pública, algo que haría más falta en una clase política que en general no delibera con la comunidad sino solo de manera endógena.

Por otro lado conozco y aprecio personalmente a Pepo, por lo tanto (aunque parezca una obviedad) nada de lo que sostengo en esta nota debería leerse como un ataque hacia su persona sino como un intercambio de opiniones desde el afecto.

Voy ahora al tema. La pregunta es ¿necesitamos una calle con el nombre de ese personaje de nuestra historia? Sostengo que no. Y además sostengo que no es cierto que Roca haya sido demonizado (menos aún por la supuesta “cultura de la cancelación”). Al contrario: se lo está colocando en su justo lugar. Paso a detallar por qué opino así.

  1. A favor de Roca. No solo conservadores y liberales ensalzan a Roca. Como ocurre con muchas figuras protagonistas de la historia, se las suele reivindicar desde lugares muy heterogéneos. Así, Pepo Artusi, paradójicamente, se acerca en esto a corrientes de pensamiento con las que difícilmente tenga algún otro punto de contacto. Aparte de hablar de la 1420, en su nota dijo (resumo) que “Roca encarnó como pocos la fuerza progresista y modernizadora del liberalismo capitalista del siglo XIX, y muchos nostálgicos del viejo orden no se lo perdonan”. Con palabras similares han reivindicado a Roca autores de la corriente conocida como “revisionismo”, es decir el nacional-populismo en su versión historiográfica.

Y resulta doblemente paradójico, porque además muchas de las personas que hoy proponen “cancelar” a Roca (derribar sus monumentos, cambiar su nombre en calles, etc) suelen identificarse con esa corriente o se dicen peronistas. Quizás ignoran que Juan Perón reivindicaba a Roca, como Arturo Jauretche, aunque este un poco más tibiamente, sobre todo en comparación con el entusiasta “roquista” Jorge Abelardo Ramos o el acomodaticio Pacho O’Donnell. Contradicciones tenemos todos y todas ¿no?

Ramos, por ejemplo, dice que "la conquista del desierto realizada por Roca y el Ejército de su tiempo no solo establece un principio de soberanía en ese tiempo harto dudoso, sino que libera al gaucho retratado por Hernández del martirio inacabable del fortín en la frontera”.

Agrega Ramos que Roca es un caudillo liberal, pero liberal nacional “ya que encarnó el progreso histórico y llevó el presupuesto nacional hasta el último rincón de las provincias” y además “creó todas las estructuras modernas del Estado, restableció aranceles proteccionistas e impulsó las grandes obras con las que el país cuenta todavía”. (En “Roca como caudillo,” diario Mayoría, 21 de julio de 1974)

Perón, al nacionalizar los ferrocarriles, bautizó a una de las líneas más importantes como “General Julio A. Roca”: la línea más extensa de la provincia de Buenos Aires, que atravesaba La Pampa, Neuquén y Río Negro, llegando líneas del Ferrocarril Roca a Chubut y Santa Cruz. Precisamente aquellos territorios que su “campaña al Desierto” incorporó a la Argentina de entonces.

Roca adolescente en el Colegio del Uruguay (Archivo General de la Nación).
  1. Sarmiento contra Roca. Más paradojas: uno de los que cuestionó duramente la forma en que la “campaña al Desierto” de Roca masacró a miles de personas, fue Domingo Faustino Sarmiento. Sí, el mismo Sarmiento que en tantos escritos destiló su odio racista a “esos indios asquerosos”. Sin embargo ante las noticias de la brutalidad y de las matanzas de Roca y su ejército, escribió lo siguiente, en el periódico El Nacional:

“Es peor política e inicua además, la que tiene por empresa el exterminio de los indios sin el pretexto de la propia defensa. Son al fin seres humanos, y no hay derecho para negarles la existencia. No lo ha hecho nación ninguna hasta ahora con los salvajes. (…) Aun los maoríes antropófagos de la Nueva Zelandia han sido respetados por la Inglaterra, siempre que permanezcan quietos. Los Estados Unidos dan territorios en propiedad a las tribus que expulsan de sus fronteras, a fin de asegurarles la existencia. La España misma, y la República Argentina hasta ahora poco, han reconocido a los indios su derecho a vivir, conteniéndolos en sus excursiones, y aun dándoles yeguas y ganado para su subsistencia a condición de no repetir sus malones. ¿De dónde ha salido ahora este derecho de exterminio y de persecución de tribus que como las del Sur del río Negro, y las de Limay arriba, no nos habían hecho mal? Pero esta persecución á outrance es además de impolítica y absurda, una flagrante violación de la Constitución, que dando al Congreso facultad para proveer de soldados y dinero a la seguridad de la frontera, lo hace en una sola oración conjuntamente con conservar el trato pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo. (…) La política adoptada, las invasiones Limay arriba en busca de indios, restos de tribus extinguidas, es puramente un acto salvaje, en violación a lo dispuesto por la Constitución, y el Derecho de Gentes en lo que no autoriza el desalojo total de las razas primitivas. (…) Está la Constitución, en fin, que constituyó las R. E. con los indios, respetando sus derechos anteriores a los nuestros. Bueno es asegurar nuestras poblaciones ya que no se acabaron los indios; pero es quimera ir a perseguirlos en sus últimas guaridas, porque no hay derecho, y porque es una crueldad desautorizada por la historia y peligrosa”. (12 de agosto de 1879).

El diario de Sarmiento también describió un reparto de los que se realizaban en las calles porteñas por esos días, el espectáculo tremendo en el que los vencedores de esa campaña se repartían seres humanos como si fueran animales (en un país cuya Constitución liberal había abolido la esclavitud, supuestamente, menos de treinta años antes):

“Llegan los indios prisioneros con sus familias. La desesperación, el llanto no cesan. Se les quitan a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”. (31 de diciembre de 1878).

  1. El diario La Nación contra Roca. Otras citas que merecen atención provienen del diario La Nación, de Bartolomé Mitre. En crónicas de noviembre de 1878, dice textualmente:

“El regimiento Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de guerra. Esa hecatombe de prisioneros desarmados que realmente ha tenido lugar deshonra al ejército cuando no se protesta del atentado. Muestra una crueldad refinada e instintos sanguinarios y cobardes en aquellos que matan por gusto de matar o por presentarse un espectáculo de un montón de cadáveres” (17 de noviembre de 1878).

Esa matanza fue por orden del comandante Rudecindo Roca –hermano de Julio- en las cercanías de Villa Mercedes, provincia de San Luis. El diario ironizaba sobre las explicaciones mentirosas del parte militar de Rudecindo Roca, quien había afirmado que los ranqueles habían sido muertos en un enfrentamiento, cuando en realidad los habían fusilado dentro de un corral:

“Cosa rara que cayeran heridos 50 indios yendo en disparada y en dispersión. Rara puntería la de los soldados, que pudieron a la disparada casar [sic] a los salvajes, que nunca lo han conseguido nuestros soldados, y más raro aun, que todos los tiros se aprovecharan matando sin dejar ni un solo herido”. (16 de noviembre de 1878).

A muchos de los que no asesinaron, Roca y las clases dirigentes argentinas de la época se los repartieron como esclavos (insisto, con una Constitución vigente que había abolido la esclavitud tres décadas antes). Mujeres y niños fueron repartidos como “servicio doméstico” esclavizado. Los diarios de la época anunciaban esas distribuciones de personas esclavizadas con avisos como éste:

“Entrega de indios. Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia”.  (El Nacional, 31 de diciembre de 1878).

Por otro lado, los aborígenes varones fueron distribuidos como mano de obra barata. En gran parte fueron enviados a los ingenios tucumanos (de allí era Roca y varios de sus principales “aportantes”), ingenios azucareros que se convirtieron en el destino de miles de prisioneros tomados durante las campañas militares de conquista de la Pampa, la Patagonia y el Chaco. Y por otro lado, como carne de cañón (utilizada incluso en las reyertas internas de esas mismas clases dominantes).

Ignorar estos hechos de la historia es imposible, y lo mismo ocurre cuando se intenta relativizarlos, por ejemplo queriéndolos esconder debajo de la Ley 1420.

Salvando distancias, es como que el kirchnerismo pretenda tapar el 30% de pobreza o sus componendas con la Barrick Gold o Chevron con la valiosa ley de Matrimonio Igualitario. O que el macrismo intente tapar el brutal endeudamiento externo con… bueno, me resulta difícil encontrar algo que rescatar en este caso, pero acepto sugerencias.

Para el final de este punto dejo una definición extraordinaria que aparece en La Nación, que completa la que remarqué en negrita antes. El diario de Mitre acusa al Ejército comandado por Roca de hacer la guerra “sin respetar las leyes de la humanidad”. Y al comentar la noticia que se reproduce del diario cordobés El Pueblo Libre (que había denunciado el hecho originalmente), el editorialista de La Nación utiliza la misma expresión que utilizamos hoy: “Tal aseveración es por demás grave, es un crimen de lesa humanidad, es un bofetón a la civilización”.

Es extraño entonces, que en pleno siglo XXI, a más de siete décadas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se quiera justificar al responsable máximo de esas atroces violaciones a los derechos humanos. En especial, cuando fueron condenadas ya en aquella época como crímenes de lesa humanidad. Sí, exactamente del mismo modo que los cometidos por el nazismo, por la sanguinaria Triple A de López Rega o la dictadura cívico-militar de Jorge Videla y compañía.

Es extraño, y tengo para mí que es impropio de alguien como José Pepo Artusi, una persona de convicciones igualitarias y humanistas.

  1. Radicales (de entonces) contra Roca. Pero no fueron pocas las voces que se alzaron contra las atrocidades del Ejército al mando de Roca. Además de los diarios mencionados, en el Congreso de la Nación hubo fuertes arengas. Por ejemplo, del entonces senador Aristóbulo del Valle –fundador, poco después y con Alem, de la Unión Cívica Radical–. Véase lo que dijo en plena sesión del Senado:

“La humanidad entera está interesada en que toda la tierra quede sujeta a la acción civilizadora, a objeto de que pueda responder a los grandes fines que la humanidad debe llenar; pero frente a este principio, incorporado al derecho público de todas las naciones, existen otros no menos respetables. (...) Entonces, pues, entre estos dos principios [los derechos de la civilización y el derecho a la vida], se produce el equilibrio, y las naciones civilizadas conquistan los pueblos salvajes introduciendo la civilización por medios pacíficos, y no usando de las armas, sino cuando es absolutamente indispensable para establecer la civilización”.  (Diario de Sesiones del Senado, 1884, sesión del 19 de agosto).

Otro fundador de la UCR (aunque después se alejó para sumarse a la democracia progresista) Mariano Demaría, denunciaba el inhumano “reparto” de indios que se hacía en las calles porteñas. Espantado ante estos hechos, dijo en la Cámara de Diputados lo siguiente:

“Este hecho, señor presidente, ocurrido en una ciudad que tiene la pretensión, fundada, creo, de ser culta, llama indudablemente la atención. Esta simple narración subleva el espíritu. Yo creo que es deber nuestro, por lo menos, que se alce, como lo hago, una voz en este recinto, que manifieste que, en manera alguna podemos aceptar hechos de esta naturaleza, y que es obligación estricta, imperiosa, de humanidad de parte de los que están obligados á intervenir en esto, no permitirlos”. (Diario de Sesiones de Diputados, 30 de octubre de 1885).

Es una pena que en lugar de tomar palabras de radicales como de Demaría o Del Valle se prefiera ignorarlas para justificar a Roca.

  1. Ex alumnos del Colegio contra Roca. Pepo destaca también que cuando se aprobó la 1420 sus máximos responsables eran ex alumnos del Colegio del Uruguay. Cierto. Pero en el otro costado del asunto, también eran ex alumnos y ex profesores del Colegio muchos de los que cuestionaban duramente lo que Roca y su generación hicieron con las tierras arrebatadas a los “salvajes”. Como Alejo Peyret, como Alberto Larroque (padre e hijo), como Francisco Barroetaveña, entre tantos otros. Un amigo de Larroque y Peyret, Alfredo Ebelot, acusa a Roca y sus adláteres de no haber aprendido nada de Alejo Peyret, pese a ser sus alumnos en el Colegio:

“En el momento decisivo en que les tocó proceder a la repartición de la inmensa extensión de tierra pública conquistada a los indios, nada les pareció más obvio, por egoísmo nato y mediocridad de espíritu, que organizar y consagrar legalmente el fatal régimen de los latifundios”. (Alfredo Ebelot, “Introducción” en Alejo Peyret, Discursos, página 10).

Hay más, como Godofredo Daireaux, y como el propio Pepo Artusi, quien en la nota que comento reconoce que a Roca le cuestiona “la falta de una política que garantice el acceso generalizado a la tierra para vivir y para trabajar. En eso toda la generación del 80 falló rotundamente”. Pero fue más que un error: ése fue el plan. Al menos eso es lo que afirma Sarmiento:

“(La Campaña) fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, a cuya operación, la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro ganados por los Atalivas, Goyos y otras estrellas del cielo del presidente Roca. Pero si se puede explicar, aun cuando no se justifique, esta medida antieconómica y ruinosa para el Estado, por la famosa Campaña del Desierto, después de que ésta se realizó sin batallas ni pérdidas de ningún género para el gobierno, no hay razón, no hay motivo alguno para que tal empréstito continúe hoy abierto... para los amigos del general Roca, máxime cuando la suscripción se cerró hace ya mucho tiempo. Es necesario llamar a cuentas al presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. ¿En virtud de qué ley, el general Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3000? El presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada tantos días remite por camadas a las oficinas del crédito público órdenes directas, sin expedientes, ni tramitaciones inútiles para que suscriba a los agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas. Allí están los libros del Crédito Público que cantan y en voz alta para todo el que quiera hacer la denuncia al fiscal. Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos vemos obligados a expropiar lo que necesitamos, por el doble del valor, a los Atalivas”. (En El Censor, 18 de diciembre de 1885).

Ataliva Roca, mencionado dos veces en ese texto, era otro hermano de Julio Argentino. Según Sarmiento, hizo enormes negocios con las tierras públicas arrebatadas a los pueblos originarios. Al punto que, como le gustaba contar al gran Osvaldo Bayer, el sanjuanino inventó el verbo “atalivar”, para referirse a quienes hacen negocios aprovechando que poseen familiares al frente del Gobierno. Cualquier parecido con tiempos actuales, no es mera coincidencia.

  1. Roca contra el Colegio. En una entrevista reciente el rector de la Universidad de Concepción del Uruguay, Héctor Sauret, recordaba que la provincia de Entre Ríos, durante la presidencia de Roca, “fue apartada de la educación superior universitaria cuando Roca cierra las aulas universitarias del Colegio de Urquiza”. En efecto, el dato es poco conocido y mucho menos en el ámbito del propio Colegio, pero fue Julio Argentino Roca –egresado de sus aulas– quien en 1880 decretó el cierre de las carreras universitarias que se dictaban en la institución.

Arturo Marasso, en su ensayo “Roca y su influencia en la enseñanza argentina” (publicado en 1915) cuenta que “por decreto del 30 de noviembre de 1880, el Poder Ejecutivo a cargo de Roca suprime la escuela de Derecho anexa al Colegio Nacional del Uruguay”. En los considerandos, Roca decía que esa carrera “sirve á dar á los estudios profesionales una dirección inconveniente para los alumnos y peligrosa para los intereses públicos”. No da demasiados detalles, pero Sauret supone que esa supresión se debe “a los conflictos políticos de la revolución jordanista”. Es que buena parte de los líderes del último alzamiento federal estaban ligados al Colegio, como por ejemplo su ex rector Alberto Larroque, docentes como el cura Domingo Ereño o Tomás Sourigues y la mayor parte de los egresados y estudiantes del Colegio.

Urquiza había pensado al Colegio como un lugar de formación superior, una suerte de faro alternativo a las dos grandes casas de estudio de la época, tan lejanas a sus ideas políticas y organizacionales: la universidad cordobesa, conservadora, reaccionaria y religiosa, y la universidad de Buenos Aires, liberal porteña y unitaria. El Colegio, el “único heredero”, debía formar una nueva dirigencia federal y republicana, laica y progresista, que construyera una Argentina diferente a la que se impulsaba en esos dos polos opuestos.

Es paradójico que haya sido Roca, egresado del Colegio, quien se ocupara de clausurar esa posibilidad. Se convertía así en el verdugo de su propio lugar de formación. El Colegio no recuperaría carreras universitarias hasta la creación de la UADER, bastante más de un siglo después.

  1. Propuestas. Un grupo de ex estudiantes del Colegio del Uruguay, opinamos que el busto y el cuadro de Roca deben ser retirados, precisamente porque en el balance de su acción, su legado es incompatible con los valores contemporáneos del Colegio y de la educación argentina. En efecto, la ley actual que rige a la educación argentina (la 26.206) establece como sus fines en su artículo 11, brindar una formación comprometida con los valores de “resolución pacífica de conflictos, respeto a los derechos humanos”, y “respeto a la diversidad cultural”, además de “asegurar a los pueblos indígenas el respeto a su lengua y a su identidad cultural”. ¿Es necesario insistir en que son incompatibles con los crímenes de lesa humanidad cometidos por el Ejército comandado por Roca?

Por eso proponemos la idea reparadora que consistiría en quitar su busto de la galería, así como el cuadro del Salón de Actos, y destinarlos al Museo Histórico del Colegio, con la correspondiente leyenda aclaratoria que explique los crímenes de lesa humanidad de Julio Argentino Roca.

 Esta propuesta ya cuenta con más de medio centenar de adhesiones, entre las cuales se pueden mencionar: Carina Aguirre, Laura Aguirre, Hugo Alem, Carina Amarillo, Ariel Avancini, Rolando Avancini, Mariano Barboza, Darío Baron, Milagros Basgall, Flavia Bernhardt, Jorge Bevacqua, Agustina Bianchi Peirán, Valentín Bisogni, Mario Bouvet, Diani Burlando, Esteban René Buzzo, Daniel Alberto Carbone, Leo Cisneros, Enrique De Michele, Julio Luis Doello, Gustavo Efron, Sara Elena Elizalde, María Enriqueta Etcheverry, Lucía Fernández, Luis Alberto Fernández, Estela Ferrari, Silvia Filippini, Marcos Fuentes, Claudio Galván, Darío Gianfelici, Agostina Godoy, María Alejandra Girod, Valeria Gómez Harman, Laura González Nissero, Julieta Grasso, Celia Grinman, María Laura Harispe, Víctor Hutt, Gastón Izaguirre, Ariel Jaskosky, Ivan Kap, Valeria Llobet, Pamela Luberiaga, Soraya Mangia, Marcia Mathey Doret, Natacha Matzkin, Tamara Matzkin, Alejo Miqueo, María Gabriela Mosqueira, Sebastián Ozdoba, Antonella Pacinelli, Pedro Parpagnoli, Pablo Pescio, Fernando Poerio, Roberto Rabello, María José Rampoldi, Daniel Rode, Leo Rojkys, Edgardo Javier Rossi, Carolina Sánchez, Marcos David Seyler, Sergio Sosa, Ignacio Néstor Vicente, Jorge Villanova, Eliana Vinzón, Alejandro Zeballos … (siguen las firmas, y se aceptan adhesiones ingresando al siguiente enlace de féisbuc: SOLO PARA EGRESADOS/AS DEL COLEGIO DEL URUGUAY)

Ojalá las autoridades del Colegio, encabezadas por su rector Ramón Cieri –a quien conozco desde la adolescencia y sé de sus convicciones humanistas– comprendan y tomen esta iniciativa.

Dos recortes del diario La Nación denuncian los “crímenes de lesa humanidad” del Ejército comandado por Julio Argentino, en forma contemporánea a los hechos (1879).

  1. Otras formas. Entre las figuras del pasado, como en la actualidad, hay de todo: gente de valía e irreprochable, y hay de las otras. ¿Por qué entonces la insistencia en revindicar a las más claramente inscriptas en la segunda tanda, en lugar de aquellas que ya en esos tiempos bregaron por otras formas de relacionamiento con los pueblos originarios? Para no hace demasiada extensa esta nota ya larguísima, menciono solo a tres de las más rutilantes:

- San Martín quien, como es sabido, tenía tal respeto por esos pueblos que les pidió autorización para atravesar sus territorios rumbo a Chile, se entrevistó con sus principales jefes y le obsequiaron un poncho maravilloso que aun hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional. Es conocida su célebre expresión “nuestros paisanos los indios”.

- Belgrano, quien dictó el Reglamento para los Naturales de Misiones del 30 de diciembre de 1810, reconociéndoles a los aborígenes plena libertad e igualdad, habilitándolos para todos los empleos y ordenando darles “gratuitamente las propiedades de las suertes de tierra que se les señalen en el pueblo y la campaña”. También es conocida su intención de proclamar un monarca indígena, convencido de que esa idea convocaría a sumar a todas las poblaciones aborígenes de la región.

- Artigas, cuya consideración sobre los pueblos originarios ameritaría un articulo entero. Pero sintetizando, vale recordar que escribió: “Es preciso que a los indios se los trate con más consideración, pues no es dable, cuando sostenemos nuestros derechos, excluirlos del que justamente les corresponde. Su ignorancia e incivilización no es un delito represible; ellos deben ser condolidos más bien de esta desgracia, pues no ignora V.S. quien ha sido su causante ¿y nosotros habremos de perpetuarla? (...) Yo deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden sus intereses como nosotros los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica y saldrán de aquel estado de aniquilamiento a que los sujeta la desgracia. Recordemos que ellos tienen el principal derecho, y que sería una desgracia vergonzosa para nosotros, mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser indianos”.

También se puede agregar a Mariano Moreno reclamando por la explotación a la que eran sometidos en Potosí, o señalar de qué manera se relacionaron los jesuitas con los guaraníes, o las primeras migraciones galesas en el sur con los pueblos originarios, y otros intentos no sanguinarios que pretendían “civilizarlos”, que contrasta de manera tajante con los crímenes de lesa humanidad de Julio Argentino Roca.

9.¿Genocidio? Sí, para la justicia fue genocidio. Se han realizado              investigaciones para establecer si la “Conquista del Desierto” constituyó un genocidio, y muchos especialistas han llegado a una respuesta afirmativa contundente (entre ellos Jens Anderson, Ward Churchill, Walter Delrio, Diana Lenton, Marcelo Musante, Felipe Pigna y Osvaldo Bayer).

 Entre los argumentos aparecen las intenciones declaradas de la “Campaña”: en el Congreso se hablaba literalmente de “exterminar a los indios salvajes y bárbaros de Pampa y Patagonia”.

Pero sobre todo se enumeran los métodos utilizados: ataques a tolderías con mujeres y niños solos, campos de concentración (Valcheta, Chichinales, Chimpay, Junín de los Andes y Martín García), traslados de los prisioneros caminando hasta Carmen de Patagones (en la desembocadura del río Negro), en donde los embarcaban a la isla Martín García.

Estos traslados podían ser de hasta mil kilómetros y exterminaron a miles de personas, ya que se mataba a los que no caminaban. Todo ello sin contar la cifra de muertos, sobre las que no hay estadísticas certeras pero se estiman en más de veinte mil.

Caricatura de Roca en Don Quijote (1884).

En enero de 2013 se conoció el fallo de la megacausa Harguindeguy, en el que el Tribunal Oral Federal 2 de Entre Ríos menciona que los hechos ocurrieron “en el marco del segundo genocidio nacional, ocurrido entre los años 1875 y 1983”. El Tribunal, integrado por los doctores Lilia Carnero, Roberto López Arango y Noemí Marta Berros, se refería así a la llamada “Campaña del Desierto” como el primer genocidio nacional. El fallo judicial cierra de esa manera la discusión teórica sobre si se trató o no de un genocidio.

10. Otra propuesta, y final. Un argumento (¿el más fuerte?) de quienes dicen que no fue un genocidio es que esa palabra surgió a mediados del siglo XX y constituye un anacronismo aplicarla a hechos sucedidos en el siglo anterior. El argumento es bastante pobre, porque lo verdaderamente anacrónico es querer justificar ahora un proceso histórico (y a sus responsables) cuando eran cuestionados éticamente en el mismo momento en que se producían, y calificados como “crímenes de lesa humanidad” ya en 1879.

Por todo eso no necesitamos una calle con el nombre de Julio Argentino Roca. Pero para concederle la razón en algo a Pepo Artusi, sí creo que podría haber una calle que se llame “Ley 1420 de educación común”. ¿Por qué no? Por ahí se podría usar para reemplazar alguno de esos otros nombres tan nefastos como el de Roca que tienen calle en Concepción del Uruguay. Queda hecha la propuesta.

 

 

 

 

 

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