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OPINIÓN

Gobernanza

"La legitimidad que otorga el ejercicio del poder implica también la responsabilidad de asumir que en los gobiernos no se debería 'mandar' sino conducir, con la necesidad de persuadir y 'dejar jirones' en la búsqueda constante de la construcción de consensos", opina el funcionario Juan Martín Garay en esta columna.

 

Por JUAN MARTÍN GARAY (*)

No es lo mismo la “política de la negociación” que la “negociación de la política” y tampoco es lo mismo ser un “animal político” que un “político animal”, por eso hay que ser lo suficientemente humilde y con la magnitud de la honestidad intelectual propia para dejar de lado las antinomias que separan y aíslan -postergando con ello el tratamiento y resolución de los reales problemas de la gente- para abocarnos de lleno con la mayor gobernanza posible hacia la resolución pacífica de los conflictos y controversias. Sobre todo dejando de lado los problemas políticos de la política.

El filósofo social Norberto Bobbio expresa que “en un universo político cada vez más complejo como el de las grandes sociedades y especialmente de las grandes sociedades democráticas, se hace cada vez más inadecuada la separación, excesivamente clara, entre dos únicas partes contrapuestas, y cada vez más insuficiente la visión dicotómica de la política. Sociedades democráticas son las que toleran o, mejor dicho, presuponen la existencia de muchos grupos de opinión y de intereses en competencia entre ellos; estos grupos a veces se contraponen, otras se sobreponen, en algunos casos se entrelazan para luego separarse, se acercan, se dan la espalda, como en un movimiento de danza (...) En un pluriverso como el de las grandes sociedades democráticas, donde las partes en juego son muchas, y tienen entre ellas convergencias y divergencias que hacen posibles las más variadas combinaciones de las unas con las otras, ya no se pueden plantear los problemas bajo la forma de antítesis”.

El Estado

En un Estado de derecho existen los denominados pesos y contrapesos, o también frenos y contrafrenos, sanos límites al ejercicio del poder otorgado. Vale decir, mecanismos correctores y sistemas de contrapoderes institucionales o sistemas de equilibrios de poderes, llamados controles y equilibrios. Estos son considerados actualmente los más básicos y mejores instrumentos necesarios para velar por un debido cuidado en la separación de poderes de un sistema republicano de gobierno. Parece obvio todo esto, una verdad de “perogrullo”, pero en realidad ello ha permitido que en sociedades “decanas” los sistemas de gobierno sigan una línea de estabilidad política y económica.

De estar a la altura de las circunstancias en nuestro país, esto que se menciona en el marco de una gobernanza plena, debería impedir que alguno de los tres poderes sobre las que adopta como forma de gobierno nuestra Constitución Nacional, adquiera una sobreviniente primacía sobre el resto. Algo más que importante si se lo piensa desde una visión de raigambre institucional.

Este proceso que se muestra conducente con compartir el poder de manera inevitable, es el deber ser de lo que muchas veces no es en nuestra vapuleada sociedad política. Algo que está latente producto de una crisis de representatividad aún no resuelta, porque “del dicho al hecho hay un largo trecho” y “mucho se ha dicho pero poco se ha hecho”. Pasamos del “que se vayan todos” a “no se fue nadie” o peor aún, “ya no hay más lugar”.

Heterarquía

El sociólogo Bob Jessop, entiende que la gobernanza “se define como heterarquía, es decir, interdependencia y coordinación negociada entre sistemas y organizaciones. Existen, pues, tres modos de regulación en una sociedad: jerárquico (por la autoridad), económico (por el mercado) y heterárquico (por redes autoorganizadas y asociaciones). Estos tres mecanismos coexisten siempre, pero en configuraciones variables. No obstante, lo que caracteriza a la sociedad actual es la extensión actual del mecanismo heterárquico, en detrimento de los otros dos, conduciendo, a su modo de ver, a una verdadera ruptura histórica en la forma de gobernar a la sociedad”. Con esto, Jessop pretende dar cuenta de las transformaciones recientes de la función del gobierno en un contexto complejo de globalización y relocalización, bajo una complejidad social, “descentramiento” de la política y pérdida del carácter "autosuficiente" del Estado.

Algo que está latente producto de una crisis de representatividad aún no resuelta, porque “del dicho al hecho hay un largo trecho” y “mucho se ha dicho pero poco se ha hecho”. Pasamos del “que se vayan todos” a “no se fue nadie” o peor aún, “ya no hay más lugar”.

Punto de inflexión

En la esfera pública hoy más que nunca es clave poder estar apoyado, como punto de inflexión, en el desarrollo de una “gobernanza” lo más plena posible. Donde calidad, eficacia y buenas prácticas logren estar presentes en ella, pudiendo llevarse adelante en comunidades que se realizan organizadamente. Porque la legitimidad que otorga el ejercicio del poder implica también la responsabilidad de asumir que en los gobiernos no se debería “mandar” sino conducir, con la necesidad de persuadir y “dejar jirones” en la búsqueda constante de la construcción de consensos. Esto no implica homogeneizar un gobierno, porque una cosa es la administración y otra el gobernar, algo que se presenta como todo un arte en sí mismo. Por eso las experiencias confrontativas nunca terminan siendo buenos consejeros para nadie, porque lo que realmente debe importarnos es la gente y no los problemas políticos de la política.

Las propias reglas de “gobernanza” entre las variadas opiniones de personas calificadas, obligan a tamizar y balancear la información para actuar de conformidad y con objetivos claros. Por eso la cultura del diálogo y el encuentro debe salir al paso de las nuevas realidades sociales del siglo 21 en el que vivimos. Porque desde el punto de vista etimológico el debate se presenta como un combate, una situación puntual donde alguien necesariamente debe ganar y otro perder, en cambio el diálogo es todo lo contrario, mediante éste el ganar o perder no es una resultante y se muestra como una sana práctica que se configura por una amalgama de opiniones disímiles que pueden ser motivadoras de un enriquecimiento intelectual superior y con resultados claramente positivos.

El mensaje

En “El Leviatán”, Thombas Hobbes nos dice que "el hombre es un lobo para el hombre" (Homo homini lupus), frase utilizada para referirse a que existe un estado natural del ser humano que lo lleva realizar una lucha constante contra su semejante. Por eso tengamos presente que en nuestras diversas realidades políticas a veces hay “lobos con piel de cordero” o “zorros cuidando el gallinero”, otras tantas se nos presentan “leones por corderos” y muchas veces nos ofrecen “palomas para gavilanes”:

El mensaje pedagógico de este accionar en su representación real resulta todo un desafío porque también sirve para contener expresiones no compartidas de formas, costumbres e ideologías. Claramente hay que ser cuidadosos en los modos y expresiones, pues no es lo mismo la “política de la negociación” que la “negociación de la política” y tampoco es lo mismo ser un “animal político” que un “político animal”. La Gobernanza será la clave para el tiempo que viene, ojalá sepamos estar a la altura de las circunstancias del momento histórico.

 

(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.-

 

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