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La infancia como destino

“Las infancias son cuando están sucediendo. Y ahí estamos nosotros, sin el manual que nos diga a qué edad hay que darle los celulares; qué efectos negativos puede traer aparejado que elijan su propia ropa o qué hacer con su cabello a los 5 años; si hay que disimular la alegría cuando vuelve de la escuela y te cuenta que opinó distinto que la seño; si mostrás u ocultás tu orgullo cuando te llaman del colegio para decirte que organizó un reclamo y logró que le den la pelota a las nenas en los recreos”. Una reflexión en las inmediaciones del Día de las Infancias.

 

Por VANESA LEOPARDO (Colaboración especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).

 

Se trata de madurar todo el tiempo hacia la infancia.

La categoría infancia resulta vacía si con ella solo se trata de nombrar las distintas experiencias que viven niños y niñas.

Es necesario pensar la infancia como una construcción social, esto significa que la materialidad de la existencia de cada niño o niña entra en una relación de ida y vuelta en la que: a eso que sucede en esas vidas le atribuimos significados.  Algunos significados predominan y circulan con cierto aval social, académico, jurídico, político. Y otros intentan aflorar, lográndolo a veces o -en ocasiones- siendo suprimidos.

Las infancias son cuando están sucediendo.

Lo cierto es que muchos discursos intentan aún anclar en la obediencia y la quietud justamente aquello que es todo lo contrario… Mucho se ha hablado del fin de la infancia, de niños “adultizados” (no sé si exista la palabra), híper estimulados, híper exigidos, sabelotodo, oposicionistas, desafiantes. Se les otorgan atributos que lejos están de generar ternura o deseos de protección.

No existe tal fin de la infancia. Lo que se va terminando, extinguiendo, caducando son los significados que a lo largo de la historia y a través de distintos discursos, políticas e instituciones han sostenido una niñez pasiva, quieta, obediente; una niñez sin voz ni voto, vacía de conocimientos, sentimientos y emociones. La niñez vista solo como el tránsito ineludible a la vida adulta –preferentemente productiva-.  Infancia como un no momento. El niño: un proyecto a futuro.

Hablar del fin de la infancia es hablar de la ruptura de sentidos que le fueron atribuidos y los modos de producir y gobernar sujetos infantiles. Por ello hoy, la infancia, lejos de no ser, nos interpela, nos convoca, nos muestra que las condiciones de construcción de subjetividad surgen también desde la resistencia, desde la posibilidad de generación de disrupciones en lo establecido. Lo que se nos aparece como necesario es la construcción de discursos que alojen esto y le den sentido.

No podemos anular el tiempo de la infancia, ni podemos decretar su fin solo porque la modalidad de relación interpersonal e intergeneracional de antaño no nos resulta. Tampoco podemos pretender que niños y niñas nos respeten porque somos adultos, más allá del tipo de adultos que seamos.

La infancia requiere vínculos de cuidado y protección, atención, escucha y cariño. No hay lazo de sangre ni figura de autoridad que conquiste a la infancia solo por ser lazo o figura. Felizmente, ya no funcionan algunos mandatos.

En este sentido, los adultos adolecemos de los vínculos de autoridad democráticos, si podemos concebirlos nos acomodamos como podemos; de lo contrario nunca nos acomodamos y la conducta más tranquilizadora es demonizar al otro. Tremendo. Las infancias no se reparan en la adultez, dejemos de pensar que esa etapa de la vida es prorrogable.

Las infancias son cuando están sucediendo. Y ahí estamos nosotros, sin el manual que nos diga a qué edad hay que darle los celulares; qué efectos negativos puede traer aparejado que elijan su propia ropa o qué hacer con su cabello a los 5 años; si hay que disimular la alegría cuando vuelve de la escuela y te cuenta que opinó distinto que la seño; si mostras u ocultas tu orgullo cuando te llaman del colegio para decirte que organizó un reclamo y logró que le den la pelota a las nenas en los recreos.

Nuevas infancias, con el arduo trabajo de lidiar con nosotros los adultos, con nuestras estructuras, lógicas y modalidades.

Infancias que piensan, que participan, que marchan, que acompañan a sus mamás a hacer denuncias. Infancias que consumen todo (productos, pantallas, juegos). Infancias que solo consumen el deseo de consumir. Nuevas experiencias infantiles.

Abandonemos la idea de vínculo armónico, la convivencia feliz involucra también confrontación. Adoptemos la idea de formas de autoridad amorosas y democráticas.  Asumamos la multiplicidad de infancias.

Tampoco podemos pretender que niños y niñas nos respeten porque somos adultos, más allá del tipo de adultos que seamos.

Dicen que debemos buscar al niño que llevamos dentro. Tal vez no. Tal vez no si para ese niño dos más dos siempre son cuatro. Tal vez se trate de ver a quienes tenemos delante. Arrodillarnos para poder mirarlos a los ojos, no desde arriba. Aunque ello nos genere preguntas, incomodidad, molestias. Arriesgarnos.

Puede que nos provoque volver a amarnos en la niñez. O puede que nos implique duelar la propia infancia…

 

Miramos el mundo una sola vez, en la infancia.

El resto es memoria.

 (Louise Glück)

(*) La autora de esta nota es licenciada en Trabajo Social egresada de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y magister en Salud Mental, egresada de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Docente e investigadora. Su correo electrónico es vleopardo@hotmail.com.

 

 

 

 

 

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