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VEINTE AÑOS DE EL MIÉRCOLES

Martín Fierro en Entre Ríos (2005)

El 9 de noviembre de 2005, la nota más importante de la tapa del semanario El Miércoles era la incógnita sobre dónde y cómo iba el dinero presupuestado en los presupuestos Municipales. También se anunciaba una de las entrevistas más importantes que ha hecho este medio, al gran Osvaldo Bayer, “concebido en Concepción”. También los futuros delegados ante la CARU tras la eyección de Alejandro Rojas y Darío Garín. En esa edición también se publicó este imperdible texto histórico sobre “Martín Fierro en Entre Ríos”, el que hoy nos ocupa y que no tuvo aviso en aquella primera página.

Los artículos principales de aquel número 188, 15 años atrás, eran un informe sobre cómo manejaba la gestión de Marcelo Bisogni el dinero de los vecinos, preguntándonos “Qué hacen con la plata”. También la entrevista a Bayer, donde el gran escritor, periodista y eterno rebelde contaba “anécdotas y recuerdos de un luchador incansable”. Asimismo, se destacaba el artículo sobre los probables nombramientos de Héctor Junco Retamal y de Horacio Melo como delegados ante la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) tras la destitución de Rojas y Garín, en medio y a raíz del conflicto por las papeleras en Fray Bentos. En este número, el Gringo Villanova nos contaba, con su ameno estilo, el derrotero en Entre Ríos del autor del ‘Martín Fierro’, José Hernández, también con profunda relación con caudillos de la ciudad. Lo publicamos en esta fecha, a pocos días de celebrarse el Día de la Tradición en el país, como una forma de homenaje también a Don Hernández.

Así, compartiendo con nuestros lectores algunas de las más relevantes notas publicadas durante dos décadas, celebramos los 20 años de Miércoles, que se cumplen en este 2020.

 

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Martín Fierro en Entre Ríos (2005)

El Gringo Villanova se puso a bucear, en esta víspera del Día de la Tradición, y recordó la notable presencia de José Hernández en estas tierras, olvidada o ninguneada –como toda su actuación política o periodística–. Aquí, el resultado.

 

POR JORGE GRINGO VILLANOVA

 

Pocos años atrás, firmas comerciales como «Daroca, Vico y Verón, consignatarios rurales de Gualeguaychú», al acercarse cada fin de año, regalaban almanaques con talonario. Cada día se arrancaba la hojita del anterior y al dorso se encontraban las estrofas del ‘Martín Fierro’. Con el tiempo, los versos hernandianos fueron reemplazados por pensamientos de autores universales. Entonces, las sentencias fueron de Séneca, La Rochefocauld, Cicerón o de Proverbio Anónimo.

Se mantenía la información básica: ‘sol sale 6.48 – entra 19.03’, y el 10 de noviembre señalaba Día de la Tradición, pero nuestro clásico versículo desaparecía. En los tiempos que corren, aquellos almanaques –que ya nadie regala– seguramente resaltarían Halloween, la llegada del Mayflower o adelantarían unos cinco días nuestro Independence Day.

Pero, por aquel entonces, los chicos se iniciaban a José Hernández por medio de aquellas hojitas de talonario (1), en las escuelas se lo homenajeaba bailando un gato o el pericón y entonando algunos de sus versos. En las ciudades se disfrazaban de gauchitos, y no de calabazas. En el campo no se disfrazaban, se vestían como todos los días, con la diferencia de que las bombachas y el sombrero eran la ropa de salir, que orondos lucían los fines de semana en los campos de jineteadas, aplaudiendo a la Tula Rougier o al Manco Hilacha cuando doblegaban algún cimarrón.

De Pavón sale ileso, también de la cacería que lleva a cabo el colorado mitrista Venancio Flores en Cañada de Gómez, pero no Rafael, su hermano menor, al que un chuzazo casi le cuesta una pata.

De Hernández únicamente se sabía que era poeta. Lo de periodista y político sólo era una línea. Y es muy llamativo –o no–, porque ambas actividades también las desarrolló en Entre Ríos de manera influyente y notable. Mucho tiene que ver el pertenecer a una provincia urquicista. Complicado sería explicarle a un paisanito de nueve o diez años que el Poeta de la Patria aplaudió la muerte de nuestro máximo caudillo y acusó de asesino al Padre del Aula, Sarmiento Inmortal. Un gurí perspicaz razonaría «¿Así que si yo no falto nunca a la escuela me convertiré en un matador de gauchos?». El silogismo es falso, pero ¿cómo expresarle a un chico que concurre a la Escuela Nº 39 José G. Artigas, de Colonia Sesteada, que sus padres lo único que tienen de humano es la sangre y que sólo sirve para regar campos, así que mejor no economizarla?

Don José fue porteño y, a diferencia de su gaucho, pudo elegir su destino. Descendiente de los Pueyrredón, peleó como unitario en 1854 contra el movimiento de Jerónimo Costa, en el Tala, bajo las órdenes del general Hornos. Después se hizo federal. Para 1857 abandona la adhesión al gobierno liberal porteño y pasa al campo de la Confederación. O estaba equivocado o desaprendió. «Yo nunca tuve otra escuela/ que una vida desgraciada/ no estrañen si en la jugada/ alguna vez me equivoco,/ pues debe saber muy poco/ aquel que no aprendió nada».

Fierro no tuvo esa alternativa, simplemente tuvo que huir con Cruz a las tolderías cuando se disgració. Qué otra cosa podía hacer «un gaucho perseguido,/ que padre y marido ha sido,/ empeñoso y diligente,/ y sin embargo la gente,/ lo tiene por un bandido».

Poco a poco Paraná se transforma en la capital de la diáspora para los federales porteños que emigran porque –dice– «ya no se puede vivir en Buenos Aires habiendo hecho profesión de fe nacionalista» (2). Toma las armas en Cepeda y en Pavón, ahora del otro lado, porque está convencido que «la Integridad Nacional es la idea, y caiga quien caiga, debe realizarse». Urquiza es el hombre para llevarla a cabo.

De Pavón sale ileso, también de la cacería que lleva a cabo el colorado mitrista Venancio Flores en Cañada de Gómez, pero no Rafael, su hermano menor, al que un chuzazo casi le cuesta una pata.

Urquiza reintegra el territorio de Paraná a la provincia de Entre Ríos. Y el vicepresidente a cargo, Pedernera, expide un decreto «declarando en receso el Ejecutivo Nacional». Es el fin de la Confederación. «¡Como le tiembla la mano al secretario privado del vicepresidente mientras escribe este decreto, que quizás él mismo redacta obedeciendo la orden de su superior!» (3).

Federal y de los duros, intransigente, se diría hoy, que, como otros, comienza a separarse del general. Para colmo, el Chacho es decapitado el 12 de noviembre de 1863 por los generales pacificadores de Mitre. Y Urquiza que no reacciona, ¿Qué le pasa?, se pregunta. «Que se descuide, que siga entregado con confianza a los salvajes unitarios y verán si ellos se han de olvidar nunca de quién es». El Argentino, de Paraná, es su tribuna. Allí publica Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza cuando la sangre del montonero aún está caliente. «La historia tiene para el general Peñaloza el lugar que debe ocupar el caudillo más prestigioso y más humano y el guerrero más infatigable. El asesinato del general Peñaloza es obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy» (4).

Es, a su vez, el más duro alegato contra «el partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso», y que ahora «tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes» (5).

Es José Hernández quien cuenta que, en el acuerdo de Las Banderitas, se produce el frustrado intercambio de prisioneros. Peñaloza entrega los suyos, «ellos dirán si los he tratado bien, ya ven que ni siquiera les falta un botón de la camisa», después preguntó: «Y bien ¿dónde están los míos? ¿Será cierto lo que se me ha dicho? ¿Será verdad que todos han sido fusilados? ¿Cómo es, entonces, que yo soy el bandido el salteador y ustedes los hombres de orden y de principios?» (6).

 

Paysandú

En 1864 Hernández está en Nogoyá trabajando en la Reforma de la Constitución. En pleno bombardeo a Paysandú, se traslada a Concepción del Uruguay. Su intención es sumarse a los defensores, como ya lo hiciera su hermano. Arriba cuando la tragedia está a punto de consumarse. «Sale luego a la calle, y cuando cruza la plaza, se encuentra con su amigo el poeta Carlos Guido Spano, que está también en Concepción del Uruguay en procura de la oportunidad de llegar a la ciudad sitiada. Un fuerte y cariñoso abrazo une los pechos de los dos hombres, y luego, alborozados y felices, se dirigen al hotel donde se hospeda Guido Spano, para combinar la forma de llegar a Paysandú burlando el bloqueo» (7).

«Urquiza era el gobernador tirano del Entre Ríos, pero era, más que todo, el jefe traidor del gran partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras veces sacrificado y vendido por él»

Sólo podrá hacerlo cuando Victorica cumpla con la misión encomendada por Urquiza de reclamar por los sobrevivientes. A la lista original, Victorica agrega el nombre de Rafael Hernández, el joven capitán que estuvo desde el primer día junto a Don Leandro Gómez. José, que «va sombrío y con el alma enlutada, pues, con motivo supone que su hermano ha sido fusilado, oye que alguien nombra al capitán Rafael Hernández» (8).

Está en la isla Caridad. Durante los primeros días del bombardeo fue herido, por lo que fue obligado a dejar la ciudad disfrazado de gaucho o de vasco changador. Así se lo contaba a su amigo Demetrio Erausquin: «No le he escrito antes porque me es imposible a causa de una herida que recibí el día 6 y que me ha tenido y me tiene aún en cama. Por fortuna, no es de consecuencias serias, puesto que ya estoy mejor. Fue una bala de cañón que me llevó parte de la pantorrilla derecha (la renga), pero sin afectar el hueso, por cuya razón creo estar en pie antes de 15 ó 20 días. Es lo que llama el Mariscal Simón una ‘herida blanca’ y que yo llamaré ‘herida de lujo’ por ser más original» (9).

 

López Jordán

El 11 de abril de 1870 Urquiza es asesinado. Ricardo López Jordán es designado gobernador. Sarmiento interviene la provincia. Evaristo Carriego, Francisco Fernández, Alberto Larroque, el cura Ereño se suman al jordanismo. Hernández clausura El Río de la Plata y se traslada a Entre Ríos: «No queremos asistir en la prensa al espectáculo de sangre que va a darse a la República» (10), escribe, y se convierte en pluma y espada del caudillo: «Urquiza era el gobernador tirano del Entre Ríos, pero era, más que todo, el jefe traidor del gran partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras veces sacrificado y vendido por él» (11). La derrota en Ñaembé lo obliga al exilio en Livramento junto a López Jordán. El nuevo gobernador Echagüe busca un acercamiento y los jordanistas proponen a Hernández para un ministerio. Es demasiado frontal para ocupar el cargo y Echagüe lo rechaza.

Dibujo de Alberto Breccia.

En enero de 1873 aparece el ‘Martín Fierro’. «Le he puesto el nombre de Martín Fierro en homenaje a Güemes y porque de fierro es el temple del alma del hijo de la pampa» (12).

Nuevamente se compromete con López Jordán, quien pasa la frontera y ocupa varias ciudades. Sarmiento envía al congreso un proyecto de ley ofreciendo cien mil pesos por la cabeza del caudillo. No hacía falta, la caballería federal era ya anacrónica frente a los cañones Krupp y los fusiles Remington. En Don Gonzalo, el 9 de diciembre, se produce la derrota federal. Hernández, en sus enfrentamientos con Sarmiento, recordará el episodio: «Entre la conducta de un ciudadano que se mezcla en una revolución sin mancharse en ella y la del primer magistrado que dio ante la República y ante el mundo el escándalo de ofrecer cien mil patacones por la cabeza del jefe revolucionario, hay una diferencia fácil de medir» (13).

Habrá un tercer intento jordanista -ya absolutamente inútil- de recuperar el poder. El historiador Aníbal Vásquez publicará un manifiesto redactado por Hernández, a pedido de López Jordán, destinado al gobierno de Río Grande, que nunca se enviará. «Es infame», dicen Calvetti y Aragón, «ante él entornan piadosamente los ojos los biógrafos de José Hernández. Es infame» (14). Pide ayuda al Brasil y propone la separación de Buenos Aires: «Las trece provincias de la antigua Confederación deben reorganizar su gobierno propio, que no solo dirija su marcha y su régimen interno, sino que tenga su representación legítima en el exterior y sea el verdadero gobierno de la Nación» (15).

En pleno bombardeo a Paysandú, se traslada a Concepción del Uruguay. Su intención es sumarse a los defensores, como ya lo hiciera su hermano. Arriba cuando la tragedia está a punto de consumarse.

Aníbal Vásquez, en su análisis, dirá: «Ni por casualidad se habla más del asunto, lo que prueba que no fue formalizado, que se desistió de él. Que el Memorándum de José Hernández lo enterró definitivamente, para bien de todos. Lo indudable sería que estos hombres, proscriptos, perseguidos... atormentados por el amor a la Patria, divagaran persiguiendo un ideal imposible» (16).

Aquí se separará del entrerriano. Regresará a Buenos Aires, donde continuará publicando. Tendrá polémicas con Sarmiento y Mitre («un cometa de sangre, un flagelo desvastador, un elemento de corrupción y de desquicio» (17)), a los que no perdonará su política centralista. Será diputado y senador por el autonomismo. Se integrará al sistema. «Ocupará altas posiciones y no cederá a la tentación de enriquecerse ilícitamente como otros que se hallarán a su lado» (18).

«Atiendan pues los oyentes/ y callensé los mirones/ a todos pido perdones,/ pues a la vista resalta/ que no está libre de falta/ quien no está de tentaciones».

Hernández tendrá el honor de que en las pulperías los pedidos de mercaderías lo incluyan: «12 gruesas de fósforos, 1 barrica de cerveza, 12 vueltas de Martín Fierro, 100 cajas de sardinas» (19). Olegario V. Andrade será el poeta exquisito de la provincia, el de ‘Prometeo’, el de ‘Nido de cóndores’. Lo mismo sucederá con Guido y Spano en Buenos Aires. Serán eternamente poetas, aislados de su tiempo y sin compromisos políticos y sociales, relegados al limbo de las cátedras literarias y excluidos de las históricas. A otros combativos periodistas entrerrianos, como Evaristo Carriego, Juan Mantero, Anastasio Cardassy o Francisco F. Fernández ni siquiera les tocó esa suerte: serán completamente olvidados. «Es la memoria un gran don,/ calidá muy meritoria;/ y aquellos que en esta historia/ sospechen que les doy palo,/ sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria».

 

Citas y Fuentes

Roque Aragón – Jorge Calvetti, ‘Genio y figura de José Hernández’, Eudeba, 1972

Fermín Chávez, ‘La vuelta de José Hernández’, Theoría, Buenos Aires, 1973

Pedro De Paoli, ‘Los Motivos Del Martín Fierro’, Ciordia & Rodríguez, Buenos Aires, 1949

Norberto Galasso, ‘Atahualpa Yupanqui, el canto de la patria profunda’, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1992.

Ricardo Güiraldes, ‘Así pensó... José Hernández’ (selección de textos), Mapu-Shradda, El Bolsón, Río Negro, 1996

José Hernández, ‘Martín Fierro’, Kapeluz, 1965

Jorge Newton, ‘Ricardo López Jordán’, Plus Ultra, 1974

Jorge Ramos, ‘Del Patriciado a la Oligarquía’, Plus Ultra, 1976

1- Cuenta Atahualpa Yupanqui que en su infancia “la yerba se compraba por barril de cinco kilos. Y por cada barril que usted compraba el almacenero le daba un ejemplar del Martín Fierro. Era de papel de estraza, tal vez no completo. En mi casa había tres o cuatro y así en toda la pampa... Y el paisanaje se lo aprendía, por lo menos sabía de memoria muchos refranes...”. En Norberto Galasso, ‘Atahualpa Yupanqui...’, Ed. Del Pensamiento Nacional, 1992.

2- Chávez, P.9.

3- De Paoli, P.138.

4- Chávez, P.188.

5- Chávez, P.190.

6- Chávez, P.214.

7- De Paoli, P.171.

8- De Paoli, P.174.

9- Chávez, P. 59.

10- Chávez, P.80.

11- Aragón, P.71.

12- Ramos, P.91.

13- Aragón, P.125.

14- Aragón, P.118.

15- Aragón, P.121.

16- Newton, P.162.

17- Chávez, P 95.

18- Aragón, P 131.

19- Ramos, P.90.

 

 

 

 

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