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“Si tenía algo para decir, lo decía”

La mamá de Claudio Pocho Lepratti tiene las manos curtidas por el trabajo, una mirada dulcísima y un hablar parco y sencillo. Ninguna estridencia, ningún énfasis en su voz calma cuando rememora a su hijo, a casi 13 años de su trágica partida: el dolor se transforma en silencio y en lágrimas que se agolpan en sus ojos. Pero el recuerdo también trasmuta en sonrisa cuando narra una anécdota, en ese breve momento en que la picardía gana su rostro en la remembranza de un episodio que la regocija. En su casa en Colonia Los Ceibos, la zona rural en la que nació y se crió Claudio, donde aun reside esta familia de pequeños productores agropecuarios, en una calurosa mañana primaveral, en compañía de su hijo Martín –uno de los cinco hermanos de Pocho–, Dalis Bel de Lepratti nos recibe para conversar.

 

 Dalis Bel de Lepratti-2

Por JORGE VILLANOVA y AMÉRICO SCHVARTZMAN de la redacción de EL MIÉRCOLES DIGITAL

 

Especial para la revista Aniversario de la Biblioteca Pocho Lepratti (Rosario)

 

. . .

 

–A fines de este año se cumplen 13 años del asesinato de Pocho. ¿Hay un momento en que el dolor se va?

 

No. El dolor está siempre, a una le parece que no, pero está siempre.

 

Como lo hará tras cada respuesta, Dalis se detiene y sus ojos quedan mirando a un horizonte que está mucho más allá de las paredes de la casa, en las que la presencia de Pocho es insoslayable: por acá, el célebre dibujo de El Tomi que muestra a Pocho sobre su bicicleta; más allá, un diploma de la Federación Universitaria de Rosario, sesionando bajo la presidencia simbólica de Claudio Lepratti; al lado, un poster de la CTA y los “Chicos del Pueblo” con una inmensa foto del Mártir de Ludueña; enfrente, la caricatura autoría del fallecido artesano y artista uruguayense Juan Carlos Sito. ¿Qué escenas, qué imágenes, qué símbolos pasan por su mente en estos instantes? De pronto retoma la palabra.

 

Lo que más me llama la atención es como se acuerda la gente de Claudio. Todo lo que se ha hecho en estos años en su nombre. Tantas cosas que se inauguraron con su nombre, lo que es un orgullo.

 

–Hasta una escuela aquí en Concepción del Uruguay, la 15, que por elección de sus alumnos y docentes, se llama “Claudio Pocho Lepratti”

 

Sí. Esa todavía no la inauguraron. Hace poco se inauguró una sede de ATE en Apóstoles, en Misiones. Yo no fui, pero fueron Laura y Celeste (las dos hermanas de Claudio). No siempre se puede ir. Un compañero de él, del noviciado, pidió ponerle su nombre. Les contó la historia y aceptaron.  Y siempre son cosas importantes: escuelas, jardines, bibliotecas, centros culturales.

 

–Que sea particularmente en instituciones vinculadas a la educación popular, lo hace más cercano al espíritu de Pocho ¿no?

 

Sí, sí. Ya debe haber tres o cuatro escuelas, cinco tal vez. Hace poco en Santa Fe se inauguró una. La escuela de la cárcel de Campana tiene su nombre. Los mismos internos lo eligieron, por votación.

 

. . .

 

“¿Caliento más agua o teneś”, pregunta Dalis en medio del diálogo. También da noticias de algunos de sus otros hijos. Uno de los “preguntones” es casi de la familia y oriundo de la zona, así que además de responder el cuestionario, Dalis siente que debe contar en qué andan sus hijos Camilo o Laura, o cómo se portan los nietos. O la historia de esa araucaria y esa palma, cuyas semillas le regaló Claudio más de dos décadas atrás. “Trajo las semillas en uno de sus viajes, siendo un adolescente todavía. Y mirá cómo están de grandes y lindos”. Lo cotidiano se llena de magia, como en la canción de Peteco.

 

–Siempre me llamó la atención, nos lo contaba Orlando, el hecho de que ustedes no estaban al tanto de la actividad que realizaba.

 

Sí. Él a veces contaba algo, o traía la revista El Ángel de Lata. Él siempre decía “nosotros”, y yo pensaba ¿quién más estará atrás de esto? Porque siempre decía “nosotros”, nunca decía “yo”. Y también traía algunos chicos de allá a pasear. Por ejemplo Varón, entre tantos, que era chiquito. Y Varón ya tiene una hija que va a cumplir 16, una niñita, Julieta.

 

–¿Recuerda cómo fue el momento en que se enteró, aquel diciembre de 2001?

 

Recuerdo que hacía muchísimo calor. Íbamos afuera con Celeste, sonó el teléfono y atendió Osvaldo. A mí me pareció que había pasado algo, pero pensé en Camilo que estaba en Paraná. Y Osvaldo viene y dice ‘lo mataron a Claudio’. Fuimos a buscarlo a Orlando que se estaba afeitando, y le dije, poné las cosas en el bolso, yo te busco el documento y te vas. Se fue con Laura, que estaba en Uruguay (por Concepción del Uruguay), los llevó Laureano, un sobrino. Nosotros esperábamos, no había noticias, nada. De vez en cuando me llamaba Laura. Cuando ellos llegaron lo querían velar en la Sagrada Familia, en el barrio Ludueña. Tardaron como dos días en volver. Cuando los traían contaban que en Santa Fe había más de mil personas esperándolos, para hacerle un homenaje en la ruta. En esos días él había conseguido abrir comedores, porque los chicos tenían mucha hambre. De a poco fuimos conociendo, sabiendo lo que él hacía.

 

–Hasta ese momento ustedes no tenían dimensión de todo su trabajo social.

 

No. Nos fuimos enterando por la gente que se fue acercando. Más por los chicos y algún amigo.

 

–Las madres en general tienen una fortaleza mayor que los padres, pero en este caso hubo un vuelco de toda la familia. Con Orlando involucrado y luego con la despedida del propio Orlando, con ese nuevo dolor.

 

Sí. Pero no se compara un dolor con otro. Lo de un hijo es mucho más fuerte, es realmente como si te arrancan una parte. Los padres deben irse primero.

 

. . .

 

Cada vez que Dalis dice “Uruguay” se refiere (como todo el mundo en estos pagos) a la ciudad de Concepción del Uruguay, y no al país vecino. En su casa, a unos 15 kilómetros de “Uruguay”, Dalis convive con tres de sus hijos, Osvaldo –presidente de la Junta de Gobierno de Colonia Los Ceibos–, Martín –y sus dos hijos– y Laura, docente. Laura tiene su casa en Concepción, “pero después de lo del papá se vino a vivir con nosotros. Comemos juntos, salvo Osvaldo, que hace el tambo y sale corriendo, él come más tarde”. Todos los Lepratti son más bien parcos. Amables, serviciales, pero de pocas palabras. Dalis sonríe y cuenta que Pocho era así, que “cuando tenía algo para decir lo decía, pero no hablaba mucho”. Define, de paso, una característica familiar.

 

–En esos momentos en que están juntos, en el almuerzo, toda la familia ¿hablan sobre Claudio, o ya es parte…?

 

–¿Del pasado? ¡No!

 

–No, no del pasado, sino de esa cotidianeidad que hace que no se lo mencione. ¿O aparece un ejercicio de pensar “Qué diría Claudio” sobre algo que sucede, una noticia por ejemplo?

 

Yo lo pienso más que lo que digo. Con Laura a veces hablamos. Y Osvaldo es muy callado. Mi papá era así. Pero Orlando no, él era de hablar mucho. Y también Orlando les sirvió de ejemplo, porque él era de ayudar mucho. Él había comprado un tractor y se lo venían a pedir. El abuelo rezongaba ‘Por qué no se compran uno’. ¡El tractor del pueblo, era! En ese tiempo no había caminos, no había nada. Ahora está la ruta. Acá enfrente, en la misma época que lo matan a Claudio, pusieron un cartel que decía ‘Pare’. Ahora no se ve mucho por los árboles. Pero yo lo veía y me parecía que era él, que se bajaba y que venía. Siempre me parecía eso. Que venía, que se tiraba de un camión, de un colectivo. Porque él venía dos o tres veces al año. Como podía, pero venía.

 

¿Qué pasó con el cantero que decía “Vive”?

No lo pude seguir, se secó  y no está más. Pero por ahí lo vuelvo a hacer todavía que es temprano y no hace tanto calor. Laura me decía que en vez de romerillo, como era, lo haga con flores. Diez años estuvo por lo menos el cantero.

 

–Fue la tapa del libro de Hernán López Echague, Tierramemoria, ¿no?

 

–Sí. En ese momento era lino rojo. Después fue romerillo, porque el lino florece una vez al año y después se seca.

 

. . .

 

 

La familia de los Lepratti-Bel está cruzada por simbolismos relevantes para la historia argentina reciente: Dalis es prima hermana de Elvio Ángel Bel, militante comunista desaparecido en Trelew en noviembre de 1976, fundador del primer sindicato docente en aquella región. Dalis es la esposa de Orlando, peronista y cooperativista, impulsor de las Ligas Agrarias en la zona, solidario como pocos, futbolero como nadie, a quien sus amigos llamaban “Sasía” por su parecido con el futbolista uruguayo. Dalis es, claro, la madre de Claudio, el militante social cuyo martirio en 2001 lo transformó en alguien que no para de nacer. Pero Dalis nunca le dio mucha bola a la política: eso era cosa de los hombres de la familia. En cambio, la Iglesia sí era parte de la tradición materna: tres tías de Dalis eran monjas. El cruce de esas múltiples determinaciones dieron en Claudio un vértice, un punto de llegada que no deja de apasionar a quien se adentra en la historia de esta singular familia.

 

–¿Qué recuerdos tiene de Elvio Bel?

 

Somos primos hermanos. Cuando era chiquito se venía de Villa Mantero a caballo, ellos vivían en Mantero y se venía a caballo hasta mi casa. A Elvio lo mataron. Hace poco estuvo una hermana suya por acá, hacía mucho no la veíamos. Él se llevó a toda la familia al sur, los padres, los hermanos, a todos.

 

–Antes de que pasara todo esto, la muerte de Claudio primero, y la búsqueda de justicia después, ¿cómo era su vida cotidiana en relación con la política?

 

Ninguna, nada, con la política nada. Solo lo que escuchaba. Pero Orlando sí, él siempre estaba al tanto. Y ahora Osvaldo también. Y Claudio. Ah sí, Claudio siempre se interesó. Desde chico. Se escapaba del colegio y no lo encontraban: se iba a Herrera a hablar con el Turco Félix (un dirigente peronista de esa pequeña ciudad). Y era chico, tendría 15 años. Pero le encantaba leer.

 

–Si ustedes no sabían en qué andaba, menos aun la gente de la colonia. ¿Cómo cree que ven a Claudio?

 

Él se fue de chico y casi ni lo conocieron. Algunos seguramente pensaron “¿qué habrá hecho?”. Pero muchos se siguen acercando y preguntan por su vida. Casi siempre es así.

 

–Dalis, ¿y su mirada sobre la Iglesia, se modificó en algo? Ustedes siempre fueron una familia religiosa.

 

Más nosotros los Bel, y no tanto los Lepratti. En mi familia había sacerdotes, monjas. Tres hermanas de mamá eran monjas. Ellas estaban encantadas, porque Claudio cuando iba a Rosario pasaba por Paraná y lo recibían muy bien.

 

–¿Cree que eso influyó en la decisión de Claudio de ser sacerdote?

 

No creo, porque ya nos veíamos muy poco. Claudio hizo el primer año de secundaria en Herrera. Había estado enfermo y mi hermano que era el padrino me dijo “Por qué no lo mandás a estudiar a este chico, no va a poder trabajar en el campo”, y lo llevó con él, pero nos quedaba a trasmano. Teníamos que llevarlo a Concepción del Uruguay para que después vaya a Herrera y a veces no lo podíamos llevar. Y otro hermano mío ya tenía un chico en el Colegio Don Bosco (en Concepción del Uruguay), así que lo anotamos ahí. De ahí, pienso yo, le vino la vocación. Enseguida participó de los grupos, como los de oración, de juegos, se quedaba con los chicos. Terminó el secundario a los 17. A los 20 años se fue. Se anotó en la UNL para estudiar libre abogacía en Santa Fe. Y empezó a estudiar, rindió algunas materias. Pero después yo lo encontraba en la cama mirando el techo, y nada. Terminó dejando.

 

–¿Hablaba de esas cosas con él?

 

No hablábamos mucho con él, pero cuando él tenía algo que decir, lo decía. Un día estábamos con Martín atrás, dándole de comer a los patos. Claudio había dejado Derecho. Y se iba todos los días, salía. Yo le dije: “Mirá que si no querés estudiar, vas a tener que trabajar”. Contestó que sí. Pero echó comida volando en las tolvas y se fue. “Me voy porque hoy viene el padre director, de los salesianos”. Y ese día a mí algo me daba vueltas por la cabeza, porque él hablaba de que seis chicos se iban a ir al seminario y una chica de monja. Nunca me dijo que era él, siempre hablaba como que eran otros, a mí no se me ocurrió pensar que era él. Y al otro día, que estábamos con los patos, yo escuché una voz que me dijo “Claudio viene a decirte que va a entrar al seminario”. Estoy loca pensé. Y él viene con un papelito: ‘Mamá, esto es lo que preciso para entrar al seminario’. Y fue así, de golpe.

 

–¿Y cuando dejó el seminario?

 

Al principio estaba contento, pero después empezó a decir que iba a salirse. Le dijimos que haga lo que le parezca. “Lo que pasa es que yo quiero ir a los barrios”, dijo. “Solo nos llevan los domingos a Ludueña y otros barrios pero no entre semana. Y hay otras cosas que yo quiero hacer y no me dan permiso”, decía. Pero no me dijo qué. Nunca dijo cuáles eran esas otras cosas. Igual, él acá sabía que tenía las puertas abiertas para volver cuando quisiera.

 

–Es como que se tomaba su tiempo para las decisiones, pero cuando lo hacía no tenía vuelta atrás.

 

Así era, si decía basta, era basta. Pero no tenía maldad para nadie. No hablaba mal de nadie.

Dalis Bel de Lepratti

. . .

Antes de la tragedia, Dalis jamás pensó que por su vida pasarían personalidades como León Gieco, o que conocería a dirigentes como Víctor de Gennaro o Hermes Binner. Esas imágenes integran lo cotidiano en su vida, a partir de lo extraordinario: las tres décadas y media del paso de su hijo Claudio por este mundo. En su relato de esos encuentros no hay una especial emoción, pero sí un reconocimiento que –se nota– la reconforta. Gente importante valora mucho a su hijo. Pero en lo que sí pone mucho énfasis es en la valoración de la gente sencilla, de aquellas “hormigas” a las que les dedicó su tiempo. Y esos son, dice Dalis, “parte de la familia”.

 

–Usted decía que antes no le daba importancia a lo político. Pero en un sentido cotidiano ¿fue cambiando su posición? Por ejemplo ¿le sucede pensar que diría Pocho ante tal noticia?

 

Y sí, claro. Al principio recuerdo que Víctor de Gennaro lo llamaba a Orlando. Una de las últimas cosas que hablamos de política con Claudio, estando en Brasil, fue que Lula les dijo “un tipo como ése tiene que ser el presidente de ustedes”, por Víctor. Bueno, ahora es candidato ¿no? Lo mismo que cuando Hermes Binner vino al velorio de Orlando. Todo eso fue por Claudio. Nos acompañó, y eso es importante para nosotros.  Yo se lo dije cuando me llamó el otro día, que anduvo por acá, por la zona.

 

–Son gestos lindos, como el de León.

 

Ah sí, hasta hoy. León va a cantar a Cosquín y se acuerda de Claudio. Hace dos o tres años, en Rosario, mientras León cantaba, un grupo de chicos hicieron un cuadro, una pintura, y estuvieron la mujer y la hija de León. Y ahora con el aniversario de las Bibliotecas Populares, en el canal del gobierno, en el Fútbol para Todos, he visto dos veces que pasaron la Biblioteca Pocho Lepratti, la imagen de él con la bicicleta, eso también reconforta, si bien no es por él, una siente que se acuerdan todavía. Y acá está el grupo también, la Agrupación Popular, la Pocho. Y las canciones. Claudio tiene más de 20 canciones, algunas muy lindas. El Pancho también le escribió una canción muy linda, La bici de Pocho. Hasta hay una en Italia. También están los pintores de Rosario, que andan para todos lados. En Bolivia fueron a pintar un mural del Che y agregaron algo de Claudio, aquí estuvieron en Agmer, y luego hicieron un mural en calle Galarza, muy lindo.

 

–¿Sigue teniendo relación con los gurises que estaban en los grupos de Claudio?

 

Sí, sí. Cuando vino a cantar el Indio Solari a Gualeguaychú, dos chicos de Rosario vinieron para acá. Lucas y Milton. Avisaron que venían. Llegaron el sábado a la noche, como a la una. Una alegría, porque parecen parte de la familia. Ya tienen alrededor de 30, 35 años, ya tienen familia, su trabajo, también eso es enseñanza de Pocho.

 

. . .

 

¿Hay un Claudio todavía desconocido, diferente al de la canción de Gieco, al Pocho mítico, leyenda, que rescata chicos de la calle, que promueve grupos, murguitas, talleres; que enseña oficios y palabras? ¿Hay otro Claudio que atesora su mamá Dalis, otro Pocho que no se esparció por cada barrio, cada calle, cada escuela del país? ¿Hay un Claudio que solo su mamá conoce? ¿O la transparencia de Pocho es idéntica a su leyenda? Por caso ¿qué diría Claudio del Papa Bergoglio, por ejemplo? ¿Tendría alguna expectativa con ese hombre contradictorio que como cardenal calificó al matrimonio igualitario como un “Plan del Diablo” y como papa dio una vuelta de página en la historia de la Iglesia al decir con sencillez “¿quién soy yo para condenar a una persona por ser gay”?

 

–¿Qué recuerdos tiene de Claudio en relación con su personalidad? ¿Cómo era de gurí? Era otro mundo, ¿cuáles eran sus diversiones?

 

Orlando lo llevaba al fútbol, y más grandecito también. Jugaba con amigos, en las fiestas de las escuelas. Eso le gustaba. Hablo de los 12 o 14 años. Me acuerdo que él iba a Don Bosco cuando vino el Papa (Wojtila), y fue una delegación y él quiso ir. Fue en el 82, a Buenos Aires, cuando las Malvinas. Me acuerdo que yo le dije, contenta, ‘¡Tomaron las Malvinas!’, y era una alegría, porque era lindo escuchar que ahora sí eran nuestras. Y él estaba en la pieza, escuchando una radio uruguaya, Carbe o Colonia. Estaban con Osvaldo, los dos escuchando. Y me dijo: ‘No mamá, no es así. Eso dicen, pero no es así’. Dieciséis años tenía.

 

–Ya tenía una mirada crítica.

 

Sí.

 

–¿Y de gurí era así también? Usted dijo que cuando Claudio tenía algo que decir lo decía, ¿recuerda alguna vez que se haya enojado por algo?

 

–Sí. Una vez estaba acá, y Orlando me había traído dos cajones de frutas. Tiempos bravos. Frutas feas, de descarte. Y yo seleccionaba. Algunas no eran tan feas, algunas servían.  Y Claudio, que tenía 14 o 15 años, estaba parado en esa puerta y dijo: “Mamá, vos no podés darnos eso de comer a nosotros. Hay que tener dignidad y comer, pero comer bien”. “Pero yo voy a hacer compota y la voy a cocinar”. “Ni así” dijo. “Ni así”. Y tenía razón.

 

. . .

 

Cuando él le mencionó que había cosas que no le gustaban, ¿a usted se le cruzó por la cabeza que podía ser que estuviese enamorado de una chica y esa podía ser una de las razones por la que no quería continuar?

 

–No, nunca. El tenía muchas amigas, pero solo eso, una amistad. Después encontramos las cartas. Le gustaba salir a bailar, pero no le conocí novia. Había uno que quería escribir un libro y decía que quería conocer las novias, y no había nada.

 

–Toda su pasión la tenía volcada a lo social.

 

–Me parece que sí. Un profesor que tuvo, Hugo Boffelli, me dijo un día que Claudio vivió 35 años pero las cosas que hizo fueron como de una persona que vivió 70. No sé de dónde sacaba el tiempo. Pero él reunía mucha gente para hacer las cosas. Tampoco las hacía solo.

 

Imposible reunir todo lo que anda dando vueltas de Claudio, a esta altura.

 

–Sí. Acá siempre mandan cosas. Ahora, ya a 13 años no debe quedar mucho que no se conozca. Pero nos mandaban videos de lugares donde estuvo Claudio, cosas que nosotros no sabíamos. A mí me escribía una profesora, Silvia, que tenía una revista, La Higuera, de San Luis. Después hasta me mandó una encomienda porque había nacido un nietito y un rosario de oro para mí. Claro que los correos electrónicos los escribía Celeste porque yo no manejo internet.

 

Hay una frase que a Pocho le gustaba mucho, que era del subcomandante Marcos, pero hoy por hoy pasó a ser una frase de Pocho ‘Un mundo donde quepan todos los mundos’ y en muchas partes se la atribuyen a él.

 

–Sí. De los zapatistas, la frase.

 

Es notable como el martirio de Claudio le cambió la vida a tanta gente, en un sentido positivo, como generó tanta conciencia, tanta solidaridad, tanto ejemplo para muchísima gente. Es como que esa enorme pérdida, al crear tantas cosas valiosas, le dio algún sentido al dolor.

 

–Sí, sí. Por lo menos sirvió. Sirvió para muchísimo. No sé qué hubiera sido de él, cómo estaría ahora con todo esto que está pasando.

. . .

 

Dalis vuelve a mirar al horizonte, allí detrás de las paredes, casi como si no existieran. Sus ojos se iluminan y se llenan de lágrimas de un momento al otro. Vuelve a quedar en silencio.

 

–¿Qué se quedó pensando, Dalis?

 

–Me acordé de otra cosa. Mirá, cuando Claudio era chico, nosotros no teníamos mucha plata, pero cuando salía siempre le dábamos para que tomara algo. Pero él venía y traía el vuelto. Le pagaba a los otros y él tomaba mate. O si había ido solo, guardaba lo que le dábamos y se compraba un libro, o los diarios. Así era él.

 

FOTOS: J.V. y A.S.

 

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