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Ahora es cuando: vigilia por la legalización del aborto en la ciudad

A cinco días de la sanción de la ley que legalizó el aborto hasta la semana 14 de gestación, la uruguayense Josefina Rousseaux relató en esta crónica las vivencias de esa jornada histórica en la ciudad Histórica. El minuto a minuto de una noche-madrugada inolvidable desde el corazón mismo de la Plaza Ramírez, "somos agüita mansa, agua clara que, cuando avanza, no sólo deja huella, sino no que no hay quien la pare", definió con esa metáfora.

 

(*) Por JOSEFINA ROUSSEAUX (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL)

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Salgo a la calle y encaro para Plaza Ramírez. Voy por la nueve buscando indicios que den cuenta de que hoy es un día celebratorio. En un bar, a diez cuadras de la concentración, veo a una chica tomando una cerveza con un pañuelo verde en su puño y sigo. Ya a tres cuadras de la plaza, veo un manchón verde detrás de los bustos de Eva y Perón, pero no llego a ver lo que dice. Acelero mi paso.

El manchón se vuelve nítido cuando cruzo la heladería Italia: “Aborto Legal es Justicia Social”. Son las 8 de la noche y la plaza reúne hoy a centenares de gurisas. Me siento en las baldosas que todavía emanan calor de la tarde y miro hacia la escalinata, donde una chica de rastas expresa el hastío que le producen algunas personas de la ciudad: “Venía en la bici con todas las cosas y cruzo a un chabón en un auto de alta gama, un conocido de la familia, médico recién recibido. Lo estoy por saludar y veo algo medio celeste colgando ahí del auto y como que me quedo recalculando. ¿Por qué saludarlo al chabón este? ¿Por qué en el 2018 no estaba acá y hoy si? Ya está de juntarnos con  tinchos porque son conocidos de la familia. Como que ya fue un poco ¿no? No quiero saludar a más nadie, obligada; no quiero entablar una conversación fugaz en la plaza porque me crucé con alguien, obligada; no quiero cenar en las fiestas con toda la religiosidad, obligada; no quiero escuchar las campanas del orto de la basílica de la que sale gente que ve a un pobre y le da vuelta la cara. No quiero maternar obligada; no quiero que me obliguen”.

Un grupo de pibas la aplaude. Otras se miran entre ellas y ríen cómplices cada vez que dice la palabra “tincho”. Yo me río con ellas. Algunas despliegan sus lonas de colores, lonas a rayas sobre las baldosas o en los cuadraditos de pasto de los laterales. Me fascina que en Concepción no esté tan diferenciado donde va o para que se usa cada cosa: todes sabemos que en verano los sillones se lucen tan bien en las veredas, en los patios o en Paso Vera y que esta noche las lonas están sobre la plaza pero quizás tengan arena de la tarde de charla y río de ayer.

Hoy todo convive de una manera armónica: la policía y la iglesia principal, que rodean la plaza, no parecen ser lugares con los cuales ensañarse. Pienso que este convivir pacífico no significa falta de rebeldía, sino más bien, un acto de inteligencia y estrategia.

“Al principio me costaba definirme así, digamos, pero por la gente más que nada, no sé cómo explicarte. Después con el tiempo no te importa. A mí me salvó el feminismo y es algo que llevo conmigo”. (Maira, 26 años).

Recorro los stands informativos en búsqueda de algo nuevo dentro de lo conocido. En una mesita de mantel: un montoncito de calcos que dicen “a la clandestinidad no volvemos más”, “en un mundo justo las niñas no son madres” y folletos sobre ¿cómo abortar con misoprostol? y del Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo de la Campaña Nacional. Miro hacia arriba y veo guirnaldas de las que cuelgan perchas con perejiles y testimonios sobre mujeres que murieron en la clandestinidad.

Anécdotas en la plaza

Lucía, una de las socorristas en red de la costa del Uruguay, cuenta que este año con la pandemia los acompañamientos fueron mucho más intensos. “Yo creo que fue difícil para todas: para nosotras sostener desde la red, como para las personas acompañadas, porque el internet se te cortaba, no andaba bien, no es lo mismo”.

Lucía mueve las manos con cierta delicadeza, como dibujando firuletes en el aire y mira el pasto. “Fuera de la pandemia es mucho más ameno, sencillo y explicativo que estar mirando una pantalla. En otro contexto, te juntas cara a cara con la chica en una plaza. Fue muy difícil, a todas les costó porque te das cuenta de la importancia de la intimidad”.

Las socorristas están dispuestas a toda hora y ponen el cuerpo. “Hay historias que te matan y te dan ganas de llorar, pero tenés que estar ahí como intacta, firme”, cuenta con los ojos grandes como dos bolillones que giran de un lado a otro.

“La última que me pasó fue muy dolorosa. Hicimos una video llamada con una niña de 16 años y detrás había un ratón Mickey. Yo después de esa charla estuve todo el día tirada en la cama sin poder moverme”.

Además de afectarse con los casos que acompañan, las socorristas a veces tienen que dar sus redes sociales para comunicarse con chicas que no tienen acceso a celular.

“Un poco es poner en riesgo tu imagen y tu vida personal. Aparte la iglesia presiona mucho. Hoy, justamente, nos pasó que integrantes de la iglesia nos agregaron a un grupo de Whatsapp que se llamaba 'aborteras hijas de puta' y nos empezaron a dar. Terrible, porque son nuestros números personales. El susto te lo llevas igual. Es una amenaza a tu privacidad”.

Si bien hay muchas chicas que tienen remeras con consignas políticas, no todas se definen necesariamente como feministas. De fondo empieza a sonar el redoblar de los tambores, son las Uvaé Candomberas, una cuerda de tambores formada hace un año con la ilusión de crear un espacio de unión y aprendizaje en Concepción del Uruguay.

Sofía, de 16 años, cuenta su experiencia: “No me considero feminista, siento que eso es más que venir a las marchas, pero ahora vine a esta porque creo que cada mujer debe decidir. Muchas de las que no vienen quizás no las dejan venir, pero a mí no me dicen nada, yo les aclaré que quería venir y están de acuerdo”.

Maia, de 15 años, es tajante: “Yo creo que vengo acá por el simple hecho de poder decidir sobre mi cuerpo y que todas las pibas podamos hacerlo y que no muera ninguna piba más. A mí me gusta venir porque es un lugar hermoso, te sentís como segura, ver tantas chicas luchando por lo mismo. Además, me parece bien que podamos venir todas a la plaza sin que los que no piensan igual interrumpan la charla. La marcha de los pañuelos celestes fue el otro día, pasaron en auto y estuvo todo bien”.

En relación al feminismo, Maira, de 26 años, confiesa que: “Al principio me costaba definirme así, digamos, pero por la gente más que nada, no sé cómo explicarte. Después con el tiempo no te importa. A mí me salvó el feminismo y es algo que llevo conmigo”.

Natalia, de 24 años, estudia Derecho en Buenos Aires pero tuvo que quedarse en Concepción porque la pandemia la agarró acá. Cuenta que es su primera marcha en la ciudad y que se siente raro. “Acá la gente no se anima a salir a las calles; en Capital o en ciudades más grandes somos una marea verde gigante. Acá está el qué dirán, los prejuicios, una sociedad híper-re-contra-conservadora, pero creo que es cuestión de salir y tomar el mando y pelear por nuestros derechos que nos lo deben hace un montón, que es una deuda del Estado”.

El número de pibas que se concentran en la plaza permite que el encuentro tome tintes asamblearios. Cuando los argumentos comienzan a ponerse repetitivos, una piba agarra el micrófono y propone votar: seguir escuchando a los senadores o ponerse unos reggaetones, o a la Peluso.

También hay chicas que han cambiado de pensamiento en los últimos años. “Yo era antifeminismo, era re pro vida y cuando empecé la facultad en Uader tuve otro panorama y me informé de cosas que no sabía y ahí empecé a involucrarme”, confiesa María de 21 años.

Su amiga, Celen, de 20 años, la mira y asiente con la cabeza. “Yo a los 16 años también era pro vida, después te das cuenta que siendo pro vida no podes hacer nada por las otras personas”. Tanto María como Celen cuentan que su acercamiento al feminismo se dio más que nada por los casos de femicidio, sobre todo el de la joven uruguayense, Micaela García.

“Los femicidios repercuten mucho en una. La sociedad acá es muy católica, entonces está atada a lo que la iglesia dice y de ahí no sale”, expresa María y agrega que ella no tiene el deseo de ser madre. “Yo con mis sobrinos soy re pegote, pero mi familia recién ahora entendió que yo no quiero esto de ser madre. En mi casa era como no, vos tenés que tener novio, tener tu familia. Va más en uno tener que transmitir a los demás una manera de que entiendan y se involucren sin agredir. Yo lo decidí y yo me informé”.

De los miedos y prejuicios a los festejos

El poroteo está definido, pero aún falta que se expresen tres oradores. Por momentos los perros ladran con la misma intensidad y frecuencia que los senadores que se oponen a la ley, pero luego el silencio regresa dejándome escuchar la conversación de unas pibas sentadas a mi lado: “Ahhh que hacé, estás re pro vida hoy” y todas se ríen sin parar. Yo me río otra vez con ellas y pienso cuánto cambió esta ciudad o más bien, cuánto las nuevas generaciones cambian esta y todas las ciudades del país.

Hace unos años que el avispero empezó a agitarse en Concepción. A fines del 2019, Ileana Fernández, politóloga y docente uruguayense, fue nombrada al frente de la Dirección de las Mujeres, Géneros y Diversidad a nivel local, al asumir Martín Oliva como intendente, en consonancia con la decisión política del presidente Alberto Fernández de crear un Ministerio de las Mujeres Géneros y Diversidad a nivel nacional.

Ile, que vino a la plaza junto a su hermana menor, me dice con los ojos humedecidos: “Esta madrugada del 30 de diciembre del 2020 va a ser recordada por muchas mujeres y disidencias de nuestra ciudad, que estamos reunidas por más de ocho horas en este lugar tan simbólico de la ciudad para escuchar a nuestros representantes, que dijeron sí a la ampliación de derechos, dijeron sí a que tanto mujeres y personas gestantes podamos decidir sobre nuestros cuerpos y sobre nuestros proyectos de vida”.

“Estas lágrimas de celebración son porque no va a haber más jóvenes uruguayenses expuestas a la muerte por haber decidido abortar, no va a haber más jóvenes uruguayenses que pongan en riesgo su vida por decidir otro proyecto de vida que no sea la maternidad”. Ahora los ojos se me hacen río a mí.

Que va a ser ley es un hecho, pero solo falta escuchar a José Mayans, el último orador de la noche que queda escuchar antes de que se recuenten los votos. Todas estamos como nerviosas, ya sabemos que esta demanda al Estado que tantas mujeres iniciaron hace 15 años hoy va a ser realidad. Solo faltan unos minutos, pero este Mayans no para de hablar.

Agarro el celular para abrazar a través de palabras a mis amigas de Buenos Aires. Estoy celebrando la legalización del aborto con estas pibas que, aunque a la mayoría no conozca, nacieron en la misma ciudad que yo y con las que seguro comparto el pisar las calles con miedo cuando a la siesta me perseguía el viejo de la paja. Con las que hemos tenido que broncearnos y escondernos los rollitos con odio cada vez que íbamos a Pelay.

Seguro que ellas y yo compartimos ese consejo amoroso de madre: “No salgas con ese short tan cortito a la siesta”, o hemos sentido la mirada hostil por vestirnos medio raritas por cortarnos o teñirnos el pelo.

Aunque salto medio espástica con una mano en el celular como modo de estar con mis amigas de allá y con la otra mano agitando un pañuelo verde con las pibas de acá, una correntada de pensamientos me invade. No lloro,  pero empieza a resonar en mí la frase de una piba de 16 años que, esta tarde, cuando le pregunté si se consideraba feminista me dijo: “No te contesto ahora porque recién me estoy rebelando”.

Esto no será una marea, pienso para mis adentros, pero somos agüita mansa, agua clara que, cuando avanza, no sólo deja huella, sino no que no hay quien la pare.

(*) Socióloga (UBA). Fue redactora en economía e internacionales en la agencia Télam. Actualmente trabaja como editora y docente en el Instituto Nacional de Capacitación Política del Ministerio del Interior y estudia Artes de la Escritura en la UNA. Nació en Concepción del Uruguay y vive en CABA hace 11 años.

 

 

 

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