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El coronavirus, la economía y el ambiente

Esta emergencia sanitaria que estamos enfrentando nos demuestra que es posible intervenir en la economía para enfrentar las amenazas que ponen en riesgo la salud de las personas y de esa misma forma deberíamos actuar con la salud de nuestro planeta.

 

Por MARIO ROVINA 

 

Después de ver que los impactos positivos visibles, ya sea la mejora de la calidad del aire y del agua o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, son sólo temporales, porque se derivan de la aguda desaceleración económica causada por el aislamiento social preventivo por la pandemia.

Tenemos que darnos cuenta de que es esencial revisar nuestras prioridades y decidir entre actividades económicas útiles para la sociedad y aquellas que son parte del problema y que solo contribuyen a perpetuar el actual modelo extractivista. Los planes de protección a corto plazo deben tener en cuenta y ayudar a proteger a los trabajadores e incluir una compensación social y ambiental para las empresas, además de planes sólidos de reducción de gases de efecto invernadero para las más grandes.

Tenemos que darnos cuenta de que es esencial revisar nuestras prioridades y decidir entre actividades económicas útiles para la sociedad y aquellas que son parte del problema y que solo contribuyen a perpetuar el actual modelo extractivista.

Como sea que imaginemos los impactos ambientales positivos después de esta pandemia, deberán comenzar por el cambio en nuestros hábitos de consumo y producción hacia modelos más limpios, sostenibles y amigables con el ambiente.

Porque sólo una transformación seria a largo plazo cambiará la trayectoria de los niveles de CO2 en la atmósfera y mejorará la salud de los ecosistemas esenciales. En el período que vendrá después de esta crisis, cuando se diseñen paquetes de estímulo económico que incluyan infraestructuras, existirá una oportunidad real para comenzar a incorporar planes de inversiones en energía renovable, edificios inteligentes y transporte público limpio, entre otros.

Parte del desafío que vamos a tener de ahora en más es comprender el origen de este tipo de enfermedades, porque la salud de nuestro planeta y los daños que causamos en el ambiente juegan un papel importante en la propagación de enfermedades que se originan a partir de patógenos transmitidos de animales a humanos.

 

CUIDAR LOS ECOSISTEMAS PARA EVITAR NUEVAS PANDEMIAS

Desde el año 2016, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) nos advertía sobre el aumento mundial de las epidemias zoonóticas (aquellas que se originan a partir de patógenos transmitidos de animales a humanos): El 75 por ciento de todas las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal, y estas afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas aclaraba ese organismo internacional. Una alerta que pasó inadvertida hasta hoy.

Se sabe que los ecosistemas sanos ayudan a regular las enfermedades. Los científicos insisten con esta idea: mientras más biodiverso es un ecosistema, más difícil es que un patógeno se propague rápidamente. Además, según nos dicen numerosos estudios llevados a cabo desde la ONU, la diversidad genética “proporciona una fuente natural de resistencia a las enfermedades entre las poblaciones animales”.

Entonces, a más diversidad, más salud: Las áreas biodiversas permiten que los vectores transmisores de enfermedades se alimenten de una gran variedad de huéspedes, algunos de los cuales son reservorios de patógenos menos efectivos. Por el contrario, cuando los patógenos se encuentran en áreas con menos biodiversidad, la transmisión puede amplificarse, concluyeron los expertos.

El planeta nos demostró que aún tiene capacidad de recuperarse, por lo que depende de nosotros como humanidad aprender de esta pandemia y construir un nuevo modelo económico y social.

Cuando poco a poco los motores del crecimiento y la economía comiencen a funcionar nuevamente, vamos a necesitar entender cómo el manejo prudente de la naturaleza puede ser parte de esta economía diferente que debe surgir, una en la que las finanzas y las acciones impulsen empleos sostenibles, el crecimiento verde y una forma distinta de vida, porque la salud de las personas y la salud del planeta son una misma cosa, y ambas pueden prosperar y crecer en equilibrio.

Ya vimos que como ocurrió en muchos centros urbanos del país, el aislamiento social obligatorio contribuyó a un mejoramiento en la calidad del aire, solamente a partir de la mínima circulación de transporte público y vehículos particulares en las calles.

Debemos entender que es hora de comenzar a restaurar nuestros bosques, detener la deforestación de especies nativas, invertir en la gestión de las áreas naturales protegidas e impulsar mercados para los productos provenientes de fuentes sostenibles y agroecológicas. Sin olvidarnos de abordar el tráfico ilegal de vida silvestre, el cuarto delito más cometido en todo el mundo.

El planeta nos demostró que aún tiene capacidad de recuperarse, por lo que depende de nosotros como humanidad aprender de esta pandemia y construir un nuevo modelo económico y social donde se incluya al ambiente como una parte fundamental y que permita preservarlo a perpetuidad.

En base a Noticias ONU / Greenpeace / Aire Digital  

Nota publicada en La Vanguardia Digital

 

 

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