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Infancias trans y escuela (segunda parte)

En esta nueva nota sobre el tema, la autora propone que el gran desafío es revisar las prácticas que normalizan cualquier (a)normalización, y se resumen en “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”. ¿De qué manera se expresa lo trans en el espacio escolar?

 

Por VANESA LEOPARDO ( Colaboración especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).

Nota relacionada: Infancias trans y escuela (primera parte)

 

Donde hay sexo, hay género ¿De qué lado estás?

¿Alguien de nosotros, aquí en la intimidad de nuestro encuentro textual, podría imaginar que anduviéramos por la vida sin necesidades de género, como quien se encuentra no sólo con amnesia sexual y olvidó su propia identidad de género sino que ha olvidado la necesidad misma de identificarse en esas coordenadas? (Pechín, 2022)

 

Había una vez la regularidad de los cuerpos, todos ellos perfectamente ordenados en dos grupos exactos de promesas reproductivas.

En nuestro sistema educativo, históricamente segmentado por niveles de desarrollo y crecimiento, aun es una enorme cruzada romper las propuestas hegemónicas (mujer/varón, femenino/masculino, hembra/macho, clítoris/pene). La apuesta pedagógica tácita es que cada quien aprenda a comportarse ordenadamente: como ella o como él deban hacerlo. Donde hay sexo, hay género aún, en el entramado cultural, político y moral que habitamos.

Por ello se hace necesario distinguir el sexo -que marca una especificidad anatómica, la de ser macho o hembra y que nos ubica en un lugar determinado en la cadena de la reproducción- y la identidad de género que refiere a un sentimiento psíquico y social.

El sexo, como marca biológica, se diferencia del género y de la identidad sexual. Ambas son construcciones de la cultura que “regulan” la sumisión a determinados atributos para unas y otros y están en “concordancia” con el sexo biológico. (Paván, 2022)

Es cierto que a estas alturas, en nuestro país, hemos transitado en julio de 2010 la Ley de matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género en mayo de 2012. ¿Qué identidades y qué vínculos promociona la escolaridad en su formación ciudadana desde entonces?

No es mala voluntad que se sigan repitiendo las palabras mágicas: “las nenas con las nenas y los nenes con los nenes”. La formación en filas, la lista de nombres, qué baño usar, la clase de educación física, el peinado, el uniforme, la vestimenta obligatoria diferenciada según sexo y alguna que otra cosa más…

Sería una salida fácil pensar que es mala voluntad de la institución escolar y sus agentes si no logran romper esquemas en un sistema que no permite hibridez alguna. O la permite pero tiene preparado el pozo negro donde irá a parar (a caer) todo aquello que genere incomodad.

El gran desafío es promover una reflexión crítica en torno a todas esas prácticas que compulsivamente buscan normalizar cualquier (a)normalización, cualquiera. Algo así como construir ciudadanía trascendiendo la estratificación sexo-genérica.

El marco normativo -fundamentalmente las leyes que impactan en la implementación de la educación sexual integral- es importantísimo, mientras lo que hagamos con él o a partir de él no sea pedir, solicitar, implorar “tolerancia” a la diversidad sexual, reforzando una forma polarizada de ser y estar en el mundo. Un mundo para la heterosexualidad obligatoria en el que a partir de un par de datos de identidad nos aventuramos a adivinar la orientación probable del deseo de fulana o mengano.

Es posible observar que a diferencia de las identidades trans, vinculadas a la autopercepción, a eso que sentimos respecto de nosotros mismos y cómo lo expresamos, la orientación sexual indica nuestros sentimientos eróticos y afectivos hacia otras personas. (Paván, 2022). Por lo tanto no, no podemos asumir la orientación del deseo de fulana ni de mengano.

Las infancias ameritan, necesitan, les debemos problematizar la institucionalización   escolar de dos modos bien definidos de transitarla en ese escenario, lleno de rituales macho-hembra.

La oportunidad de que nos abstengamos de la clasificación que genera que algunos modos de habitar, jugar, sentir, elegir, transitar, sufrir, identificarse o certificarse tengan como consecuencia la necesidad de fugarse de este sistema, como sea que puedan.

Lo que importa es ¿qué impacto institucional va a tener la falta de definición dentro de los dos términos tradicionales de esta cuestión?, la falta de simetría entre sexo e identidad de género. Pensar esto es inherente a la práctica pedagógica.

Claro que los cambios y las rupturas institucionales requieren de la revisión de nuestras concepciones personales para comenzar a tensionarlas, fundamentalmente porque inciden en nuestras prácticas profesionales.

Preguntarnos, íntimamente, honestamente: ¿de qué manera se expresa lo trans en el espacio escolar? ¿en las filas y las clases de educación física? ¿en los juegos, el recreo? ¿la participación en los actos? ¿ha dejado la heterosexualidad de ser obligatoria? ¿Cómo? ¿Y los modos de ser varón o mujer?

¿Qué creemos que falta? O mejor, ¿en nuestras prácticas: qué necesitamos?

 

Bibliografía

 

Ilustración de portada: Letra S.

 

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