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Pasó el fin del mundo y no me enteré

En el increíble espectro de la comunicación actual podemos encontrar numerosa información que antes no teníamos disponible de manera tan accesible. Sumergirse en el mundo cibernético nos brinda gran cantidad de datos sobre la actualidad, pero también nos permite revisar el pasado (al menos reciente) en nuestra gran era de internet.

 

Por JAVIER GAUNA

 

Así, navegando, me topé con una de las historias más tristes que jamás haya imaginado ver. Resulta que hace unos seis años habría llegado el fin del mundo y yo ni siquiera me había dado cuenta.

Pero no es esa la triste historia que quiero relatar, en realidad se trata de la desilusión que hubo de sufrir un pobre hombre de Staten Island, New York. A sus sesenta años, jubilado del sistema de transportes de la ciudad, Robert Fitzpatrick se hizo lamentablemente famoso luego de haber dilapidado los ahorros de su vida en publicidad, advirtiendo que el día del juicio final ya tenía fecha y hora.

Resulta que hace unos seis años habría llegado el fin del mundo y yo ni siquiera me había dado cuenta.

"El Rapto", lo que a grandes rasgos sería la asunción a los cielos de las almas cristianas antes de la segunda venida de Jesús, trayendo el cataclismo que acabaría con la humanidad no creyente, debía suceder (según este hombre) a las seis de la tarde del día 21 de mayo de 2011. No era una predicción caprichosa, en realidad el pronóstico nació de un complejo cálculo matemático dado a conocer por el pastor evangélico Harold Camping en un programa religioso que se emitía en Family Radio (radio de la familia). Según Camping ese día se cumplían exactamente siete mil años del diluvio universal, por lo que respaldado con información confidencial según "expertos" en la materia, las condiciones mundiales coincidían con predicciones bíblicas; a saber, guerras, hambre, falta de moral, etc.

Fitzpatrick estaba convencido que el evento era inminente e inevitable. Por lo que como buen cristiano, puso todos sus medios a disposición para tratar de "salvar" a cuantos seres humanos sea posible. No escatimó en gastos. Invirtió más de ciento cuarenta mil dólares en anuncios por radio, televisión y prensa gráfica; también alquiló grandes carteles en las autopistas, incluso llegó a plotear varios colectivos urbanos. Todos señalaban la fecha, la hora, y el mensaje que instaba al arrepentimiento aceptando a Jesús como salvador.

Su misión tomó estado público nacional, pasando de ser una simple nota curiosa a directamente transformarse en una causa popular. Miles de fieles imitaron en menor medida su cruzada salvadora. Mientras, por otro lado, hubo quienes se tomaron la situación a modo de chiste, organizando fiestas del apocalipsis y eventos similares para despedirse de manera apropiada de este mundo enfermo.

La resolución no tardó en llegar. En el día indicado, el amable y bonachón Robert acomodó sus anteojos, se puso un sobretodo caqui, y con biblia en mano tomó el ferry para dirigirse a Times Square. Allí, en el centro de la gran manzana podrida, aquella Babilonia moderna de almas corrompidas, esperaría que su cuerpo y espíritu abandonase la tierra frente a los ojos del mundo.

Allí, en el centro de la gran manzana podrida, aquella Babilonia moderna de almas corrompidas, esperaría que su cuerpo y espíritu abandonase la tierra frente a los ojos del mundo.

Todo el recorrido fue acompañado por una cámara filmando a nuestro hombre. Eso luego se materializaría en el premiado documental "We will forget" (Vamos a olvidar) del director Garret Harkawik. Promediando el corto de poco más de trece minutos se puede ver al jubilado Fitzpatrick parado absorto mirando su reloj luego de que nada sucediera a la hora señalada.

"Siento una gran desilusión" dijo mientras lo rodeaban las cámaras y un grupo de gente gritando que era un loco, festejando con alegría que una vez más habíamos sobrevivido a otro "Juicio Final".

Todo fue un fiasco. El pastor Harold Camping se disculpó alegando que habían hecho mal el cálculo, pero eso no significaba que podría llegar en cualquier momento. Es más, luego de unos días corrigió la fecha diciendo que en realidad el 21 de octubre de ese año se consumaría el rapto. El predicador de casi noventa años aseguró que las consecuencias serían terribles: tsunamis, tornados, terremotos, muerte y desolación. Pero no estaba preocupado porque para esa altura él ya estaría muerto. Efectivamente en esa predicción no hubo error, pocas semanas después moriría sin ver el fruto de su apuesta. Nuevamente un fracaso.

Por su lado el afligido Fitzpatrick declaraba que aunque no hubo juicio final, él todavía seguía profundamente convencido de sus creencias religiosas. No tuvo respuesta a cómo afrontaría el resto de su vida sabiendo que había tirado por la borda todo su dinero. Mucha gente renunció a su trabajo, vendió pertenencias y se despidió de los familiares cercanos, también creyendo en la salvación. Perdieron lo que tenían siguiendo un dato del pastor Camping quien anteriormente ya había fallado al predecir el fin del mundo para el año 1994. Irónico ¿no?

Será ignorancia, superstición, fanatismo religioso, fe ciega. Tal vez un poco de todo. Más allá de eso, es importante no olvidar nuestro lado humano. ¿Cómo no hacer un poco de empatía con el jubilado que en su completa inocencia creyó en aquello que desde niño le inculcaron? Al menos sentir algo de pena por su exposición al ridículo en público.

No dispuestos a rendirse, los proselitistas siguieron lanzando pronósticos de apocalípsis,  fallado todos sistemáticamente. Por más evidencia que haya de lo contrario, todavía existen profetas de la devastación mundial instando a seguir sus caprichos divinos (y monetarios) para evitar una eternidad en el infierno. Ahora que lo pienso, lo verdaderamente triste de la historia no es la desilusión que se llevó Robert Fitzpatrick, sino que todavía siga habiendo gente que a pesar de todo aún les crea.

Foto: Daily News

 

 

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