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PREMIO DE POESÍA STORNI PARA OBRAS INÉDITAS

Poesía: una entrerriana obtuvo el tercer premio en un certamen nacional

Belén Zavallo fue reconocida con el tercer premio.

 

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Por MARGA PRESAS (Colaboración Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL)

Tengo una lengua montaraz guardada, así lo anuncia Belén Zavallo en uno de los poemas de su libro La lengua montaraz, distinguido con el tercer lugar dentro de los 2.200 trabajos presentados al Premio de Poesía Storni para obras inéditas, en su primera edición.

El Jurado, compuesto por Estela Figueroa, Graciela Cros y Osvaldo Bossi,  estableció como ganadoras del primer y segundo premio, respectivamente, a Silvia Mellado, de Neuquén y  Daniela Aguinsky, de Buenos Aires.

Belén Zavallo, es escritora, docente, editora, coordinadora de talleres de escritura, tiene una librería virtual llamada Jacarandá, que gestiona junto al poeta Washington Atencio. Nació en Viale, Entre Ríos, hace 38 años y actualmente está radicada en Paraná. Quienes la conocemos nos alegramos por esta distinción. Sabemos de su búsqueda incansable, de su trabajo con la palabra, de su generosidad al compartir textos propios y de otros y creemos que es un reconocimiento muy merecido.

En diálogo con El Miércoles, la escritora nos dice cómo tuvo noticias de su selección como finalista del concurso: “Me enteré amamantando a Francisca para su siesta. Saqué una captura y escribí ‘no lo puedo creer’ y se lo compartí a Daniel (su pareja), que me estaba preparando un té, y a un puñadito de amores más: familia y amigxs”.  Con respecto a que sean sean tres mujeres las que ocupan los primeros puestos, expresa: “Me parece un gesto que nos convoca a las mujeres a escribir y a leernos, a potenciarnos entre nosotras. Retomo los versos de Alfonsina

Y cuando las carnes

te sean tornadas,

y cuando hayas puesto

en ellas el alma

que por las alcobas

se quedó enredada,

entonces, buen hombre,

preténdeme blanca.

preténdeme nívea,

preténdeme casta.

Esta circunstancia de tres poetas premiadas justamente en un homenaje a Alfonsina Storni, señala, “es un refuerzo de ese poema, un diálogo con mujeres repartidas en el país”.

¿Tiene Belén Zavallo algún momento particular del día destinado al oficio de la escritura o va creando espacios para hacerlo? En relación a esto, nos cuenta: “Escribo como puedo cuando me viene, muchas veces en el celular si tengo partes del cuerpo tomadas (lactancia y maternidad), otras de noche tarde, otras de mañana. Pero en ese libro trabajé cada día. Había adquirido un ritmo de trabajo más dinámico y organizado”.

 

Para alguien que escribe de ese modo impostergable, con el cuerpo y el cuero atravesados por  el escribir “la poesía es la posibilidad de salvarnos del mundo porque también podemos desarmarlo con las palabras. Creo que por eso es tan importante para mí escribir. Aunque esté escribiendo narrativa siempre me encuentro en la poesía. Es otra forma de  encontrarme en la historia, en mí misma; otra forma de disolver los dolores, de transitar por esos caminos que son los que me nutren, que tienen que ver conmigo, con mi carne puesta en distintos escenarios de la vida Por eso la escritura me permite sublimar un montón de cosas”.

En uno de los encuentros del taller Nos.Otros en el texto (del que participo), Belén expresó: la escritura se destraba hablando de aquello que  nos deja sin voz.

 

La lengua montaraz

Todo lo que no olvidamos permanece callado /como ese párpado de gorrión caído

Belén Zavallo 

En este poemario, nuestra escritora recupera esa voz, esa lengua montaraz guardada  para enlazar su experiencia vital con el campo entrerriano, rodeada de monte nativo, animales y quehaceres de ese ámbito. El monte la nutre, empapa su lengua, la invita a morder el suelo, a oler el trueno, a paladear el paisaje con todos los sentidos y hundir la estaca que es la lengua / en el horizonte más cercano.

Arde la palabra en el poema, aunque a veces la lengua sabe callarse / ante el alambre de púas y sigue esperando el momento de desentrañar los secretos del monte, aunque el cuerpo aletee / siempre el mismo silencio.

Estos textos poéticos rescatan momentos de la infancia con aconteceres actuales, entretejidos en una pisada o un rastro; para la poeta una cicatriz es la huella del tiempo que no pasó nunca, iluminada por las chispas de un fuego que no quema.

La lengua puede volar, ser también  como un barrilete y hasta un ladrido se transforma en una palabra para quien se detiene a escuchar y una boca abierta puede ser el horizonte. Se afila la palabra entre los dientes. Y así Belén sostiene su nombre como quien recibe las llaves / de una casa que no ha sido construida.

En su dictamen,  el jurado destacó su asombro -desde el primer poema- por el trabajo que la poeta hace con la lengua, áspera y montaraz, como bien lo define el  título. Señalaron que en los textos se entremezclan rituales de la vida del campo junto a secuencias autobiográficas, que arman un libro íntimo y que su poética se desprende, sin dudas, de las retóricas actuales.

Y es allí mismo donde reside la  originalidad de estos poemas,  donde hay aleteos, latidos,  gritos, cantos de pájaros, todo formando  parte del paisaje y de las vidas que allí crecen y a veces, estallan.

Leyendo el poemario, sentimos que junto a Belén nuestros párpados titilan, vemos que a lo lejos está el campo, el fogón, el cuerpo, la ceniza, la brasa. Y aquí cerca, esta escritora que desata nuestra emoción y esa perplejidad de sabernos a la intemperie, pero al amparo del poema.

 

 

 

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