UNA VOZ EN EL TELÉFONO

El jefe de la cárcel de mujeres tenía una función específica dentro de la organización narcocriminal: por su rol jerárquico en el Servicio Penitenciario de Entre Ríos, guardaba droga en su casa, ya que se presumía un lugar insospechado. El contacto era a través de su hermano, Pedro Guillermo Aguirre, lugarteniente de Castrogiovanni.

Una de las características que tiene el narcotráfico en su modelo actual es que los cabecillas de cada organización no entran en contacto directo con la droga, no la tocan.

Castrogiovanni apelaba a todo tipo de eufemismos cada vez que hablaba de drogas. Así concretaba las operaciones y su “distribuidor”, Guillermo Aguirre, era quien realizaba los traslados, primero entre los “almacenadores”, casi todos en el barrio Paraná XVI, y luego a los vendedores. Aguirre era también el encargado de recolectar el dinero de los compradores, para luego llevárselo al Gordo Nico.

A partir del 9 de diciembre, unos días antes del procedimiento en el que se desarticuló a la banda, se produjo una secuencia de comunicaciones telefónicas que expone de manera reveladora cómo funcionaba el mecanismo de distribución de los estupefacientes, a pesar de que los integrantes intentaban encriptar esos diálogos.

Ese día había llegado a la ciudad una partida de cocaína y había que almacenarla hasta su fraccionamiento y reparto para la venta. Agotados los sitios habituales de que disponía la banda para la guarda de los tóxicos, Guillermo Aguirre le sugiere a Castrogiovanni dejar un remanente en casa de su hermano Pochi, como le decían al jefe penitenciario:

–Ey, ¿qué pasó? –lo saluda Castrogiovanni.
–¿Qué hago, lo dejo ahí o lo llevo a tu casa? –le pregunta Guillermo Aguirre sobre un remanente de la droga recientemente adquirida.
–¿Tu viejo dónde está? –se interesa Castrogiovanni.
–Noo, él ya guardó; guardó en una pieza al fondo… lo guardé en la pieza del fondo de mi papá… Ni sabe él porque yo tengo la llave –le responde Aguirre, descartando esa locación.
–Bueno, vamos a aguantarlo y ya vamos a ver si lo ubicamos a eso, pero tengo que dejarlo en un lugar más seguro, loco, porque ese es mucha plata, boludo.
–Lo podemos dejar con el Pochi, pero hay que esperar a que venga el Pochi, de la una y media –le sugiere Aguirre.
–Y bueno… bueno, pero dos nomás –acepta Castrogiovanni.

Unas horas más tarde vuelven a comunicarse Castrogiovanni y Aguirre:
Gordo… –lo saluda Aguirre.
–Si…
–El Pochi, viste… va a guardar… porque lo guardó en el tubo…
–Aja…
–Pero no le entraba, así como entero… –lo previene Aguirre.
–Aja… ¿cuál? –se preocupa Castrogiovanni.
–Los dos…
–Uno tengo que mandarlo entero –le advierte el jefe.
–Bueno, no importa porque lo unimos nosotros ¿eh? –lo tranquiliza.
–Aja, lo unimos –se convence el jefe.

Enseguida Aguirre lo tranquiliza con un mensaje de texto a Castrogiovanni:
–Amigo, mi hermano lo partió, así que lo guardaba bien. Dice que lo dejó prolijo, igual que lo pese. Vos quedate tranquilo.

Al día siguiente, el 10 de diciembre, los hermanos Aguirre conversaron acerca de “eso” que Victorio, Pochi, guardaba en su casa y que debía entregar:
–Hasta ahora no ha llamado éste, no ha venido –le advirtió el jefe penitenciario.
–Bueno, escuchá, va a ir, tiene que ir hoy. ¿Vos tenés en el auto eso? –le pregunta su hermano.
–No, lo tengo en casa.
–Ah, bueno, entonces avísame después, para la tarde –se despiden.

Es claro entonces que cuando Castrogiovanni debía guardar “algo de valor”, el depositario era Victorio Bernardo Aguirre, el director de la cárcel de mujeres, que tenía en su casa un tubo de GNC donde se sospecha que ocultaba las piedras –la cocaína en una sustancia sólida, cristalina, en su forma de base– y los elementos de corte y estiramiento.

Trece personas fueron detenidas el 18 de diciembre en allanamientos simultáneos. Guillermo Aguirre fue de los últimos en caer, pero antes de ser apresado supo lo que estaba pasando y siguió las circunstancias de los operativos por teléfono con su esposa, la agente penitenciaria Priscila Evangelina Álvarez, que también integraba la organización:
–¿Dónde estás vos? –lo inquiere Álvarez.
–Acá en el barrio ando, ¿está ahí el Pochi? –quería saber Aguirre.
–Vos estás libre y el Pochi está preso, pelotudo de mierda y la puta madre que te recontra parió –le responde su esposa, ofuscada por la situación.
–Ah, ¿lo llevaron a él, y qué tenía él? –intenta minimizarlo Aguirre.
–Los vienen siguiendo desde hace mil años a ustedes, pelotudos de mierda, culpa tuya –le insiste Álvarez.

Victorio Aguirre asegura que “no lo conocía” a Castrogiovanni y que su hermano le había pasado el contacto para que le hiciera un favor: “Me dijo que el Gordo estaba en la política y que me iba a conseguir un camión de tierra, que era lo que yo necesitaba…”, le dijo al juez. Las escuchas telefónicas echan por tierra esa versión y, en cambio, exponen crudamente que el narcotráfico busca mayores niveles de protección a medida que crece el negocio y expande su territorialidad.